Al margen de las bromas habituales acerca de que en España uno no gana las elecciones sino que las pierde el otro, o de que las elecciones las deciden los indecisos, o de que "en política están los tontos de la derecha y los listos de la izquierda", o de que cuanta mayor sea la corrupción (de un partido de derecha) más lo vota el electorado; al margen, igualmente, de los muchos o pocos puntos porcentuales en que aventaje el PP al PSOE en intención de voto, es harto probable que el primero vuelva a perder las elecciones en 2012. Y ello por varias razones de distinto peso.
En primerísimo lugar, la corrupción que, por lo que se deduce de las diligencias hasta ahora practicadas, es de proporciones ciclópeas. Frente a ella es posible plantear una batalla política, como hace Camps, tratando de contraponer la legitimidad plebiscitaria a la mera legalidad, algo así como al estilo Berlusconi; también es posible contraatacar con decisión según la vieja doctrina acerca del ataque como la mejor defensa acusando al Gobierno o a los gobernantes de todo tipo de desmanes y hasta delitos; igualmente es posible desviar la atención todo lo que se pueda, organizando un escándalo mayúsculo cada vez que el Gobierno o su partido o alguien relacionado con él aunque sea lejanamente hace algún tipo de manifestación.
Todo eso y más es posible pero de ningún modo podrá detenerse la acción de la justicia y, como están las cosas, espera al PP casi un año y medio de vía crucis. Un año y medio de indagaciones, imputaciones, alegatos, acusaciones, defensas, magnificados todos por los medios, cosa que el PP suele descalificar como juicios paralelos, pero que no puede evitar en una sociedad que ampara la libertad de expresión. Y eso para los casos de presunta corrupción de los que hoy entienden los tribunales. No se cuentan los que emergen casi de continuo como un salpicón de marisco, aquí y allá, en una diputación o un ayuntamiento. Se consolida la idea de que, en donde gobierna la derecha, hay colusión entre los cargos públicos e intereses privados en detrimento del erario colectivo. Un cínico podría decir que, al fin y al cabo, es privatización de los servicios públicos. Pero esto no es asunto de cinismo. El último detalle, revelado por El Pais de que la trama "Gurtel" supuestamente usaba billetes de 500 euros, los popularmente conocidos como "Bin Ladens" porque nadie los ha visto, para comprar a los cargos del PP en Castilla y León pone los pelos de punta.
Los míticos billetes lilas son, al parecer, los preferidos por las mafias internacionales para blanqueo de dinero, entre otras cosas porque las cantidades que manejan pesan menos. Todo el mundo desea que se retiren, excepto los alemanes que son quienes mandan en la moneda a la que quieren grande y pesada como un poderoso dios de la Valhalla que tritura las economías de los paisillos periféricos. Y, a estas alturas, de la trama "Gürtel" me temo lo peor, cuenta habida de que España es, al parecer, el país europeo en el que circula mayor cantidad de los famosos billetes; mayor, según tengo entendido, que la de los demás países. Es imposible que el PP salga indemne de este lodazal en el que tiene a una gran cantidad de imputados.
Añádase a ello que, si el Gobierno tiene un grave problema de comunicación, según dicen los expertos, el de la oposición es peor si cabe. La llamativa ausencia de propuestas frente a la crisis en el terreno de la derecha ha llevado a algunos, más maliciosos, a decir que lo que tiene el PP es un "programa oculto". No es que no tenga propuestas sino que no se atreve a formularlas. Pero lo cierto es que Rajoy ya ha dejado claro que no hay programa oculto ni no oculto pues se ha mostrado partidario de hacer lo que Cameron en Gran Bretaña, siendo así que Cameron tampoco se lo había dicho antes a nadie y, desde luego, no a Rajoy con lo que, al suscribirlas éste, demostraba que él no tenía niguna. Por muy superficiales que seamos los electores es poco probable que votemos por un partido sin programa y cuya oposición se ha atenido tozudamente al principio algo tosco del "quítate tú para que me ponga yo". Cosa imposible si ese "yo" es Rajoy que no puede presentar una moción de censura contra un Gobierno minoritario porque sabe que la pierde.
Es imposible disimular la falta de propuestas y alternativas a base de organizar escándalo tras escándalo, de provocar, de elevar el nivel de agresividad poniendo en cuestión, por ejemplo, las instituciones del Estado, desde la Corona, cuando hace o deja de hacer algo que molesta a la derecha, hasta las fuerzas de seguridad del Estado o el Ministerio Fiscal a los que se acusa de estar al servicio de los fines turbiamente políticos de un Gobierno que tiene tendencia a establecer en España nada menos que un "Estado policial". Y también es imposible obtener mayoría de votos a base de oponerse frontalmente a todas aquellas reformas que hacen más llevadera, más racional, más justa la vida de la gente, desde la interrupción del embarazo hasta los matrimonios homosexuales.
Rajoy, que tiene ganada fama de Mr. Niet, es siempre el peor valorado de todos los dirigentes políticos españoles. ¿Tan difícil es ver el porqué de esa falta de simpatía popular y ponerle remedio? Que la valoración negativa de un líder no repercuta en la intención de voto al partido que lidera carece de toda lógica.
Vaticinio el de esta entrada que no tiene el grado de certidumbre y fiabilidad de los sondeos que encarga María Dolores de Cospedal pero está basado en ese sentido común que Rajoy invoca tanto como ignora.