dimecres, 22 de maig del 2013

El oropel se delata.


La comparecencia televisiva de Aznar ayer en la tele fue como la que pudiera hacer el jefe de los corchetes en una villa en repentino estado de sitio. Porque en el mismo momento en que el expresidente tenía programas sus declaraciones televisadas sobre los papeles de Bárcenas, El País le sirvió un sapo frío de desayuno bajo la forma de 32.000 euros que el compadre Correa había astillado para pagar la iluminación de la boda de su hija quien, si no recuerdo mal, se casó de día. Héteme aquí que, de repente, le cambiaron el guión. El venía a hablar de Bárcenas y tuvo que responder por la Gürtel. Y sin avisar. El hombre lo deglutió como pudo y hasta tuvo ánimos para espetar partes del discurso que traía preparado: él jamás recibió sobresueldo alguno y siempre actuó con contundencia contra la corrupción.

Pero el asunto ya no era (solo) Bárcenas sino, sobre todo Correa, la Gürtel. Y ahí Aznar perdió los estribos. No es que, cuando está firme en ellos, resulte agradable, comprensivo, tolerante pero, mal que bien, consigue no suscitar rechazo absoluto a causa de su altanería, su arrogancia y su autoritarismo. Con las revelaciones de la Gürtel le salió lo peor de sí mismo: amenazó al mensajero, en este caso, El País. Dijo que el grupo PRISA le profesaba animadversión, odio, realidad. Sin embargo, la historia muestra que fue Aznar quien intentó encarcelar a Polanco y Cebrián con procedimientos torticeros y valiéndose de unos personajes luego condenados por los tribunales por prevaricación, como el juez Gómez de Liaño. Si PRISA odia a Aznar, parece ser un odio nacido del odio de Aznar a PRISA. Más que odio en su caso semeja rencor de muy mala uva, como cuando se pregunta retóricamente si el grupo PRISA, prácticamente -dice- en bancarrota, tendrá dinero para pagar las compensaciones a que le condenarán los tribunales por su infamia.

No puede decirse que, al hablarse de estos asuntos, Aznar perdiera la compostura, pues estuvo siempre muy alerta y en guardia, pero sí que acentuó sus rasgos más llamativos. Entre ellos su continuas muecas, un lenguaje no verbal, puramente gestual, corpóreo, que transmitía tensión, advertencia, amenaza. Como si el hecho de enfrentarse a una infamia desencadenara en él reacciones nerviosas.

Pero ¿es una infamia? Aquí vamos ya al contenido de sus afirmaciones que, en lo esencial, se limitaron a reiterar las de su yerno. La explicación-refugio de ambos, también empleada por Ana Botella, es que los 32.000 euros no fueron un regalo de la trama Gürtel sino un dadivoso presente personal de Correa a Alejandro Agag. Algo primitivo, consistente en desvincular la persona de su actividad, su interés y la razón de sus actos. Porque Correa era entonces el supuesto jefe de la Gürtel, una asociación y actividad en principio delictiva. Insiste el yerno en su defensa y lo respalda Aznar que, en el momento de la boda, Correa no estaba imputado en nada. Faltaría más. Pero, precisamente está imputado por actividades presuntamente delictivas que estaba desarrollando entonces. Un conjunto de actividades que, entre otras lindezas, consistía en agasajar mediante todo tipo de donativos a importantes cargos del PP de los cuales recibía suculentos encargos públicos ilegales a costa del erario público y con los que se había enriquecido.

Así que la aparente contundencia del rechazo de Botella al exclamar, preguntada por las posibles contraprestaciones a la generosidad lumínica de Correa, que la duda ofende está a la altura discursiva y moral de otras explicaciones de la dama. Claro que la duda ofende, pero porque no hay duda: Correa hacía, al parecer, negocios fabulosos con las contraprestaciones que obtenía del PP a cambio de sus dádivas, regalos, viajes pagados, fiestas de cumpleaños, bolsos de Vuiton, trajes, coches, cruceros. Que hubiera contraprestaciones específicas por el regalo concreto de la boda es irrelevante. Ese regalo forma parte de una política "empresarial" de Correa de carácter presuntamente delictivo.

Por eso, la comparecencia de Aznar, que debió de ser un suplicio, fue un derroche de lenguaje no verbal. Es imposible desligar la boda de las actividades de la Gürtel porque hay abundantísimas pruebas gráficas de que a ella asistieron prácticamente todos los imputados posteriormente, Correa, el Bigotes, el Albondiguilla, Sepúlveda, Bárcenas, etc. Por asistir, asistió como invitado el mismo Berlusconi que Aznar citó en la entrevista como el ejemplo del político con el que no podría relacionársele.

El resto de las afirmaciones del expresidente en el curso de una entrevista con tres periodistas literalmente entregados, carece de interés. Las especulaciones que quieren levantarse sobre si está enfrentado a Rajoy o si sopesa la posibilidad de retornar a la política activa son irrelevantes. El problema de Aznar hoy no es si vuelve o no, sino si sobrevive o no a unas revelaciones que, con razón o sin ella, lo ponen en el centro mismo de las dos tramas, la Gürtel y la de Bárcenas. Y su posición es tan desesperada que ni siquiera pudo recurrir a su mejor baza que es defenderse atacando. Apenas insunuó que todo lo que sabía de sobres procedía de los que los socialistas dejaron en forma de fondos reservados. Algo que nadie cree. Y nada más. El resto es un aluvión de sobres suyos y solo suyos; si no de él personalmente -que está por ver- sí de su partido, como van reconociendo sucesivos cargos de modo público. Él confía en que su partido -antaño incompatible con la corrupción- todo lo ha hecho legalmente.

Y, en efecto, parece ser la última línea de defensa del PP: hubo, sí, sobresueldos (hasta ahora los ha negado) pero son legales. Si son o no legales no le corresponde a él decidirlo, sino a los jueces. Se verá. Lo que ya está claro es que son inmorales. Claramente. Tanto que nadie osa defenderlos en ese plano. Y es precisamente la inmoralidad de esas percepciones -que, al parecer, afectan al presidente Rajoy- la que está deslegitimando el sistema político democrático a extremos alarmantes.