dijous, 25 d’octubre del 2012

Dos discursos

España tiene un lío territorial fenomenal. Y no de ahora. De hace años. Siglos, quizá. Un lío que unas generaciones pasan a otras como un deber cívico-religioso, como la peregrinación a La Meca. Un lío que todas las generaciones tienen que desenredar, les guste o no les guste porque es muy de ver cómo una de la formas propuestas para desenredar el lío consiste en decir que no hay lío pues no es sino una invención del nacionalismo, como si el nacionalismo fuera un ente alienígeno que invadiera un territorio parte de la Patria, al modo como lo hace la langosta o las termitas, cuando el lío es precisamente el nacionalismo y no solo el sedicentemente periférico sino todo él; el español, el primero.
El discurso de Aznar en la entrega del premio FAES a la Libertad a Vargas Llosa ha sido un ejercicio de nacionalismo español en pie de guerra. Se acabaron las contemplaciones. Aquí no se independiza nadie y quien lo intente, que se atenga a las consecuencias, una de las cuales será la fragmentación de su territorio. No es frecuente esta aseveración tratándose de Cataluña, pero se hace muy visible en el País Vasco en una hipotética situación en que Guipúzcoa y Vizcaya se declararan independientes pero Álava no. Situación interesante pero no ahora pues Aznar ni considera la posibilidad. De independencia, nada. El nacionalismo es aleve, desleal, traidor y, por tanto, corresponde una reforma del Estado para desnacionalizarlo catalán y renacionalizarlo español. La españolización de los niños catalanes de Wert con algo más de fanfarria.
El deseo de Aznar es legítimo, desde luego, pero no necesariamente aceptable, ni siquiera racional. Su base es negar el derecho de los nacionalismos a alcanzar su objetivo último, en el fondo, a existir. Y eso es injusto, como lo sería que alguien negara al muy obvio nacionalismo español de Aznar el derecho a existir, lo cual no debe confundirse con el derecho a imponerse, que no es lo mismo, aunque la derecha de Aznar así lo piense.
Sé que no es grato tener la nación de uno perpetuamente cuestionada en su legitimidad y entiendo la irritación de la derecha al comprobar que parte de la izquierda no secunda su discurso nacionalista español. Sería bueno que la derecha entendiera la razón de la actitud de la izquierda. Es muy sencilla. Se basa en la definición de nación que hace el fundador del conservadurismo, Edmund Burke: una nación es un pacto entre los muertos, los vivos y los que están por nacer. De acuerdo. El problema es que parte importante de los muertos españoles no pueden pactar nada porque nadie sabe en dónde yacen, enterrados en fosas comunes por sus asesinos que a continuación impusieron su concepto de nación mancada -y siguen haciéndolo- a los vencidos y asesinados. Y mientras esto sea así y no se reconozca el derecho de los cientos de miles de compatriotas asesinados a la rehabilitación plena, la nación española estará tarada por un sesgo de partido inaceptable para muchísima gente.


A su vez, mucha de esa muchísima gente está en la izquierda. No toda. También hay gente que lucha por la memoria histórica y no es de izquierda y gente de izquierda, incluso en el PSOE, que no es partidaria de la memoria histórica. Da la impresión, a juzgar por el giro conservador que ha dado el socialismo desde la elección de Rubalcaba, de que hasta se opone a ella. Son los mismos -y es lógico pues lo hacen con el Secretario General a la cabeza- que han convertido por la vía de hecho el PSOE en un partido dinástico con dejación de la reivindicación republicana. Por si fuera poco, el lío territorial quiebra la unidad del PSC en un sector catalanista y otro españolista. Ello prueba que el nacionalismo no es una invención o un capricho de algunos desalmados para fastidiar a Aznar, sino un sentimiento profundo que anida en el espíritu de muchos catalanes con el mismo, exactamente el mismo, derecho con que otro similar anida en el pecho de muchos españoles pero hacia otra nación.
Esa indeterminación del PSOE en relación al lío territorial es uno de sus handicaps en su juego electoral. Tiene razón Aznar cuando desprecia las ofertas federales sosteniendo que ni quienes las proponen saben definirlas. Es justamente el caso de la propuesta federalista del PSOE, tan concreta en su diseño como el Reino del Preste Juan. El otro handicap es el de su aún muy reciente tarea de gobierno según pautas neoliberales en poco distintas de las de la derecha, lo cual resta a su candidato todo el crédito ya que fue ministro de aquellos gobiernos, como también lo había sido en los del ya mítico Felipe González.
Comparece, pues, a regañadientes, el secretario general Pérez Rubalcaba, en busca del crédito perdido, como Katharina Blum buscaba su honor también perdido, y formula un discurso perfectamente legítimo, como el de Aznar en lo suyo. Hace ocho meses sus compañeros le confiaron un mandato de cuatro años y piensa cumplirlo pues es partidario de que los mandatos se cumplan. Y es sincero. Pero que sea sincero no quiere decir que sea racional, quizá ni siquiera ético.  
Veamos. No es solamente del descalabro electoral del PSOE en Galicia y el País Vasco de lo que debe hablar Rubalcaba  ya que este no es causa en sí mismo sino efecto de otras causas. El dicho descalabro es un indicador de hasta dónde llega de momento el hundimiento del PSOE en el aprecio público, cosa perfectamente conocida a fuer de medida en encuestas, sondeos y barómetros. El personal no confía en Rubalcaba en una proporción del 85% y la intención de voto del PSOE sigue a la baja espectacularmente. Son esos ocho meses de oposición "responsable", muy parecida a una ausencia de oposición los que dan los resultados gallegos y vascos. En esas condiciones medio partido le pide -muy en abstracto, que la disciplina es un punto, sobre todo cuando ha de significarse uno criticando al jefe- que "haga algo", "algo contundente", "un giro substancial" y otros eufemismos. Y lo que hace es salir diciendo que va a agotar los cuatro años haciendo lo mismo.
Dentro de un mes hay elecciones en Cataluña. Si los resultados del PSC son tan desastrosos como estos dos redoblará la presión sobre el hombre tranquilo para que haga algo más y volverá a negarse sosteniendo que las cosas van bien, que las cosechas llevan su tiempo. ¿Y si no es así? ¿Si la mies cae en tierra pedregosa, si el tumulto político agosta las plantas al germinar? Pues entonces habrá que convocar un congreso, unas primarias y elegir un candidato a la presidencia del gobierno a quien quizá no conozca nadie (como casi nadie conocía a Zapatero) y poquísimo tiempo para fajarse en  la lucha. Una fórmula fantástica para perder las elecciones.