dimarts, 29 de gener del 2013

A las puertas del infierno.

El caso Gürtel/Bárcenas es descomunal. Responde a todos los esquemas interpretativos de la corrupción: la teoría de la mancha de aceite, la de la bomba de relojería, la de la traída y llevada manta, la de los colores de la corrupción (blanca, marrón y negra), la del ventilador, la del sálvese quien pueda, la de la venganza. Este caso de corrupción tiene tantas ramificaciones, tal calado en el tiempo y en el espacio y afecta a tal cantidad de personas de relieve político, económico y social que se confunde con la realidad misma. Y eso sin contar las cantidades cienmillonarias, quizá milmillonarias defraudadas, indebidamente apropiadas, malversadas.

Es, además, un asunto con una intensa carga emocional. El fenómeno en sí produce indignación y consternación en concreto el hecho de que se vean afectadas las más altas instituciones del Estado: la Corona, el Tribunal Supremo, el Gobierno y el Parlamento. En estas condiciones el Estado de derecho es muy problemático. Si a ello se añade que el único condenado hasta la fecha en el caso Gürtel es el juez que inició la investigación, se entiende el clima de fuerte tensión reinante.

Frente a este asunto, el caso de la Fundación Ideas, del PSOE es peccata minuta. No se trata del partido del gobierno, ni del gobierno, ni de los legisladores, ni de jueces o magistrados, ni de un miembro de la familia Real. Tampoco se trata de cientos de millones de euros. Se trata de una pareja de empleados de una institución que han decidido lucrarse indebidamente con un ardid rocambolesco, extraído de la trama de una novela, de inmediata aparición, escrita por la parte femenina del dúo. Un lucro cifrado en 50.000 euros. Calderilla para la Gürtel; la propina del guardacoches. Además, cuando la novela salga a la venta, seguramente se venderá como rosquillas. La autora se compensará por el mencionado lucro cesante y ya no estará obligada a escribir artículos en inglés y español sobre el cultivo de dátiles en Mauritania.

El caso Bárcenas es más de lo que el gobierno puede digerir a pesar de su mayoría absoluta. El nombre de Rajoy aparece en una cuenta suiza de Bárcenas; los recibís en poder de este ponen contra las cuerdas a una cantidad indeterminada de altos cargos; sus temibles cuentas parecen estar en relación con la financiación de la campaña electoral del PP en 2008; la lista Falciani, cuyo contenido empieza a conocerse lentamente, contiene nombres de políticos y empresarios suficientes para hacer saltar aun más de indignación a los ciudadanos.

No, no es posible tapar ni diluir el caso Bárcenas porque es un proceso abierto al sistema político surgido de la transición y secuestrado por los partidos, singularmente, los dinásticos. Ciertamente esa falla no es generalizable por igual a todos ellos. Ni siquiera al segundo dinástico, el PSOE, hoy en la oposición. Los socialistas han tenido y tienen episodios de corrupción. Pero nada comparable a la que afecta al PP en el que parece tener carácter estructural. Porque allí donde no alcanzan los tentáculos del núcleo corrupto de la Gürtel, como en Castellón, Ourense o las Baleares ello se debe a que han erigido sus propias estructuras clientelares, caciquiles, corruptas.

Gobernar como Dios manda ya no es gestionar "razonablemente" la realidad, aplicar "sentido común" a una realidad "previsible" de un modo "normal". Gobernar es luchar por mantenerse de pie sin saber de dónde vendrá el próximo golpe, si del exterior en forma de algún nuevo desaire a España o del interior en forma de alguna decisión de los tribunales que obligue a las autoridades a revocar sus normalmente drásticas decisiones; si de la rebelión creciente del catalanismo o de la contumacia de otras comunidades no nacionalistas; si de una posible revelación de Bárcenas o de una querella por presunta comisión de delitos.