dimarts, 20 de desembre del 2011

Ironías del destino.

Durante la campaña de las elecciones europeas de 2009, en un acto multitudinario y apoteósico en la plaza de toros de Valencia, Rajoy comunicó al país, dirigiéndose a Camps, allí presente y ya imputado en la trama Gürtel que 'Siempre estaré detrás de ti, o delante, o a un lado'. Se le olvidaba otro posible lugar: lejos de ti que es en donde precisamente está ahora, lejos, lejísimos de Camps. Para éste hubo muchas más alabanzas en aquel acto de afirmación casi caudillista. Mayor Oreja, ditirámbico: Camps es el más honorable de todos los valencianos y españoles. Y Rita Barberá, alcaldesa y sibila valenciana: Cada segundo que te han hecho sufrir, Paco, será un voto al PP. Lo de Rita se ha cumplido; lo de Mayor Oreja está en entredicho.

Primera ironía. En el momento de mayor gloria de Rajoy que éste ha podido alcanzar gracias a la inestimable ayuda de Camps en su día, el ex-presidente de la Generalitat se encuentra en el de su mayor infierno. La investidura de Rajoy ha coincidido con la desvestidura de su patrocinador, quien va por la segunda semana de oprobio, sentado en el banquillo de los acusados y prácticamente sin esperanza alguna de salir airoso de la prueba. Las facturas, los tiques, las cajeras, los contables, los sastres, forman una comparsa bulliciosa que está tragándose al cabezudo de la fiesta. Este, Camps, se ha quedado sin recursos. Los malditos trajes, como una pesadilla shakesperiana lo han sentenciado. El otrora rutilante Molt Honorable es hoy una sombra de lo que fue. Y, cuando recaiga sentencia, probablemente ni sombra de su sombra será. Sería inexplicable que continuara en ese puesto del Consell Jurìdic de Valencia. Ya lo es ahora; tanto más si resulta condenado.

Porque está claro que el asunto de los trajes con ser menor no es una fruslería, como quería entender Rajoy, sino que tiene mucho fondo. Los trajes, los regalos, el compadreo de políticos y logreros de la Gürtel, eran la espuma de los días, de los años, de un gobierno que parece haber regido la Comunidad valenciana como una tómbola de caciquismo y enriquecimiento ilícito de algunos en detrimento del interés general. Así se vio también ayer con el cierre patronal de las farmacias valencianas, gravemente perjudicadas por los impagos de la Generalitat, entre ellas, irónicamente, la de la señora de Camps. En resumen, la Generalitat que firmaba contratos millonarios con Urdangarin, empleaba nueve millones de € (de los que casi tres se quedaron en los bolsillos gürtelianos) en festejar al Papa, compraba a precio de oro la Fórmula 1, la Copa de América y mil otros dislates cesaristas, ahora no puede pagar las farmacias ni la educación ni prácticamente nada de primera necesidad. Definitivamente, los trajes eran más que unos trajes; eran una época. La época del expolio.

Segunda ironía. La trayectoria ascendente de Rajoy se cruza con la descendente de Camps. El Rajoy que ayer todavía luchaba contra los suyos por mantenerse como candidato tiene hoy en su mano el gobierno entero de España. A una mayoría parlamentaria aplastante une la casi totalidad de las Comunidades Autónomas y de los ayuntamientos. Nadie hasta ahora había tenido tanto poder. Eso da seguridad.

Y se le nota. No tiene prisa. A su natural cachaza añade ahora la cautela de no precipitarse para no lamentar después. Es obvio que tiene un magnífico asesor de comunicación. Hizo en su comparecencia de ayer lo mejor que podía hacer: ser él mismo, seguir sin desvelar sus planes en concreto porque, aunque esto pueda poner nervioso al auditorio, especialmente a los periodistas que se quejaban de la falta de mordiente (¿Y un mes de silencio para esto?), de la ausencia de noticias, paradójicamente manda un mensaje de seguridad hacia el exterior. España es un país serio, señores, los gobiernos se alternan mediante elecciones, se lo toman con calma, no como en Italia en donde lo hacen en conspiraciones histéricas de pasillo y casi a mamporros.

Rajoy ha comparecido como estadista, ha fijado el objetivo último, reducir 16.500 millones de gasto público y ha tranquilizado a los más débiles, los pensionistas. Los demás tendremos que prepararnos aunque en qué medida lo decidirá el hoy investido cuando conozca el déficit y tenga todos los datos. Ha desgranado dos o tres pequeñeces más, como la pedrea, y ha cerrado el discurso en espera de la archisabida investidura, sin decir nada que alguien no supiera. Lo que tiene su mérito luego de año y medio de silencio.

Puede parecer extraño que en un sistema parlamentario salga investido un presidente que no sólo no presenta su gobierno sino que tampoco explicita su programa. En realidad responde a la idea inconsciente que anida en Rajoy, muy frecuente en la derecha, dado su carácter autoritario; la de que él no es un presidente del gobierno al uso, el recambio de otro sin más; no. Él es el hombre providencial a quien el pueblo por aclamación mayoritaria ha elevado al puente de mando del Estado en peligro, dándole carta blanca con el fin de que saque al país de la crisis como sea. Como sea, pues nadie, nadie en la opinión ni en el parlamento ha exigido conocer sus medidas antes de votar. Faltan los cien días de rigor. Rajoy, sin soltar prenda, como siempre, viene marcando los terrenos. Sólo hay uno que se le escapa, el del único poder del Estado que no controla, el judicial. Le falta el terreno de la Gürtel, su amigo el hoy irónicamente abandonado Camps, que pueden convertirse en su peor pesadilla.

En esta legislatura la mayoría del PP hará casi irrelevante lo que diga la oposición. Y eso ya empezó a verse ayer. Rubalcaba dejó claro que el PSOE hará una oposición leal y constructiva, cosa que se da por descontada. Estuvo correcto y atinado porque es buen parlamentario. Y puso la línea roja en el estado del bienestar. Pero la situación de éste es tal que esa línea roja no es nítida y el PSOE, a falta del debate de ideas que todos piden y nadie inicia, no tendrá fácil contrarrestar las medidas nocivas pues tampoco tiene claro qué terreno pisa.

Por lo demás, la intervención de Rubalcaba debe leerse también en clave de la actual competencia por la secretaría general del partido. Pasada la investidura, los socialistas harán bien en despejar esa incógnita.

(La imagen es una captura de un vídeo del PP que se encuentra en You tube).