Los datos del Estudio General de Medios lo dicen claramente: los españoles pasan de media al día 237 minutos delante del televisor, prácticamente cuatro horas, la sexta parte del día. Luego dicen que no tienen tiempo de nada. En el extranjero sucede lo mismo; no se trata de una peculiaridad española. Ni siquiera es peculiar la baja calidad del producto, pues la TV viene a ser igual de mala en todas partes. Ningún otro medio concita tanta atención ni dispone de tanta gente al mismo tiempo. Por eso la codician los políticos, los curas, los empresarios y todos cuantos dependen de la publicidad y la propaganda. La TV es la esfera pública por excelencia antes del ciberespacio. A la llegada de este, se ha adaptado haciéndose digital, pero entrando en un terreno interactivo que ya no garantiza la tranquilidad de antaño, cuando el mensaje era en una sola dirección y los receptores no respondían.
Esa esfera pública de la llamada Política 1.0, esto es, unos hablan y otros escuchan, callan y votan es el genuino de la televisión y el que sigue siendo predominante. Es el ámbito de la verdadera batalla política, el que todos luchan por conquistar porque es a través del cual se justifica el poder. De los infinitos estudios sobre el llamado fenómeno Berlusconi (o de cómo un payaso puede convertirse en primer ministro y corromper un sistema politico) lo generalmente admitido es que no hubiera sido posible si Il cavaliere no controlara la televisión italiana prácticamente al 100%.
En España hay una diferencia notoria entre la izquierda y la derecha respecto a la TV. Zapatero dejó la RTVE en el estadio más cercano que haya alcanzado jamás a la neutralidad, imparcialidad y profesionalidad que se invocan siempre como deseables pero nunca se hace nada por conseguir. No nombró comisarios políticos para dirigirla y no consta que haya habido casos de presiones o manipulaciones desde el poder ni, por supuesto, se han dado sentencias de los tribunales parecidas a la que se ganó Urdaci en tiempos de Aznar. Desde un punto de vista ético la regulación zapaterina es encomiable: desde otro político probablemente sea un desastre.
Actitud inversa es la que adopta la derecha, que trastoca la relación entre ética y política. El PP lleva meses empeñado en la tarea de deslegitimar la labor de la RTVE, por boca de Cospedal sobre todo, pero no solo de ella. Según esto RTVE manipula a favor del PSOE, incluso después de que este haya perdido las elecciones lo que, desde el punto de vista de los ultratertulianos, es algo insólito. Eso es lo que explica que haya denunciado formalmente a RTVE por manipulación por haber emitido unas declaraciones de Rubalcaba en contra del copago.
¿Qué idea tiene la derecha de la neutralidad e imparcialidad de los medios? Se ve de inmediato considerando Telemadrid y Canal Nou, de la Comunidad valenciana. Las dos son sendos ejemplos de cajas de resonancia directa del poder político, más parecidos a órganos de agitación y propaganda que a medios de comunicación. Los telediarios están groseramente sesgados; las tertulias son linchamientos sistemáticos de la oposición y la programación en general está al servicio del poder y es beligerante con quienes lo critican. La derecha no quiere perder el tiempo ni marear la perdiz con pruritos de pluralismo democrático, juego limpio y falta de manipulación. Hay que controlar de modo férreo el medio más poderoso que existe, el que llega a todos los hogares a los que machaca cuatro horas diarias. Y hacerlo sin contemplaciones. Sin dignarse siquiera contestar a las críticas. Cuando se controla los medios de forma absoluta (como Berlusconi en Italia o Aguirre en Madrid) las críticas se contestan solas. Simplemente se niega la evidencia y como nadie más puede hablar, la evidencia queda negada. Por eso la derecha da la batalla en los medios. Por eso la iglesia católica tiene su emisora de radio y las TDTs son todas espacios de agitación contra la izquierda.
La izquierda, animada de un afán de juego limpio democrático (eso que Aguirre se obstina en negar diciendo que se trata de una supuesta superioridad moral de la izquierda que la tiene obsesionada) lleva las de perder, al menos a corto plazo. Es una situación fastidiosa pero no cabe responder sino insistiendo en garantizar el pluralismo y la neutralidad de los medios públicos. Lo que no puede producirse con la izquierda es ese bochornoso espectáculo de que sea condenada, como lo ha sido Canal Sur por la Junta Electoral Central por vulnerar la ley al mostrar a Rajoy en una noticia sobre pederastia. Eso es una canallada, similar a la perpetrada en su día por Telemadrid si no ando equivocado (no me cuento entre quienes miran la TV) al sobreimponer el anagrama de ETA sobre el retrato de Rubalcaba o alguna otra granujería de este tipo. La izquierda no puede proceder de este modo y esto es lo que la diferencia de la derecha, le guste o no a Aguirre, quien se queja del hecho, pero no hace nada por evitarlo. Al contrario, puede poner en la calle a un presentador acusándolo de haber "comprado el discurso ideológico del enemigo".
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