Como era de esperar, las primarias del PSOE están desarrollándose con bastante sentido común. Salvo algún rifirrafe accidental los dos candidatos son mutuamente respetuosos. Hacen campaña en positivo y omiten la confrontación, sin dejar por ello de exponer sus respectivas propuestas. Eso está muy bien.
Ayer fue día dedicado al género epistolar. Chacón y Rubalcaba enviaron sendas cartas a los militantes. La de Rubalcaba parece tener más enjundia, aunque no conviene olvidar que la de Chacón llevaba como anexo las declaraciones que hizo en Olula del Río, el pueblo de su padre. Pero esa es agua pasada, que no mueve molino.
Los dos discrepan sobre la cantidad de sus seguidores. En espera de que haya discrepancias más interesantes, la de los partidarios se resolverá en el congreso. En el ínterin Rubalcaba es el más versátil, pues habla de cuestiones de renovación del partido y también de debate ideológico. Esa propuesta de intensificar el municipalismo del PSOE es una buena idea. El poder local es un terreno en el que la izquierda ha tenido siempre mucho gancho. No obstante y como muestra de que estamos en un tiempo nuevo, el candidato podría vincular su propuesta con la que también habrá que hacer acerca de la racionalización de la vida municipal. Tiene poco sentido que en España haya ocho mil municipios. El objetivo debe ser menos municipios y más fuertes.
Chacón, a su vez, también ofreció una propuesta concreta con que poner color a su idea de que se precisa acercar el partido a la sociedad al pedir la recuperación de la secretaría de Formación, un centro de formulación de doctrina. No obstante, lo esencial no es el fuero, sino el huevo. El huevo de la doctrina.
Aquí sigue habiendo carencia. Hay que encontrar propuestas acerca de cómo se sale de la crisis en perspectiva socialdemócrata. Rubalcaba dice que Rajoy probablemente subirá el IVA. Es de lo poco que le queda por hacer; pero ¿cuál es la alternativa? Y, tirando por elevación, ¿qué se propone para reformar el capitalismo y evitar que la crisis sea crónica? ¿Qué para reducir el poder de la banca y aumentar el de los órganos democráticos representativos? ¿Qué para alcanzar el objetivo, que parece haberse abandonado, de cambiar el modelo productivo? ¿Qué para combatir esa lacra y esa rémora de la corrupción? ¿Qué para relegitimar el sistema político?
No hay que tener miedo al debate interno, dice Rubalcaba. Bien está, pero ¿sobre qué se debate? El miedo no parece estar en el debate en sí mismo sino en los temas del debate. Nadie habla la iglesia, cuyos privilegios en época de penuria general son escandalosos; nadie de las cuestiones ecológicas y medioambientales, cada vez más apremiantes; nadie de qué pasos seguir dando en materia de violencia de género e igualdad; nadie acerca de cómo articular una política socialdemócrata europea que todos dicen ser necesaria; nadie de cómo abordar el sempiterno problema de la memoria histórica, especialmente lacerante ahora que va a procesarse al juez Garzón por querer hacerle justicia.
No haya temor a debatir, cierto. Y no haya tampoco temor a mencionar los temas de debate.
(La primera imagen es una foto de Rastrojo, bajo licencia de Creative Commons). La segunda, una foto del US Department of Defense, en el dominio público.