Los jueces que imparten la justicia de un régimen ilegítimo, ilegal y delictivo, como lo fueron el franquismo, el nazismo o el comunismo (en Alemania Oriental, por ejemplo) son tan ilegítimos, ilegales y delincuentes como el régimen al que sirven. Así, cuando los países que los sufren se liberan de ellos, lo primero que hacen es depurar la judicatura. Eso no pasó con el franquismo y los jueces que presidieron las farsas del Tribunal de Orden Público, siguieron en sus puestos durante la democracia administrando una justicia tan contraria a sus convicciones como contraria a la justicia había sido su práctica anterior. La democracia heredó intacto el cuerpo de jueces de la dictadura y, con ellos, los usos, las creencias y los prejuicios de ésta.
El ejército, la policía, la iglesia y la judicatura fueron los últimos reductos del franquismo. Los dos primeros se han renovado ideológicamente. Los dos últimos, no. Por ello no es de extrañar que el estamento judicial trate de condenar la actividad del único juez que en España ha intentado hacer justicia a las víctimas de la dictadura. Una condena a Garzón no solamente será un castigo a éste sino que pretende tener un efecto disuasorio para quien pueda venir detrás queriendo hacer lo mismo. Aunque la causa que se le sigue ahora, como una segunda por unos supuestos cobros del Banco de Santander, no tienen relación directa con el franquismo, sí la tiene el tercer proceso con motivo de la aplicación de la Ley de la Memoria Histórica y este proceso es el que da sentido al conjunto de la peripecia judicial de Garzón. Se le persigue y se le juzga por haber tratado él de juzgar el franquismo.
¿Cabe esperar justicia? No es descartable pero tampoco lo es lo contrario; al revés, quizá sea lo más probable. Es mucha la animadversión que este juez ha sembrado entre los de su gremio, en donde los simples envidiosos por sus éxitos unen fuerzas con quienes quieren dejar incólume el franquismo.
Las movilizaciones populares a favor de Garzón deben continuar. Es un derecho de la gente y son beneficiosas para el acusado en la medida en que los jueces se saben observados por una opinión pública muy crítica. Mucha ayuda, más quizá que la anterior, presta a la Justicia la asistencia de medios de comunicación extranjeros. Durante el franquismo solo la repercusión internacional de las fechorías de la dictadura era un freno a las de sus esbirros judiciales. Muchos represaliados de la Dictadura salieron no tan mal parados como se temía precisamente por la presión internacional. Es preciso mantenerla. Que los magistrados de la sala segunda sepan que, si cometen una iniquidad, las naciones civilizadas se lo reprocharán.
En torno al juez Garzón se libra la última batalla contra el franquismo. Y será una batalla larga. Si el juez es condenado ahora podrá acudir al Tribunal Constitucional y también al Tribunal de Estrasburgo por cuanto, al juzgarlo directamente el Supremo, sin posibilidad de segunda vuelta o revisión en proceso penal, tendrá abierto el amparo por indefensión y denegación de juicio justo. Y, si estos fallan, a la Comisión de Derechos Humanos de la ONU. Hay que aguantar y denunciar sin descanso. Una libertad sin justicia no es libertad.
(La imagen es una foto de http://www.presidencia.gov.ar/, bajo licencia de Creative Commons).