Viçenç Navarro, Juan Torres López y Alberto Garzón Espinosa (2011) Hay alternativas. Propuestas para crear empleo y bienestar social en España, Madrid: Sequitur, 226 págs.
A poco de empezar a leer este libro me di cuenta de que la crítica me iba a ser muy difícil porque coincido plenamente con su contenido. Coincido con su punto de vista, las explicaciones que ofrece acerca de los problemas y las recetas que propone para salir de ellos. Así las cosas, pensé, si le hago una crítica, habrá de ser una autocrítica. Y efectivamente, de ese modo ha de entenderse esta recesión, como una autocrítica. No de Palinuro como autor de la obra con la que no tiene nada que ver sino de Palinuro como cofrade de la izquierda de la que esta obra es muy representantiva.
La autocrítica tiene la ventaja de que no es preciso andarse con paños calientes ni respetos convencionales. Tiene por otro lado la desventaja de que la izquierda, muy dada a la crítica a los demás, lleva mal la que se le hace a ella que suele atribuir a motivos inconfesables, clara manifestación de paranoia galopante.
El libro en cuestión está muy bien, es muy claro y consigue el objetivo que propone en el título de ofrecer alternativas a una situación de la que muchos dicen que no las tiene. Muestra el inconveniente de todos los libros colectivos, pues aunque los autores lo presentan como trabajo de conjunto, sin especificar autorías por capítulos, es evidente que se dan, son reconocibles y no evitan, aunque sí mitigan bastante, los inconvenientes de las obras colectivas de cierta falta de ilación, defectos de estructura de razonamiento, reiteraciones y discordancias.Vayamos ahora a la visión autocrítica de la izquierda. El libro se propone abordar dos cuestiones: una explicación de la actual crisis del capitalismo (con atención especial a España) y una enumeración de medidas concretas para resolverla. La primera crítica de fondo hace referencia al alcance teórico y las bases epistemológicas de la explicación de la crisis. Asunto interesante. La izquierda, en especial la de tradición marxista, creía tener una explicación científica del conjunto del capitalismo, una comprensión no puramente fenoménica sino esencial. El capitalismo era producto de un devenir histórico sometido a leyes objetivas y cognoscibles. Tenía un origen, desarrollo y final independientemente de los criterios de quienes los vivían. Y sería sustituido por otra cosa. Esa "otra cosa" era el modelo alternativo completo, entero que la izquierda postulaba.
La obra no encaja su explicación de la crisis actual del capitalismo en este marco teórico, ni la cuelga de una estructura conceptual más amplia, sino que se limita a ser una descripción de lo que sucede en la que la explicación no pasa de ser un análisis de causa-efecto tan problemático como los de los fenómenos más evidentes y menos abstractos. La izquierda no tiene una teoría general del capitalismo sino una particular sobre su gestión. Por eso el término "alternativa" del título no se refiere a la que pudiera proponerse como distinta del modo de producción sino a la diferente forma de gestionar una única realidad, la capitalista, carente de alternativa real y que, en el fondo, no se cuestiona. No cabe dar carácter de tal a la propuesta, frecuente en el libro, de que "otro mundo, otra economía" son posibles entre otras cosas porque esta afirmación carece de significado.
La izquierda trata de compensar esta carencia con un espíritu positivista en el que lo que se valora es el carácter científico de los enunciados. La explicación de la crisis del capitalismo implica el desenmascaramiento de las explicaciones ideológicas que los economistas e intelectuales neoliberales formulan para mantener el sistema de la explotación del hombre por el hombre. Quieren ser explicaciones científicas y se revisten de aparato matemático pero son puramente ideológicas.
Frente a ellas los autores elaboran un discurso crítico, con frecuentes apelaciones a la "evidencia empírica", base del razonamiento científico, pero que no se integra en un contexto teórico, en un conjunto sistemático, sino que tiene un carácter fragmentario. La praxis sin teoría es ciega. Por ello mismo su pretensión positivista a la certidumbre científica es tan verosímil como la de sus adversarios. Personalmente coincido con este punto de vista pero no se me oculta que se trata de una posición normativa de base ética, tan alejada de la ciencia que postula como la de los neoliberales. Es decir, otra ideología: la opuesta.
Esta discordancia de una izquierda positivista que quiere mantener el espíritu crítico recurriendo a una razón instrumental es el punto débil del razonamiento de la izquierda. Un punto débil que hace referencia a la legitimación del discurso. Porque ¿de qué otra forma cabe hoy legitimar un discurso si no es a través de la ciencia? Sin embargo, ¿cuál es la base real de nuestras propuestas de izquierda aparte de nuestra convicción de que son moralmente superiores? Por lo que se ve la experiencia y solo la experiencia. Pero la experiencia es esencialmente ambigua e interpretable y solo nos conduce al historicismo, un ámbito en el que todos los gatos son pardos.
De hecho el libro es una auténtica floresta de equívocos de este tipo. Por ejemplo, los autores dicen querer llegar a una economía "justa y eficiente", términos tan vagarosos que pueden significar cualquier cosa, incluso ser contradictorios. Recuérdese que no se trata del sentido de la justicia y la eficiencia del capitalismo frente a las de otro modo de producción sino de dos modos de gestionar el capitalismo. ¿Por qué nuestras propuestas han de ser mejores que las contrarias que, por supuesto, se formularán en términos axiológicos contrarios?
Las explicaciones de los autores en cuanto a la evolución del Estado del bienestar están en el mainstream hoy día cuestionado por el auge neoliberal. Curiosamente la mayor crítica que se hace a éste de que propone como solución justamente las medidas que provocaron la crisis se vuelve contra una izquierda neokeynesiana que igualmente propone como solución un retorno a políticas de estímulo, incremento de la demanda agregada, etc., que no supieron hacer frente a la ofensiva neoliberal.
Hay alguna crítica a los postulados neoliberales especialmente feliz, como la que contesta a la exigencia de aumento de competitividad diciendo que es maltusianamente imposible que todos seamos competitivos a la vez (p. 130). Pero algo así cabe también decir de las críticas que fían la recuperación al estímulo del mercado interno siendo así que ningún país concebido como un "Estado comercial cerrado" podrá prosperar.
Como suele suceder con el positivismo, los autores se piensan legitimados para, una vez soslayada la base sedicentemente científica, pasar a las recomendaciones normativas, algunas de las cuales son muy problemáticas. Por ejemplo, postulan para España un pacto nacional de rentas (p. 132) que reequilibre la proporción relativa de las rentas salariales con las del capital. Pero ¿desde dónde se propone ese plan? ¿Quién lo impondría? ¿Con qué apoyos?
El salto positivista del ser al deber ser lleva directamente a la utopía. Los autores, que no tienen especial simpatía por el pensamiento utópico, no se dejan enredar en él y se aferran a sus propuestas "concretas" que, obviamente, quieren prácticas y que, para mayor evidencia empírica han cuantificado: 115. La primera de estas medidas concretas da una idea de lo que aquí viene diciéndose: "Constitución de un gobierno mundial que permita compensar y reducir el poder de los grupos privados internacionales, así como facilitar la instauración de un mundo diferente" (el subrayado es mío). En realidad, las otras sobran.