Nunca es tan evidente la distancia entre lo que dice y lo que hace la derecha como cuando enarbola la bandera dizque nacional y entona melopeas patrióticas, hablando de España, unidad de destino en lo universal, madre de naciones, fundadora de imperios, orgullosa de su independencia, celosa de su soberanía nacional. Es la retórica del nacionalismo español. La práctica no solo es distinta; es lo contrario. La derecha está siempre dispuesta a sacrificar los intereses nacionales si no coinciden con los suyos de clase, casta o grupo. Franco, por no irnos más atrás, a Alfonso XII, educado en el extranjero, en París, Ginebra, Viena y Sandhurst en Inglaterra, discurseaba sobre la grandeza de la Patria y la gloria de su ejército, que él capitaneaba como invicto caudillo. Había añadido al escudo nacional la leyenda Una. Grande. Libre. Era un militar patriota. Basta leer su novela Raza, pasada al cine por José Luis Sáez de Heredia, primo de José Antonio Primo de Rivera, para darse cuenta de ello. La Patria, identificada continuamente con la madre, es el único horizonte al que el bravo militar consagra su vida.
No es solamente que la gloria del ejército español deba residir en el hecho peculiar de no haber ganado una sola guerra en los últimos 300 años, es que el propio general firmó un tratado de asistencia mutua con los EEUU en 1953 por el que cedía zonas del territorio nacional a los estadounidenses para usos militares, es decir, renunciaba a la soberanía nacional en las famosas bases, donde el Estado no tenía jurisdicción de ningún tipo. Tal situación produjo algún hecho chusco, como de película de Berlanga, cuando en un accidente entre dos aviones gringos cuatro bombas termonucleares cayeron sobre Palomares, en Almería, lo que daba a España el privilegio de ser el segundo país del mundo en ser bombardeado por los EEUU con bombas atómicas, si bien es cierto que por accidente. Ello obligó al recientemente fallecido Fraga a darse un baño en la zona para demostrar la inocuidad de las aguas.
La cuestión de la soberanía nacional es especialmente amarga en España que reivindica como propio el Peñón de Gibraltar bajo soberanía británica desde que en 1713 cediera a Gran Bretaña el territorio a perpetuidad. Es una espina de la política exterior de todos los gobiernos españoles, sean del color que sean. Pero así como las izquierdas entienden la complejidad del problema y buscan soluciones pacíficas, la derecha suele encenderse en ardor patriótico y hace el ridículo pues España no está en situación de reñir a Inglaterra la soberanía del Peñón mediante la ultima ratio.
Algo parecido a Franco, aunque en clave menor, le pasaba a Aznar. Agregio patriota, ordenó izar en la madrileña Plaza de Colón una banderaza borbónica de tamaño descomunal. La idea le había venido de la que hay en El Zócalo, frente al palacio presidencial de México. Eso no obstante, no tuvo el menor inconveniente en ponerse al servicio de los Estados Unidos en todo, hasta el extremo de causar una división en la Unión Europea y arrastrar su patria a un guerra que no solamente era ilegal y criminal sino, a los efectos españoles, de todo punto utópica ya que el país carece de capacidad estrictamente militar para mantener un frente de batalla a diez mil kilómetros de distancia. Es decir, el apoyo de Aznar a la guerra del Irak era político y no militar. Le sirvió a él para poner los pies en una mesa del rancho de Bush y a España para hacer el ridículo una vez más.
Llega ahora la crisis. Gobierna el país la derecha. Rajoy se ha hartado de decir que España es "una gran nación" y que a él nadie le diría lo que tenía que hacer y el resultado ha sido que España será una gran nación pero, según su propio diagnóstico, está en la UVI y él ha hecho lo que le han dicho, incluso tratando de hacer otra cosa. La Kanzlerin, que más parece una Kaiserin, le envió el domingo un procónsul para tomarle la lección que el aventajado pupilo aprobó, no sin que se le recordara que tendrá que seguir metiendo la tijera.
Así que, al día siguiente, el atristado presidente cantó la palinodia ante el Comité Ejecutivo Nacional de su partido con el semblante que pinta la foto. Lo hizo por dos vías que domina a la perfección: echó las culpas a la herencia zapateril y cargó sobre los hombros de los sufridos ciudadanos de las clases medias y bajas la responsabilidad de sacar el país de la crisis a base de sacrificios. Las clases medias y bajas, no las pudientes a las que, al contrario, regala una amnistía fiscal infumable moralmente hablando; no a la iglesia católica, cuyos privilegios, canonjías, subvenciones, exenciones, prestaciones y donaciones no se cuestionan. Son los intereses de clase, de casta, de culto y clero los que prevalecen. No los nacionales.
(La imagen es una foto de La Moncloa, bajo licencia de Creative Commons).