dijous, 3 de maig del 2012

Por la libertad de expresion.

Hoy, 3 de mayo, se celebra el Día Mundial de la Libertad de Prensa, estatuido por la UNESCO en 1993 y al que Palinuro se suma de todo corazón. Cree el autor de este blog que la libertad de prensa es una de las formas que toma el derecho sumo, el derecho de todos los derechos, el fundamento mismo de la democracia y el Estado de derecho, la libertad de expresión. Y digo una de las formas porque hay otras en que esta libertad se manifiesta sin que intervenga la de prensa. Por ejemplo, la libertad de creación artística es libertad de expresión. La de hablar en público es también libertad de expresión. O la de culto. Pero, sin duda, la libertad de prensa, al abarcar la de todos los medios de comunicación, es casi coincidente con la de expresión. Si los medios no son libres, la expresión tampoco.
Los más interesados en defender la libertad de prensa, lógicamente, son los periodistas, puesto que incide en su actividad profesional y en su propia vida. Allí donde no hay libertad de prensa (y, a veces, también en donde la hay) la actividad periodística implica riesgos, ocasionalmente mortales. La lista de periodistas asesinados, secuestrados, apaleados, es interminable y merece una reflexión agradecida y solidaria de toda la ciudadanía que se beneficia accediendo a una información que puede haber costado vidas humanas.
Los periodistas, sin embargo, no son los únicos en defender la libertad de prensa. Por la cuenta que nos trae lo hacemos todos los ciudadanos. Y tanto lo hacemos que estamos preparados para defenderla contra los mismos periodistas. Esto no es una paradoja. El máximo garante de la libertad es el Estado de derecho, pero la experiencia muestra que, muchas veces, los peores ataques a la libertad proceden del propio Estado. Lo que está sucediendo en España es una ilustración. Resulta entonces que es preciso defender la libertad frente al Estado, confiando en él mismo, por cuanto es Estado de derecho y porque no queda más remedio ya que no existe contestación satisfactoria a la clásica pregunta de ¿quién vigila a los vigilantes? Pasa siempre. Los mayores ataques a una idea, una institución, proceden siempre de su interior. Los peores ataques a la política vienen de los políticos y los peores ataques a la libertad de prensa vienen de los periodistas.
Y conste que no se trata aquí de los casos muy evidentes de periodistas que son ideólogos y manifiestamente partidistas con un grado de agresividad hacia los demás que hace sospechar de su creencia en la libertad de prensa que no sea estrictamente la suya; periodistas que son sicarios y, a veces, hasta cruzan la línea de la ley y se dejan sobornar con fondos públicos para escribir los discursos a los políticos y alabarlos luego en sus columnas en otros medios (por las que también cobran) y que firman como periodistas. Algo parecido, pero más rotundo cabe decir de aquel periodismo directamente delictivo, como ha resultado ser el de News of the World, perteneciente al grupo News Corporation, del magnate Rupert Murdoch para el que trabaja (o del que, cuando menos, cobra) el expresidente Aznar. A Murdoch acaba de declararlo el Parlamento británico no apto para dirigir su empresa. De Aznar no se ha dicho nada.
Son, en efecto, casos evidentes en los que el ejercicio de la profesión periodística, por su condición sensacionalista, amarilla, difamadora o simplemente delictiva, es una amenaza a la libertad de prensa y, por ende, de expresión. Y no son casos aislados. La cantidad de medios que recurren a prácticas inmorales o ilegales y, por tanto, son un peligro para la libertad de prensa es grande. Es obvio que no se puede encomendar a este periodismo la garantía de la libertad de prensa y que confiar en los códigos deontológicos revela una ingenuidad rayana en lo infantil. Siendo así, los vigilantes deberán ser vigilados por alguien ajeno a ellos y ese será el único garante de aquellas libertades: la opinión pública y los tribunales de justicia.
No obstante, el ataque a la libertad de prensa y expresión más grave proviene del conjunto sano de la profesión periodística que lo hace de buena fe. La Asociación de la Prensa de Madrid publicó anteayer un decálogo de reivindicaciones para el Día Mundial de la Libertad de Prensa que Palinuro comentó en la entrada del día siguiente (Periodismo y democracia), haciendo especial hincapié en la reivindicación de la lucha contra el intrusismo en la profesión y en el evidente tufo a corporativismo que ese planteamiento despide. El concepto de intrusismo, hablando del periodismo, carece de sentido y solo puede emplearse para excluir la libre competitividad (es decir, atentar contra la libertad de prensa y expresión), pretextando una competencia técnica o una protección normativa que, o no son ciertas o no existen. La competencia técnica puede afectar a la práctica y la rutina, pero no garantiza la creatividad, ni la originalidad, ni la profundidad, ni el ingenio, ni muchísimas otras dotes propias del escritor o el creador y que se encuentran repartidas por igual entre los periodistas, los médicos, los abogados, los profesores, los curas, ls militares, los banqueros y hasta los zagales de la majada. Carece de sentido reservar para los primeros el acceso a los medios (que, además, no son suyos, sino de empresarios privados o públicos, cuyo interés es el éxito, la rentabilidad), excluyendo a los demás.
Los argumentos están en la entrada citada como lo está también la crítica al evidente corporativismo de la profesión que, no pudiendo ejercerse legalmente, como sucede con las de abogado, arquitecto, médico, etc., solo podrá darse alegalmente, por la vía de la práctica, por la vía del hecho consumado. Pero se da con claridad. Considérese a título de ejemplo el panorama de las tertulias y debates en los medios audiovisuales. Están literalmente copados por periodistas que también trabajan en la prensa escrita. Es decir, el personal que nutre estos elencos y que suele participar en varios de ellos, prácticamente monopoliza el acceso a los medios audiovisuales por un sistema que, de seguro, solo puede mantenerse mediante una red corporativa y clientelar de intercambio de favores.
El perjuicio para la audiencia es manifiesto: de un lado se le restringe variedad ya que los periodistas que multiplican sus colaboraciones dicen siempre lo mismo, como es lógico y, de otro, se le priva de escuchar las interpretaciones de los hechos procedentes de otros puntos de vista no periodísticos, de los escritores, por ejemplo, o los artistas, o los comerciantes. Los únicos que gozan de cierto acceso privilegiado a los medios son los políticos. Pero esta es una prueba más de corporativismo en la colaboración estrecha entre periodistas y políticos que, a veces, intercambian profesiones. Hay políticos que se encastillan en los medios y periodistas que ejercen de políticos y pueden ser diputados o directores generales con uno u otro partido.
Está en el interés de todos que estos debates tengan un rigor, una calidad que de ningún modo puede dar una visión tan cerradamente corporativista de la actividad. Esto es, garantizar la libertad de expresión que algunos periodistas quieren reservar a su profesión, monopolizar, en suma. Y en esto no se aprecia gran diferencia entre los de derecha y los de izquierda. Lo cual es lógico por cuanto los intereses corporativos son superiores a las afinidades ideológicas.