Sigue la temporada de ópera en el Compac de la Gran Vía. Ayer el patio estaba lleno. Enorme expectación, prémière de La Traviata, favorita de todos los tiempos y todos los públicos. Eso anima siempre mucho a los interprétes de forma que estuvieron todos estupendos y bordaron el pegadizo coro de Libiamo ne' lieti calici, al comienzo del acto primero. A lo largo de la obra quedó patente la maestría de la protagonista, la dama de las camelias, Luisa Ruiz, cuyas arias (¡ah, sempre libera!) estremecen, emocionan. .
La traviata es favorita porque trata la historia eterna, el tema de los temas, el amor imposible, tanto más amor cuanto más imposible; tanto más imposible cuanto más amor. Eso lo vio Verdi cuando presenció una representación de la Dama de las Camelias, la Margarita Gautier de Alejandro Dumas hijo. Él la rebautizó como Violeta Valéry, pero es la única libertad que se permitió, ya que clava el relato de aquel, esa mezcla de exaltado drama romántico, de frívola mundanidad elegantemente crápula y sublime espiritualidad. Pura dinamita para el corazón.
En esa encendida visión del amor como entrega sin límites y regeneración profunda en la que la causa de la muerte de la protagonista, la tisis, tanto acompaña en la estética de transfiguración de la amada/amante, la belleza de los protagonistas es esencial. El estreno de la obra de Verdi fue un fracaso horroroso porque el físico de Violeta no acompañaba. En esta versión Violeta/Margarita cumple razonablemente el requisito de belleza; no así Alfredo Germont (interpretado por Moisés Molín). Sin duda es un tenor de muchos recursos y pasable buen actor, pero no da el físico y la vista es un sentido tan importante como el oído.
Se recordará la Margarita Gautier de Greta Garbo en Camilla, con la réplica de Robert Taylor, a quien todo el mundo identificará siempre con Ivanhoe. Esa es la fórmula: el amor imposible de dos almas y cuerpos bellos, jóvenes; belleza y juventud que los llevan a la muerte. Insisto, es la fórmula eterna de Tristán e Isolda, Abelardo y Eloísa (él es mayor que ella, pero ambos son jóvenes y el hecho de que hayan sido reales fortalece el argumento), Romeo y Julieta, Manon Lescaut y el caballero des Grieux, la dama de las camelias, La traviata, Carmen, los amantes de Teruel; todas historias de amor y de muerte.
Pero en La Traviata, como en La dama de las camelias y, en parte, en Manon Lescaut, hay un elemento nuevo, aparentemente convencional y de "clase media", por así decirlo, frente al mundo feudal de Tristán e Isolda, el eclesiástico de Abelardo y Eloísa o el prerrenacentista de Romeo y Julieta. Y ello no solamente por la intervención del padre de Alfredo, que representa no la corte medieval, ni el señorío parisino, ni los clanes de Montescos y Capuletos, sino la familia burguesa con hijas casaderas. Todavía más: la heroína es una mujer mundana, un alma bella y un corazón de oro entumecidos en una vida de voluptuosidad, lujo y relajación moral (una traviata) que, sin embargo, se redime a través del amor de un caballero puro, inocente y noble. A quien le dé reparo identificarlo con Cristo por aquello de los respetos divinos, que piense en Sir Galahad o en Parsifal. Pero de lo que no cabe duda es de que ella, Manon, Marguerite, Violeta, son todas trasuntos de María Magdalena.