Palinuro se siente a veces como Mesonero Romanos que, además, se llamaba Ramón, y se echa a las calles de ese Madrid, destartalado poblachón manchego, en busca de emociones. Y vaya si las hay. El ministerio de Educacion y Cultura apadrina una exposición titulada La moda es sueño. 25 años de talento español. Ya en el título ruge el león patrio: talento español. En otro lugar se habla de la inevitable marca España. Son las consignas del poder que tienen tanto que ver con la realidad como un cuento de Andersen. La iniciativa debe de venir de las dos comisarias, Isabel Vaquero y Lucía Cordeiro, dos damas a quienes no conozco pero a las que auguro brillante porvenir. La idea es simple: distribuir por todas las salas del fabuloso museo Cerralbo maniquíes ataviados con las creaciones más brillantes de l@s modist@s españoles de postín en los últimos 25 años.
Las gentes de ánimo ortodoxo se escandalizarán al ver cómo se mancilla el solemne espíritu del palacio, la severidad de la mayor parte de su pintura, la gravedad de sus armaduras, la solemnidad del comedor, la suntuosidad de la sala de baile o la seriedad de la biblioteca. Pero, en verdad, es una muy buena idea. Los maniquíes no molestan nada, están muy bien integrados, parecen un grupo de visitantes algo desperdigados, procedentes de la estratosfera y que uno va encontrándose por las salas. Además, atraen a un montón de gente, lo que siempre es bueno para la cosa de la cultura, pues algo se nos pegará. Nunca había visto tan concurrido el Cerralbo. Éramos dos tipos de visitantes claramente diferenciados, quienes íbamos a ver el museo y quienes iban a ver la moda. Debíamos de interesarnos mucho porque no dejábamos de mirarnos mutuamente. Los de la moda parecían más bien figurines y los del museo debíamos de parecerles a ellos aldeanos.
Tampoco es para ponerse exquisito. El museo Cerralbo es muy original porque en él se funden el continente con el contenido. Y no es propiamente un museo porque todo cuanto hay en él le pertenece, forma parte del palacio como lo hizo construir sobre sus propios planos el marqués de Cerralbo en la esquina de Ventura Rodríguez con Juan Álvarez Mendizabal, para dar cobijo a sus colecciones de monedas, de lienzos, de libros, de armaduras, de objetos extranjeros procedentes de sus viajes y algunos exóticos, del extremo oriente, adquiridos en París. La casa no tiene más espíritu que el que pueda tener una casa aunque, claro, construida y equipada con un lujo sin parangón en Madrid, salvo las estancias reales o, supongo, el palacio de Liria. Los maniquíes están ahí tan ricamente y hasta alegran un poco ambientes agresivos, como la sala de armas.
Este marqués de Cerralbo, un carlistón empedernido, actuaba como un representante del pretendiente en la corte. No sé si era de un carlismo más o menos montaraz, pero anduvo conspirando contra don Cándido Nocedal, si bien se mantuvo fiel a la causa hasta la primera guerra mundial. Era hombre muy culto, incluso versificaba, Hizo una edición de sus poemas que tuvo el muy aristocrático detalle de hacer editar póstumamente. Era numismático, criador de reses, entendido en pintura y en artes menores como la cerámica o la armería. Fue asimismo aficionado a la arqueología. Pero sobre todo fue coleccionista, acaparador, voraz coleccionista. Le gustaba vivir en un museo y se hizo construir una casa museo, literalmente abarrotada de jarrones, bargueños, columnas, armaduras, panoplias, sofás, sillones, cornucopias, relojes, vitrinas. El cristal de Murano, la porcelana de Sajonia, la de Sèvres, los salones imperio, la chinoiserie. Todo abigarrado y algo atosigante. Pero, en fin, era su casa.