visto que desprecia al Parlamento, en el que solo comparece cuando literalmente no le queda otro remedio y en donde se aplica implacable el rodillo de la mayoría absoluta de sus diputados. ocasionalmente convertidos en energúmenos y genízaros cuando alguna intervención les disgusta;
visto que el andoba engaña y miente descaradamente cada vez que habla, que en su última comparecencia mintió en los datos sobre el déficit, que no será del 7% sino de más del 10%, según la Comisión europea, que es la que manda aquí;
visto que siguió mintiendo sobre los datos de crecimiento y paro, siempre según la Comisión, y que no dijo una sola verdad en su comparecencia;
visto que se niega a aclarar fehacientemente qué relación tuvo y tiene con el presunto chorizo Bárcenas y que se niega a explicitar cuánto cobra y ha cobrado en el pasado, de qué procedencias y con qué finalidades;
visto que también se niega a explicar qué grado de responsabilidad personal tiene en la trama Gürtel;
visto todo lo anterior es obvio que la oposición está políticamente obligada a presentar una moción de censura y obligar al menda a responder a las preguntas que se le hagan en su curso y que debieran ser menos ambiguas y escurridizas que las del debate sobre el estado de la nación. Se trata de aclarar de una vez por todas si el presidente del gobierno es una persona honrada, como él afirma, o un sinvergüenza que ha estado cobrando dineros ilegales, como sospecha mucha gente.
Es verdad que esa moción de censura se perderá. Pero traerá una victoria política al evidenciar ante la opinión pública qué puede esperar de un gobierno carcomido por la corrupción. A la vista de este inevitible resultado, si al gobierno y a su presidente les quedara un ápice de dignidad, dimitirían de inmediato. Pero eso es mucho esperar. Rajoy ya ha dejado claro de palabra y obra que no sabe qué sea la dignidad, como no sabe qué sea el honor o la fidelidad a la palabra dada. Ha dejado claro que su misión es quedarse los cuatro años gobernando a favor de los bancos y en contra de la gente pase lo que pase y sin aceptar responsabilidad ninguna por sus continuos fracaso, sus mentiras y sus presuntas corrupciones. Es decir, no dimitirá jamás. Hay que echarlo.
La impotencia de la oposición para restablecer la democracia en España es evidente. Y, sin embargo, tiene en su cajón un arma potentísima, un arma de último recurso que obligue a este sujeto a dimitir. No hace falta que pida perdón por los desastres ocasionados, la misería, los suicidios; basta con que se vaya de una vez y deje que el país lo gobierne alguien más competente y menos corrupto. Ese arma es una repetición de la famosa retirada al Aventino, de los plebeyos durante la República romana, repetida veinte siglos después por la oposición democrática frente al fascismo de Mussolini en Italia. Desde luego, si ir al Congreso de los Diputados solo significa asistir a la mentira, el engaño, el atropello de la democracia y el reinado de la sinvergonzonería y la corrupción sin poder hacer nada, quiere decir que, les guste o no, los diputados de la oposición serán cómplices de esta situación y estarán legitimándola. Por ello, de seguir las cosas así, estos representantes del pueblo deberían dejar de asistir a las sesiones parlamentarias. Reunirse, sí, en otro lugar y negarse a participar en la farsa montada por el PP y el gobierno y cuya manifestación más evidente a la par que ridícula son esos aplausos unánimes, franquistas, que los diputados de la derecha tributan en pie a su lider como si, en lugar de balbucear un discurso literalmente trufado de mentiras, insultos y necedades, fuera la exposición de un futuro preclaro.
Idos al Aventino y dejad el Parlamento en manos del fiel rebaño de beneficiarios directos e indirectos de esta política de embustes y expolio del neofranquismo. Si el gobierno no tiene la dignidad de irse, la oposición debe tener la de no quedarse.