dimecres, 17 de juny del 2009

Tres ministerios, tres.

Sin mayoría absoluta del partido del Gobierno (PSOE en este caso) y sin alianzas de legislatura estables, el Parlamento recupera protagonismo en el funcionamiento del sistema político, sus debates adquieren renovado interés y merece la pena seguirlos porque no están predeterminados y cabe esperar sorpresas, lo que siempre es agradable. Por ejemplo, que el PSOE pierda votaciones. Hasta la fecha y desde las últimas elecciones autonómicas en el país Vasco este año, el partido del Gobierno puede haber perdido sus buenas diez votaciones, alabados sean los dioses. No es el momento -aunque lo será próximamente, a buen seguro- de analizar los pros y contras de los sistemas electorales que garantizan mayorías parlamentarias y los que no. Basta con subrayar que el hecho de que el PSOE no disponga de ella obliga al Gobierno a negociar y pactar las medidas, enriquece los debates y, probablemente, permite adoptar decisiones más acordes al bien común.

Lo anterior a cuenta de esa moción presentada por todos los partidos excepto el PSOE y que éste ha perdido, por la que se le insta a suprimir tres ministerios (Igualdad, Vivienda y Cultura) en aras del ahorro y el ascetismo presupuestario. Me parece un acierto y, en lugar del PSOE, me apresuraría a hacerlo, trasfiriendo las competencias de estos entes espectrales a otros ámbitos ministeriales de mayor enjundia.

Empecemos por el ministerio de Cultura, heredero del de Información y Turismo o sea, del ministerio de propaganda de la Dictadura, éste de Cultura, que tiene casi todo su quehacer transferido a las CCAA, tenía que concentrarse en algún terreno especialmente conflictivo con otros ministerios, como el de la acción exterior (cultural) del Estado. En un país multicultural y multilingüístico la existencia de un sólo ministerio de Cultura es ya más que discutible. Las otras competencias por las que Cultura es conocido, los premios y las subvenciones pueden residenciarse en un Dirección General de Cultura del ministerio de Educación, o atribuirse a un instituto civil; o suprimirse sin más.

Esto de la sobredimensión, del cesarismo, es mal muy frecuente que afecta asimismo a los otros ministerios citados. El de Vivienda, también con todas sus competencias transferidas, está pidiendo a gritos que lo redimensionen, si acaso como una Dirección General del ministerio de Industria. Es una medida que aplaudimos todos los que hemos sido o somos víctimas de la burbuja inmobiliaria. Sobre todo si se tiene en cuenta que la ministra del sector, doña Beatriz Corredor, no ha hecho otra cosa que intervenir en el mercado de la vivienda con informaciones, opiniones y hasta bromas de acuerdo con las líneas de interés de las inmobiliarias.

El último caso es el del proyecto ideológico más querido del señor Zapatero, el ministerio de Igualdad. Un ministerio que carece de un contenido concreto, empírico, como la agricultura, la industria o la vivienda; un ministerio que es ministerio de un derecho y una realidad, sí, pero relacional. Un ministerio que se basa en la idea de que la igualdad entre los seres humanos es buena, si bien hay un buen número de autores que sostiene que no, que es mala, nociva, contraria a las determinaciones naturales. Por eso: proyecto ideológico. Y por eso la señora Aído. Me da la impresión de que eso de la igualdad es una cuestión de perspectiva que debe tratarse en todas las formas de actividad. Podría tratarse de una especie de centro al que fuera preciso enviar todos los proyectos de ley y medidas en general para que dieran el nihil obstat feminista. Sé que puede sonar a broma pero no lo es. El feminismo es una política y debe impregnar todo el quehacer del Gobierno.

Así pues, con independencia de la importancia intrínseca del cometido de estos ministerios, suprimirlos como rales y redimensionar la administración pública en tiempos de crisis y necesidad es justo y necesario. No todo ha de ser subir impuestos indirectos.

(La imagen es una foto de gtavares, bajo licencia de Creative Commons).