IU y UPyD tienen un acuerdo para laborar en pro de una reforma del sistema electoral que consideran injusto para ellos y tienen razón. El sistema electoral español, sedicentemente proporcional, no sólo es el más desproporcional de los proporcionales sino que lo es más que algunos mayoritarios; que ya es decir. Esa desproporcionalidad beneficia a los dos partidos mayoritarios de ámbito nacional y a los partidos de ámbito regional, en especial a los nacionalistas. Y perjudica a los demás de ámbito nacional. Por este motivo es poco probable que la iniciativa de reforma prospere políticamente pues es de entender que los partidos mayoritarios no tendrán gran interés en reformar una situación que los beneficia aunque sea injustamente. Y eso que muchos en los partidos mayoritarios, en especial el PSOE, reconocen que habría que reformar el sistema. Sobre todo porque, en las circunstancias actuales, se produce un sobrepeso que muchos estiman injusto de las representaciones nacionalistas en el juego de la llamada "cuestión escocesa" (si los ingleses no pueden decidir nada en Escocia, ¿por qué los escoceses sí pueden hacerlo en Inglaterra?) que con harta impropiedad se traslada a España. Con harta impropiedad digo porque aquí los catalanes o los vascos no deciden en los asuntos de los madrileños o los andaluces sino en el de los españoles en su conjunto y si lo hacen como catalanistas o vasquistas responderán que lo mismo pueden hacer los madrileños y los andaluces y, de hecho, aunque no lo digan, lo hacen.
Sin gran voluntad política para acometer la reforma, el debate sobre su oportunidad es un poco bizantino. Pero también los debates bizantinos tienen su encanto. Al desinterés político se une en detrimento de la viabilidad de la reforma algún contratiempo jurídico. El principal es que el sistema electoral, en sus rasgos esenciales, la proporcionalidad y la provincialidad de la circunscripción, están enunciados en la Constitución y, por lo tanto, quien quiera reformar el sistema electoral tendrá que revisar aquella. Y esto son palabras mayores pues nadie se atreve a hacerlo, unos porque la Constitución es muy joven y aún no está asentada, otros porque es muy vieja y ya está asentada, unos por una razón, otros por otra. Si los partidarios de la reforma electoral cuentan con la reforma de la Constitución y pueden elegir libremente un sistema electoral u otro ya que esta elección es siempre una decisión política, yo recomendaría un sistema mixto proporcional-mayoritario al estilo alemán, que garantiza un nivel alto de proporcionalidad y un equilibrio entre la fuerza personal de los diputados, puesto que los hay elegidos en sistema mayoritario unipersonal, sin lista, y la de los aparatos de los partidos, pues también los hay elegidos en listas.
Si no hay reforma de la Constitución en marcha, con la sola reforma de la LOREG no sé si se puede ir más lejos de lo que ya ha propuesto el Consejo de Estado: rebajar a uno el diputado automático por circunscripción y aumentar en cincuenta los escaños del Congreso, que se distribuirían en colegio nacional único con un sistema de restos. Esta reforma paliaría algo la irritante desigualdad de reparto actual, beneficiando a los partidos de ámbito nacional, en especial a los pequeños. Al aumentar la cantidad de diputados a cuatrocientos no tengo claro que el sistema así reformado corrigiera el otro inconveniente que se achaca a un sistema proporcional que es más desproporcional que algunos mayoritarios y que consiste en que no garantiza la formación de mayoría parlamentarias, lo que quizá no sea malo en principio, aunque dé a los partidos nacionalistas de ámbito regional su poder de presión sobre el gobierno del Estado.