¿Por qué siguen desconfiando los mercados de España si el gobierno muestra por sus dichos y hechos que hará lo que le ordenen? Respuesta sencilla: porque desconfían del gobierno. Desconfían de que el gobierno pueda hacer lo que dice o incluso lo que dice que hace. Ahora se dará cuenta el PP de que sembrar la desconfianza en el gobierno de un país es atacar al país. Exactamente lo que él hacía cuando el PSOE estaba en el "poder" y Aznar parecía el embajador volante de los malos augurios y argumentaba que atacar al gobierno no era atacar a España. Y sí, lo era, como ve ahora la derecha: al desconfiar del gobierno, las consecuencias las paga el país. Y el gobierno actual tiene la inmensa suerte de que no haya un Aznar del PSOE de gira permanente por el extranjero diciendo que Rajoy es un tal y un cual que lleva el país a la catástrofe.
Efectivamente, si los mercados desconfían el país se va al garete. ¿Y de qué en concreto desconfían los mercados con respecto al gobierno? En primer lugar desconfían de que el gobierno pueda imponerse a las Comunidades Autónomas y obligarlas a cumplir el pacto del déficit. Esta desconfianza tiene una base sólida. Son algunas de las CCAA regidas por el PP las más problemáticas, como Valencia y Murcia, sin dejar muy atrás Madrid, a la que se ha venido a sumar Asturias, que ha iniciado una nueva Covadonga. Una gestión de pompa y boato faraónicos unida a un nivel de corrupción asfixiante ha llevado a Valencia a una situación pavorosa. Igualmente, el despilfarro cesarista de Gallardón en el ayuntamiento de Madrid tiene a la ciudad endeudada hasta sus castizas cejas. Ya solo el traslado de la alcaldía de la Plaza de la Villa a ese espantoso tortel indiano del palacio de comunicaciones, aparte de un mal gusto patético, implica una concepción rumbosa del quehacer público que debiera estar penada por la ley porque la pagan los sufridos ciudadanos.
En segundo lugar los mercados desconfían de que el gobierno pueda gobernar, esto es, ejecutar sus políticas. Con razón. Un gobierno bisoño, embriagado por una mayoría absoluta parlamentaria que toma por un cheque en blanco, tiene prisa, quiere ser expeditivo (para mostrarse expeditivo) y resolver los asuntos por la vía rápida, sin perder el tiempo en negociaciones con la oposición o en consensuar algo. Pero eso es muy malo porque encrespa innecesariamente a la oposición que, si se ve ninguneada en el parlamento, acudirá a los tribunales y puede paralizar cuando no frustrar la aplicación de las políticas del gobierno. Es decir, el gobierno da voces pero las cosas no cambian, aunque será bueno que él aprenda que gobernar, hacer política, es negociar, pactar, acordar; no dar voces.
En el ínterin, por ser la deuda una flecha del tiempo, según este pasa la situación se agrava en un círculo vicioso, infernal, griego, en el que la desconfianza agrava la situación y la situación agravada aumenta la desconfianza. De aquí no se sale porque, además, la eficacia de ese círculo vicioso no depende de una voluntad política sino del comportamiento de unos entes imaginarios llamados "mercados".
Todo el mundo deplora que sean los mercados los que gobiernen y pide con denuedo el retorno a la primacía de la política. Pero eso es imposible en los Estados de la Unión que carecen de la soberanía necesaria y es también imposible en la propia Unión porque esta carece de un poder político propiamente dicho. Políticamente hablando, la Unión es un galimatías pues nunca se sabe si la opinión autorizada es la de los órganos comunitarios o la de Alemania o la del eje franco-alemán que, además, no suelen coincidir. Así, mientras los funcionarios del Banco Central Europeo y los burócratas de Bruselas ya dan por hecha la salida de Grecia del euro, la troika comunitaria vincula la entrega del monto correspondiente del rescate (del que ya había sustraído una parte) a la permanencia de los griegos en la moneda común y la canciller Merkel asegura que no dejará marchar a Grecia, cuna de la civilización. (Por cierto, nadie parece tener las ideas claras sobre qué pasará si un país se sale del euro).
En estas condiciones y aunque la perplejidad de Rajoy aumente, no es nada difícil entender que los mercados mantienen la desconfianza porque así hacen negocio con la deuda española. Ciertamente todo el mundo sabe que, si tiran mucho, la cuerda puede romperse. Pero todo el mundo sabe también que los mejores negocios son los que suponen más riesgo.