La Asociación pola recuperacion da memoria histórica de A Coruña ha pedido a monseñor Rouco Varela que visite las fosas comunes donde yacen los republicanos asesinados por los franquistas. Es un buen paso. Denota coraje cívico. Ha puesto a la jerarquía en un compromiso. Si el interpelado no va, falta a su deber no ya solo como jerarquía sino como cristiano a secas. Si va se arma una buena porque, entonces, será inevitable una concatenación de hechos posteriores: tendrá que ir a las demás fosas; además de ir, tendrá que bendecirlas; la Iglesia tendrá que revisar su relación con la guerra civil, con la Cruzada como tuvo la desfachatez de llamarla; tendrá que revisar el hecho de que sólo honre a los "mártires" de un bando y no de los dos; tendrá que pedir perdón por haber amparado, ayudado y justificado una dictadura criminal que provocó una verdadera matanza de españoles en tiempos de guerra y de paz con una política de exterminio que hoy cabe razonablemente suponer pueda calificarse de genocidio o, cuando menos, delito de lesa humanidad.
¿Pedir perdón por haber coadyuvado a la comisión de un crimen de lesa humanidad? Creo que no va a pasar. Monseñor no irá a las fosas. Quizá pida perdón la Iglesia, sí, dentro de 400 años.
Ahora no lo hará. La Cruzada está muy cerca y la Iglesia española es, más o menos, la misma que la que la proclamó. La transición para ella se acabó en 1979, con los Acuerdos de España con la Santa Sede. Desde entonces hasta ahora se ha tratado de volver al antiguo régimen y se ha conseguido en tan gran medida que algunas de las estipulaciones de los Acuerdos son más progresistas y laicas de lo que es la situación actual. Por ejemplo, en materia material o sea de financiación de culto y clero que es lo que de verdad importa a la Iglesia. Y todo eso lo ha conseguido sin mover un dedo y sin decir ni pío sobre la vesania fascista, los asesinatos de civiles, las fosas comunes y el carácter nacionalcatólico de aquel régimen. No es verosímil que la jerarquía cambie de actitud. La guerra civil sigue siendo una Cruzada, una cruzada en la que muchos moros pelearon al lado de unos cristianos contra otros cristianos, que tiene bemoles.
El problema es que la recuperación de la memoria histórica no hay ya quien la pare. Se ha hecho todo tipo de trampas y demagogias, se ha puesto todo tipo de trabas e inconvenientes, se ha mareado a la gente, se ha elaborado todo tipo de falacias para descreditar el empeño, desde la de las "heridas reabiertas" a la de "todos hicieron fechorías", pasando por el inevitable "mejor es no meneallo". Pero los asesinados siguen emergiendo de las fosas, recuperan nombres, apellidos, rostros, vuelven a ser ciudadanos y tienen derechos que ahora ejercen sus sucesores, los que han estado esperando setenta años a que se les hiciera justicia. Así las cosas, esto no se para. Al contrario, se acelera con hechos como la entrada en vigor de la nueva Convención sobre Desaparición Forzada que, a juicio de Palinuro, viene a dar la razón (más de lo que ya la tenía) al juez Garzón en su interpretación de los supuestos crimenes del franquismo como delitos continuados porque aún no se ha dado cuenta ni razón de las personas desaparecidas, que son las que salen hoy de las fosas. La Iglesia no podrá evitar pronunciarse sobre un asunto que ya tiene las proporciones que tiene. Y más vale que lo haga pronto, antes de que los de la recuperación de la memoria histórica pasen al segundo y mucho más vergonzoso capítulo del furor nacionalcatólico: el robo de niños, como han empezado a hacerlo. Y antes de que alguien se ponga a investigar qué funciones cumplió el clero en aquellos robos de niños del franquismo.