Menudo gatuperio el del PP. Aquí cobraba en negro hasta el apuntador. Bueno, ese, en azabache bruñido. Y todos negando como un solo hombre la existencia de los sobres evanescentes, como los jaguares en los garajes de los neoliberales amigos de lo ajeno. Todos, tampoco. Solo Sáez de Santamaría. A Cospedal no le constan los sobrecitos. Pero como tampoco le constaban los 7.000 euros que olvidó consignar en su última declaración, a lo mejor no le constan pero son. Y Rajoy ha respondido crípticamente ¡Sí, hombre!, lo cual no es decir nada. ¿Ha recibido en algún momento el presidente del gobierno sobres barcenescos? ¿Sí o no? Una pregunta muy pertinente habida cuenta de la larga relación existente entre Rajoy y el primero gerente y luego tesorero de su partido. Y algo habrá, piensan no ya los malpensados sino hasta las almas de cántaro, cuando, tras forzar la dimisión de Bárcenas como tesorero y senador, Rajoy le ha mantenido todos sus privilegios en la sede del PP: coche, chófer, despacho, secretaria. Todo a cargo del erario público.
Suena a chantaje, como bien apunta El Mundo. Pero ¿puede un país tener un gobierno sometido a extorsión por un presunto delincuente? ¡Y qué presunto! ¿Saben lo más indignante de la hacienda en la Argentina, si es cierta? Alguien capaz de llevarse el dinero a raudales ilegalmente e invertir en el extranjero, creando allí miles de puestos de trabajo que faltan aquí desesperadamente. Estos delitos de evasión, ocultación, fraude, blanqueo, tienen unas víctimas evidentes y numerosas.
Junto al bombazo del PP, que trae en su seno una crisis de gobierno, si no de algo mayor, la rapiña de calderilla del PSOE en la fundación Ideas. Escandalizarse por 600.000 euros cuando el Ayuntamiento de Madrid paga 50.000 al año a un menda sin calificación alguna como asesor pero con funciones 007, más propias de un agente en el exterior o de espía, es bastante hipócrita. Pero, bueno, se trata de la izquierda, que parece ser de menos mangar, aunque igualmente sensible a los encantos del enchufe. No obstante, si lo de El Mundo es cierto, en esa Fundación procede zafarrancho de limpieza, dimisión colectiva y nombramiento de una gestora para encarrilar el asunto.
Hay un clima general de corrupción en el país. Cada vez que veo esas fotos de Pekín oscuro a mediodía como en una toma de Blade runner, pienso que la atmósfera política en España es igual. O peor. La casta política es bastante corrupta, aunque no toda; cuanto más a la izquierda, menos corrupción. Las instituciones están viciadas o vacías de contenido. La vida social rebosa de casos de delincuencia de personajes públicos, privados y en la zona umbría de lo público y lo privado, en donde se mueven esos partidos políticos cuyo prestigio no puede caer más bajo.
En esta situación, es muy de apoyar la iniciativa de Antonio Avendaño en su columna de Público, titulada Una cosa que se puede hacer ya mismo, consistente en volcar toda la contabilidad de los partidos en sus páginas web a consulta abierta de los ciudadanos en régimen 2.0 Es muy buena idea. Modestamente, la proponía Palinuro en un libro de 2010 pero para todas las administraciones públicas: todos los presupuestos y sus detalladas ejecuciones de las administraciones abiertas a consulta de los ciudadanos en sus páginas web.
Los analistas, los expertos, los propios políticos interesados hablan y hablan sobre la necesidad de refundar el capitalismo, reformar el sistema, proceder a un proceso constituyente. Estas propuestas (quizá la última no tanto) parten de la necesidad de reformas políticas e institucionales para regenerar la democracia española. Posiblemente. Pero se quedan muy cortas. Lo necesario ahora es una reforma moral. Porque si reformamos las instituciones pero no el espíritu de quienes las gestionan, no habremos hecho nada.
Tómese el ejemplo de la cultura de la dimisión. Un país en el que el ministro de Justicia indulta a un homicida condenado por los tribunales sin otra razón aparente que el hecho de haber sido defendido por el despacho en donde trabaja su hijo y no dimite, no es un Estado de derecho. Cuando no se dimite ante consecuencias mortales de la propia ineptitud, como en el Ayuntamiento de Madrid o por imputaciones en causas penales, realmente hay un problema de principios morales.
El umbral de tolerancia de la corrupción de la sociedad española es muy alto. Ha de salir ese vergonzoso asunto de los sobresueldos para que empecemos a cuestionar la forma como los políticos se autoasignan sus fabulosas retribuciones. ¿Qué diferencia hay entre cobrar sobresueldos (o sueldos en sobres) o dobles sueldos, como hacen Rajoy y Cospedal, entre otros? Ninguna salvo que los primeros son dineros opacos, negros y los segundos vienen de una triquiñuela legal pero moralmente indefendible: el partido paga un sobresueldo a Rajoy y Aguirre por encima de su retribución en el cargo porque sí, con luz y taquígrafos, universalmente admitida, pero no defendible moralmente hablando y menos cuando Cospedal despoja de su salario a los representantes en la Asamblea. Dicho con total claridad: es inmoral acumular dos sueldos cuando se priva a otros del suyo único.
Este alto umbral de tolerancia a la corrupción viene de los tiempos de las vacas gordas de la burbuja inmobiliaria. Entonces se veía normal que un alcalde de un pueblo ganara tanto como el presidente del gobierno. Hoy eso se ve como un disparate. Pero se sigue haciendo. Hoy también se ven como disparates esas retribuciones estratosféricas que se autoasignaban los consejeros y barandas de las cajas a cuya ruina habían contribuido denodadamente. Se ven incluso como delitos y comienzan a perseguirse. Pero ya veremos. Todo esto es una prueba del espíritu reinante, del clima moral e intelectual que es preciso cambiar. Es una reforma moral para la cual, me temo, estamos muy poco preparados porque nuestra visión de la sociedad es parecida a la del tiburón. Una visión neoliberal.