La entrevista de Elena Valenciano hoy en El País es un ejemplo palmario del grado de delicuescencia del PSOE. No hace dos días que, presionado por doquier para que haga algo, Rubalcaba delegaba en ella de hecho todo el poder en el seno del partido, se postulaba como dirigente de la oposición mayoritaria y decidía ocuparse en exclusiva de controlar al gobierno y de elaborar una alternativa a sus políticas. Asimismo recomendaba al PSOE hablar menos de sí mismo y más de oponerse a las políticas reaccionarias y ruinosas del PP. En el fondo, se trataba de una forma elegante y sutil de mandar callar, de censurar, de ahogar el muy legítimo debate interno que, al cuestionar abiertamente su idoneidad para el cargo, causa mucho enojo al secretario general.
El modo en que la dirección del PSOE entiende esta doctrina queda claro en la entrevista a Valenciano. Todos mudos que, para hablar del interior del PSOE, de sus problemas e incluso -en una auténtica demasía- de las posibles críticas a otros dirigentes y militantes ya está ella, la vicesecrataria, secretaria general de hecho, la que monopoliza el oído del jefe máximo y goza de su confianza. El contenido de la entrevista rezuma tal autoritarismo e intransigencia que hay cosas que es preciso leer un par de veces para darles crédito. La idea básica de Valenciano es que el hecho de haber ganado el Congreso de Sevilla legitima a Rubalcaba para aplicar un principio de winner takes all, de imponer todos sus puntos de vista sin necesidad de acomodar ninguno discrepante. Que aquella victoria de Rubalcaba fuera por la mínima, casi pírrica, no debe de ser razón suficiente para que Valenciano -y menos él mismo, según parece- tengan en cuenta la necesidad de integrar a los sectores críticos, cosa conveniente en toda ágora democrática y obligada en un partido de izquierda. Antes al contrario, la segunda del jefe, víctima del mal de altura, pone en la picota a Carme Chacón y se permite el lujo de llamarla desleal así como de exigir lealtad a todo el auditorio de la cofradía socialista.
Muy bien. Lealtad ¿a qué? ¿A quién? Valenciano lo tiene clarísimo: al gran vincitore del Congreso, Rubalcaba y, por cierto, no menos grande perdedor de elecciones y de sondeos sobre intenciones de voto. Lealtad a la persona. No sé si puedo encontrar una propuesta más repulsiva para una mentalidad crítica de izquierda que la de la lealtad al jefe. Es un rasgo que comparten las izquierdas oligárquicas con las derechas: fidelidad canina al baranda, culto a la personalidad. Cabría pensar que, por un milagro del destino, Rubalcaba no fuera lo que es, es decir, un político profesional, más gastado que un billete de cinco euros, sin alternativas, sin carisma, sin popularidad en el electorado. Cabría pensar que, al contrario, es un lider nuevo, brillante, ingenioso, con recursos y fuerza de arrastre, con un proyecto de antemano ungido con el favor de los dioses. Cabría, como cabe pensar que el sol es un copo de nieve. Valenciano debe de ser la única española que cree que Rubalcaba tiene un proyecto armado, incluido, me malicio, el propio Rubalcaba.
En la izquierda somos leales a las ideas, no a las personas. Distinguimos la militancia, el activismo, de la servidumbre. La dignidad de la persona se orienta hacia la lealtad a los ideales y los principios, por los cuales hasta la vida puede darse; no tiene nada que ver con la supeditación a los caprichos y humoradas de un jefe, por muy jefe que sea y muy democrática y convincentemente elegido que haya sido. Y de eso, en el discurso de Valenciano, no hay nada, lo cual pone de manifiesto igualmente, el destino que aguarda a la última maniobra táctica de Rubalcaba para ganar tiempo: el olvido.
Muchos pensamos que la mejor forma de ser leal a las ideas es no serlo a quienes dicen encarnarlas. Pero de esto, Valenciano no entiende ni pum. Por ejemplo, parte del principio incuestionable de la fidelidad de Rubalcaba al acervo ideológico del PSOE. Ni se le ocurre preguntar si a su vez Rubalcaba es leal a ese acervo o si está secuestrando la voluntad del partido. ¿Es leal al PSOE convertirlo en un partido dinástico, monárquico, unitarista, contrario al derecho de autodeterminación y acomodado a la preeminencia de la iglesia sobre el Estado?
Ese mandar callar tan molesto no afecta solo a los militantes socialistas sino que trata de extenderse al conjunto de la ciudadanía, como negando a esta el derecho a opinar sobre las peripecias del PSOE. Esa obsesión con que las diferencias se ventilen en el ámbito interno y no se manifiesten en el exterior equivale a olvidar que los partidos son criaturas de los ciudadanos y que se deben a estos en quienes hay un derecho obvio de fiscalizarlos, analizarlos y criticarlos si llega el caso, aunque no les guste. Porque se financian con dineros públicos