Cuando en 2006 Aguirre puso en la calle de una patada en el trasero a Germán Yanke, periodista bien de derecha pero no de la derecha que place a Aguirre, le espetó en antena que usted compra el discurso del adversario. Habiendo incurrido en el desagrado de la buena señora, Yanke, a quien Aguirre había nombrado director y presentador del telediario como podía haberlo nombrado jefe de contabilidad, no tenía más remedio que dimitir, igual que, según se dice, Racine no pudo sino morirse cuando Luis XIV lo miró con disgusto. Salvando las distancias, claro. Ya había habido un precedente cuando Aguirre pidió a Yanke que echara a otro periodista que tampoco le gustaba, Pablo Sebastián, con quien el primero tenía uno de esos apaños típicos del do ut des de su profesión, de yo te doy una columna aquí y tú me das un espacio allí, lo que explica el nivel informativo del país. Yanke echó a su amigo pero eso no le sirvió para conservar su puesto.
En todo caso, la expresión aguirresca y el fulminante despido ponen en evidencia la idea que la derecha española tiene de la relación del poder político con los medios de comunicación, una relación que aquella dice ser propia de "liberales" y, en realidad, es de carácter feudal en la que los medios son los feudos del baranda político de turno y los periodistas sus feudatarios, o vasallos, muy bien pagados, a los que se ordena lo que tienen que decir y hacer so pena de perder la bicoca. El verbo "comprar" empleado por Aguirre quiere ser un típico anglicismo semiculto pero traduce a la perfección la idea que la dueña tiene de los periodistas, de los discursos, las creencias y las cuestiones de ideología: todo se compra y se vende y no le falta cierta razón ya que está rodeada de un buen puñado de comunicadores e ideólogos a sueldo.
El despido de Yanke muestra que Aguirre cree que, pues es la presidenta de Madrid, la Comunidad Autónoma le pertenece como la empresa de chorizos Revilla pertenecía al industrial Emiliano Revilla. Pero no es así. La Comunidad Autónoma y la televisión madrileñas pertenecen a todos los madrileños y la presidenta está obligada a gestionarlas en interés de todos ellos y no a patrimonializarlas. No obstante, es lo que hace con singular descaro. La televisión de Madrid es su televisión. En ella se dice lo que Aguirre quierer escuchar y como quiere escucharlo y se silencia lo que no quiere escuchar, y si alguien se sale del guión, como Yanke, se le despide sin más monsergas. Si el despedido acude a los tribunales y estos le dan la razón y obligan a la Comunidad a pagarle una indemnización, Aguirre lo hace encantada porque la paga con el dinero de los madrileños. Mas desvergüenza es imposible. Sobre todo en alguien que va diciendo que el poder político ha de abstenerse de intervenir en la sociedad civil y el mercado pero que tiene sus narices bien metidas en ambos.
Si Aguirre pagara la tele que controla de su bolsillo, como Ariza paga Intereconomía del suyo, no habría nada que objetar, pero no es así sino que lo hace con dinero que no le pertenece, de un modo inmoral, sustrayendo recursos ajenos, de los ciudadanos, para emplearlos en beneficio de los suyos, de sus votantes indirectamente y directamente de la caterva de paniaguados y paniaguadas que tiene a suculento sueldo, muchos de los cuales no saben hacer la o con un canuto. Pero cobran. Como, según Bono, en tiempos de Aznar cobraba Carlos Dávila, hoy director de La gaceta (cuatro millones y medio de pesetas (unos 27.000 euros) al mes de TVE) por hacer lo que hace ahora, insultar y agredir a la izquierda.
El resultado de esta acción tan profundamente inmoral de Aguirre es un medio de agitación y propaganda al servicio de su persona y de su partido que sirve de modelo para todas las demás televisiones que gestiona el PP, en Valencia (en donde el Canal Nou es peor que la televisión de Franco), en Mallorca, en Castilla-La Mancha y en Extremadura ahora. La técnica es siempre la misma: se ganan las elecciones y se nombra al frente de la TV a auténticos comisarios políticos, cuando no a simples esbirros ideológicos a los que se pagan fortunas con el dinero de los contribuyentes por hacer un periodismo irrisorio al servicio de los gobernantes y de ataque a la oposición. El coste es altísimo, sobre todo si se mide en términos de productividad, esto es, de dinero por índice de audiencia.
Pero eso importa poco. Lo harían aunque la audiencia fuera cero y el negocio inexistente porque deja otros beneficios: de un lado, se impide que si alguien, por casualidad, sintoniza estos engendros, pueda acceder a una información equilibrada e imparcial y, además, se pagan los servicios de unos propagandistas venales, no con el dinero privado de los gobernantes ni de su partido sino con el de todos los contribuyentes. Es un negocio redondo. Mentir, censurar, difamar, engañar sale gratis y a algunos los enriquece. Curry Valenzuela, Isabel Durán, Alfonso Rojo, Hermann Terstch, Alfredo Urdaci, Fernando Sánchez Dragó, Ernesto Sáez de Buruaga, Ignacio Villa, etc., etc., la lista de gente que cobra o ha cobrado cantidades suculentas a cuenta del contribuyente por falsear la realidad al servicio del amo es impresionante. ¿De qué podía extrañarse Germán Yanke?
(La imagen es una foto de Esperanza Aguirre, bajo licencia de Creative Commons).