Existe la ingenua creencia de que los políticos pueden ser muchas cosas, listos o tontos, honrados o sinvergüenzas, de derecha o de izquierda, tradicionales o avanzados, mejores o peores oradores, etc. Pero raramente se acepta que, además, puedan estar cuerdos o ser unos orates. Y no porque el mundo haya estado carente de gobernantes psicópatas, pues ha habido un buen puñado, desde Heliogábalo hasta Hitler, desde Carlos el hechizado hasta Luis II de Baviera, sino porque el vértigo propio del poder político y lo extraordinario de su fenomenología tienden a verse como un comportamiento original pero no frenopático por la misma razón por la que la alergia tiende a confundirse con una simple gripe.
En el caso de Camps buen número de sus manifestaciones se han considerado excentricidades, exageraciones, peculiaridades de una fuerte personalidad y no como lo que de hecho son, evidencias de un manifiesto desarreglo mental que, sin ser especialista en estos menesteres y a reserva de opiniones especializadas, me atrevería a calificar como paranoia esquizoide alucinatoria. Los datos de base están claros: un personalidad fuertemente narcisista, un carácter inestable propenso a altibajos temperamentales cíclicos, una incapacidad para interrelacionarse en términos ordinarios con los demás, manía persecutoria, megalomanía y delirios de grandeza.
Las pruebas de que su comportamiento responde a estas bases y evidencia la psicopatía las ha ido sembrando a lo largo de su carrera. Así por ejemplo, cuando le soltó a un dipuatdo socialista: "A usted le encantaría coger una camioneta, venirse de madrugada a mi casa y por la mañana aparecer yo boca abajo en una cuneta, típica proyección de psicópata; o cuando dice: "soy el candidato más respaldado de la historia de las democracias occidentales", no menos típica megalomanía; "ahí fuera hay miles y miles de enemigos", manía persecutoria, paranoia delirante.
En los últimos tiempos, tras su surrealista absolución por un jurado popular, el estado mental de nuestro hombre parece haberse deteriorado y así, en una entrevista con la revista Telva, que puede leerse como una especie de acta de un relato a un psiquiatra se considera a sí mismo, cómo no, el hombre más perseguido de España y muestra delirios alucinatorios, actitudes megalomaniacas ("Estoy preparado para ser presidente del gobierno", "mi bagaje es impresionante", etc) y puros disparates sin sentido alguno. Ni su partido lo respalda ya y lo más caritativo que de él dicen sus antiguos compañeros es que "Camps perdió el norte hace mucho tiempo". El norte, no; la cabeza y por entero, eso es lo que ha perdido Camps y lo más sensato que puede hacer es ponerse en manos de un psiquiatra antes de que sea demasiado tarde.
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