Mingote era un hombre muy de derechas. En determinadas cosas francamente reaccionario. Pero tenía sentido del humor (le dedicó su vida) y una especie de honradez natural que le hacía interesarse por los puntos de vista de los demás. Retrató el franquismo y lo hizo con tanto realismo que sus dibujos adquieren el doble valor de ser testigos de una época y documento de ella. Y no solo el franquismo, también la transición y la democracia subsiguiente. Sus dibujos son una crónica de cincuenta años de la vida del país.
Mi madre, que era lectora del ABC no porque fuera monárquica sino porque decía que era el diario menos fascista de todos, era muy aficionada a Mingote y celebró mucho uno de ellos en los tiempos del impacto del Concilio Vaticano II, del que se hablaba sin parar en España porque parecía ir contra el nacionalcatolicismo. En el dibujo se veían dos señoras bien, endomingadas, a la entrada o a la salida de misa y una de ellas decía: "Sí, pero al cielo, lo que se dice al cielo, iremos los de siempre." Le servía, a mi madre, digo, para demostrar la contumacia de la derecha española y estuvo años valiéndose de él.
Siempre he tenido a orgullo que Mingote me dedicara un chiste que reproduzco a la derecha. Corría el año 1993 y así queda probado que algunos llevamos luchando contra ese vicio nacional del ruido hace mucho tiempo. Poco a poco se va admitiendo que la contaminación acústica es un vicio o, incluso, un delito. Al principio, a los que protestábamos por el ruido nos miraban como a excéntricos, algo chalados y maniáticos, cuando no directamente como a antiespañoles. El patriotismo español es extraordinariamente vocinglero. Me dedicó otro chiste, aunque no expresamente, como este, poco después a propósito de un episodio chusco que me ocurrió en el Congreso de los Diputados con una novia que tenía por entonces. Era un chiste muy divertido pero, por desgracia, no lo tengo.