dimarts, 11 de setembre del 2012

La televisión y la calle.

En la inenarrable entrevista de RTVE1 ayer a Rajoy en la que seis periodistas curtid@s apenas atinaron con las preguntas verdaderamente importantes, María Casado, la sustituta de Ana Pastor, le preguntó algo así como si le preocupaba que mucha gente se sintiera irritada o frustrada (no recuerdo qué verbo empleó) por sus medidas, a lo que el presidente respondió que por supuesto, pues sería un irresponsable si no le preocupara.
Esa pregunta y esa respuesta resumen en cierto modo la situación actual y el resultado que se pretende tenga esa entrevista, la primera que concede Rajoy a la RTVE1 una vez la ha conquistado, purgado de sus elementos más "perniciosos" y convertido en un territorio amigo en el que nadie lo pondrá en aprietos. Me parece, incluso, que es la primera vez que Rajoy acude a la RTVE1 en años pues le tenía declarada la guerra desde los tiempos zapateriles. La entrevista vino a ser una manifestación de que, a pesar de encontrarnos en mitad de una crisis gravísima, vivimos en el mejor de los mundos, gracias a su esclarecida guía, su rumbo fijo, su tesón y responsabilidad. ¡Cómo no iba a preocuparle la irritación o la frustración de la gente! ¡Si sabrá él cómo está la calle!
Pues debe de saberlo tanto como el IVA de los chuches. La calle está en estado de indignación permanente, casi de insurrección social. En el plazo de breves días, la gente ha pitado en un par de ocasiones a Dolores Cospedal, una madre ha lanzado una fiambrera a la cabeza a Esperanza Aguirre, la multitud ha abucheado e insultado atronadoramente a la alcaldesa Ana Botella en la Cibeles en el acto final de la Vuelta ciclista, unos agraviados por las preferentes han pitado en la calle a Feijóo y en Valencia otros ciudadanos han lanzado huevos a Alberto Fabra. Estos hechos son inconexos, no están preparados ni coordinados por nadie pero, en su repetición y coincidencia, testimonian un grado alto de irritación entre la población contra los gobernantes del PP.
El carácter duro, arbitrario, despótico de algunas medidas del PP levantan oleadas de indignación. Y tiene que ser así. No es fácil que la población comprenda que quien cobra dos elevadísimos sueldos públicos elimine el salario de los diputados. Sí lo es que reaccione pitando y abucheando ante el carácter irremediablemente provocador de la actitud de Cospedal.
En la televisión, el presidente fue un doctor Pangloss que incluso vaticinó que revertiría las desagradables decisiones que se había visto obligado a tomar por culpa de la desidía y la incompetencia de Zapatero a quien no mencionó ni una vez por el nombre; que volvería a bajar los impuestos y el IVA. La única de los periodistas que formuló preguntas de fondo, Anabel Díez, de El País, le espetó en un par de ocasiones, como de paso, que había hecho lo contrario de lo que anunció y lo desconcertó preguntándole si, por ello, no creía que debía solicitar un voto de confianza en la cámara. Díez podía haber coronado la pregunta recordando el caso del actual gobierno japonés que ha convocado elecciones anticipadas por haber incumplido un punto de su programa electoral.
Respuesta casi segura de Rajoy: "Mire usted, los japoneses y nosotros somos muy distintos porque España y Japón son dos países muy diferentes. Yo respeto mucho a los japoneses, oiga, pero ellos son ellos, ya sabe, muy suyos, y nosotros somos nosotros, muy nuestros. Claro que no pediré el voto de confianza, eso es absurdo." Lo último no es lo que pudo haber dicho sino lo que dijo en realidad. ¡Pedir un voto de confianza por haber hecho lo contrario de lo que prometió en el pograma electoral! ¿En qué cabeza cabe?
En fin, qué entrevista. Qué nivel. Hubo un momento sublime, cuando el presidente explicó al periodista del ABC y, a través de él, a millones de españoles qué sucede cuando ingresas 1.000€ pero te empeñas en gastar 1.500.
Diez meses después de tomar el mando, Rajoy comparece ante la opinión a informar de que le corresponde adoptar una decisión de enorme importancia para 47 millones de españoles que debe sopesar cuidadosamente, razón por la cual, todavía no la ha tomado.
Es lo que se llama el liderazgo.
(La imagen es una foto de La Moncloa en el dominio público).