(Mariano Rajoy, Memorias. Una vida al servicio de la Patria. Editorial Reverencia, Santiago de Compostela, 2030. 348 págs.).
Capítulo VIII: 2012, el año fatídico.
Ya dije en el capítulo 1 de estas Memorias que, habiéndome jubilado, y no teniendo mayores obligaciones, pensaba contar toda la verdad de mis breves meses de gobierno. No me parece justo cargar yo solo con la responsabilidad de la catástrofe que cayó sobre nuestro país durante la que hoy se conoce como la Gran Depresión de la Eurozona y que, en el fondo, se debió a la fabulosa incompetencia de Zapatero y la herencia que nos dejaron los socialistas. No pretendo eludir mi responsabilidad sino dejar en claro hasta dónde llega. Cuando nos hicimos cargo del gobierno de lo que entonces era simplemente España y no este absurdo conglomerado de hoy llamado CNI o Confederación de Naciones Ibéricas, el país estaba en quiebra, a punto de ser intervenido por las autoridades europeas y encaminado a la horrorosa depresión que siguió después, cuando la tasa de paro llegó al 30% y fue necesario prohibir por decreto que las mujeres trabajaran para poder emplear a los varones. Mucho se nos criticó esta medida pero la parte más sana, más cristiana, de mi partido y del país, me felicitó por ello. El obispado me mandó la bendición apostólica con un valiente mensaje de Monseñor Rouco, alabando mi coraje por haber sabido cortar la ola de feminismo agresivo y devuelto las mujeres a su lugar natural en el orden social cristiano: el fogón.
Pero no adelantemos acontecimientos. Mi gobierno tomó el toro por los cuernos, metáfora conocida pero muy apropiada en nuestro caso ya que previamente habíamos declarado que las corridas son un bien cultural patrio. Recortamos lo que pudimos los gastos a base de aumentar impuestos, suprimir subvenciones, rebajar salarios, reducir pensiones, eliminar partidas enteras de gastos de lujo como la educación, la sanidad, etc. Aun así no olvidamos quiénes eran los nuestros y dimos una amnistía a todos los defraudadores, permitiéndoles blanquear fortunas a cambio de una pequeña mordida del 10%. Rescatamos todos los bancos con dinero público, incluso los que nosotros mismos habíamos hundido. Todo esto era lo contrario de lo que había dicho en la campaña electoral, razón por la cual se me acusó de mentir. Otra injusticia más. Cuando se dice que se va a hacer algo y luego no se hace o se hace lo contrario, no se ha mentido; se ha cambiado de opinión. Mentir es afirmar o negar falsamente algo sobre un asunto de hecho. Por ejemplo, si digo que mi déficit es del 1,2% y luego resulta que es el doble, he mentido. Pero no fui yo, sino Esperanza, que no tiene arreglo ni medida para sus ambiciones.
El caso es que, con los deberes hechos, nos pusimos a mirar a Europa que por entonces todavía era un ente político verosímil y no este galimatías actual llamado LED (Liga Europea Democrática) en perpetua lucha con la SED (Sociedad Europea Democrática), pero Europa languidecía. Los franceses habían elegido a un socialista radical, Hollande, un estatista furibundo. Solo quedaba Merkel como faro de nuestra acción y la única a la que podía pedir que presionara al Banco Central Europeo para que financiara el saneamiento de nuestra banca por la vía del enchufe. Por eso aproveché la cumbre de la OTAN, a la que iba Angela, que estaba en una reunión del G-8, para tener una entrevista con ella, pero la muy ladina no se comprometió a nada. No me quedó más remedio que vender en España las buenas palabras de esta rígida teutona como apoyo contante y sonante. Entre tanto, Hollande, más papista que el Papa, como buen socialista, quiso que el G-8 debatiera la cuestión del rescate a España y yo me vi obligado a declarar que los bancos españoles no necesitaban rescate alguno, lo cual no era compatible con el hecho de que estuviera pidiendo fondos del BCE.
Y eso no fue lo peor de aquella desagradable jornada. Mientras llegábamos a Chicago, famosa ciudad de gangsters, Margallo me venía volviendo loco con la necesidad de encararse con los ingleses de una vez y de recuperar Gibraltar. Yo creía que iba de broma pero el hombre hablaba en serio pues nos veía como la generación que devolvió a la Patria su integridad territorial, y ya había echado por delante a la Guardia Civil. Esa noche soñé que Cameron en realidad era el almirante Nelson y en la cumbre de la OTAN recordaba con una sonrisa que el cabo Trafalgar está muy cerquita de Gibraltar, al otro lado del estrecho.
Y no fue lo que más disgusto me causó, no se crea el lector. Mientras volábamos sobre los Estados Unidos me llegó la noticia de cómo Esperanza y los valencianos habían mentido con el déficit. Hubiera podido tomarme la revancha de los muchos berrinches que Esperanza me ha producido. Bastaría con que dijera que no hay derecho a mentir a los ciudadanos y que el que la hace la paga. Hay quien dice que si no lo he hecho es porque yo miento más que Aguirre y Cospedal juntas. Pero eso no es cierto. No lo hice porque siempre ha sido norma mía en la vida no aprovecharme de la debilidad del adversario. Por eso, al bajar del avión en la ciudad de los rascacielos dije que, en definitiva, unas décimas más o menos en el déficit no eran asunto relevante.
También me enteré de que, en mi ausencia, Gallardón se fue a Intereconomía a poner por las nubes a Franco y a su suegro, el ministro falangista Utrera Molina; Wert dejó la Educación para la ciudadanía convertida en una crestomatía cristiana; Fernández Díaz estaba dispuesto a llevar a las Vascongadas a todos los presos etarras; Montoro amenazaba con mandar los corchetes a las Autonomías y Guindos decía a quien quería oírle que no quedaba un ochavo en las arcas públicas. Siempre creí que mi gobierno no era un gobierno de verdad sino un ramillete de personalidades peculiares, en fin, eso que los castizos llaman grillaos. Pero nunca tuve tan claro que tenía que cambiarlo como cuando llegué a la entrevista con Merkel.
Pero, sabido es, no me dio tiempo. Al poco de la intervención de España, se produjo la rebelión de los Jovenes persas dentro del partido, este desapareció y en el que emergió en su lugar, el PERUN (Partido Español Religioso Unido Nacional) no había lugar para alguien como yo, moderado y representante de la derecha posibilista. Esta de ahora es una derecha doctrinaria y militarizada y sus frecuentes desfiles por las calles con sus uniformes hacen temer lo peor respecto a la estabilidad de la Confederación Ibérica. Es muy amargo comprobar que los españoles nos hemos quedado sin Patria porque esta ridícula Confederación no es nada. Son los reinos de las cibertaifas. Y todo debido a nuestra mala cabeza. Entre ellas, la mía, aunque no tanto como sostienen mis enemigos.
(Continuará.)
(La imagen es una foto de La Moncloa en el dominio público).