dilluns, 15 de juny del 2009

Juego de espejos.

Este libro (Emma León, editora, Los rostros del Otro. Reconocimiento, invención y borramiento de la alteridad, Barcelona, Anthropos, 2009, 175 págs.) reúne cinco ensayos escritos por otras tantas investigadoras mexicanas y viene a ser como una especie de aplicación de las concepciones filosóficas de Emmanuel Levinas y, en general, de la fenomenología de la alteridad. Levinas y Max Scheler son los autores que las participantes más citan en unos ensayos que, aunque pretenden dar cuenta de realidades sociológicas y especulaciones filosóficas, están concebidos sobre todo literariamente.

Gilda Waldman (El rostro en la frontera) es una reflexión sobre el valor dual de la frontera que divide y delimita, incluye y excluye al mismo tiempo. Vivimos a los dos lados de la frontera y todos somos el Otro. La frontera, el desierto (pensando sobre todo en el del Norte de México) son lugares de constitución del Otro en una época de incertidumbre (p. 11). La autora recurre a las obras literarias de Hernán Rivera (sobre el desierto de Atacama en Chile) y Antonio Parra (sobre el del Norte de México). Lo que caracteriza a la reflexión contemporánea es el hecho de ir en busca de otras voces y otras memorias (p. 16). Imposible no recordar aquí el primer libro de Truman Capote con el que éste ya consiguió la fama literaria, Other voices, other rooms. El Otro es siempre una metáfora del extranjero y todos podemos ser extranjeros (p. 21).

Olga Sabido (El extraño) parte de la idea de que el Otro es siempre algo extraño, que viene de fuera. Va a buscar ejemplos en la Peste Negra en Europa, lo que no es muy convincente y en los diarios de Cristóbal Colón, que ya lo es algo más. El extraño condensa la lógica de la inclusión y la exclusión, esto es, "todas las manifestaciones de los desequilibrios de poder, de los prejuicios, el desprecio, los miedos y el odio entre personas, naciones y poblaciones civiles." (p. 27). Extraño es todo lo que no pertenece al ámbito familiar y encuentra una prolongación en la concepción de Marx del trabajo como "extrañamiento" (p. 29), la Verfremdung, si no recuerdo mal. Ahora bien, no existen los extraños "en sí mismos" sino que todo lo extraño lo es para alguien. Recurre aquí la autora a quien con más profundidad ha tratado este asunto del extraño como forma social, una forma del "ser con otros", esto es, Georg Simmel (p. 34). Precisa asimismo que la relación con lo extraño no tiene por qué ser simétrica y trae a colación las aportaciones de Erving Goffman, singularmente su célebre "cortés desatención" como forma de precaverse frente a lo extraño en las interacciones sociales. Termina su ensayo Sabido analizando las relaciones entre lo extraño (como percepción del Otro) y los sentidos, vista, olfato, gusto, oído, tacto. En su forma más radical llega a decir que lo ajeno o extraño se siente en las entrañas (p. 56). Tal vez por eso suele decirse en España cuando algo nos es muy cercano, que es "entrañable".

Emma León (El monstruo) es un muy interesante trabajo sobre la teratología o estudio de los monstruos (p. 61) que constituyen la forma extrema del Otro, que suscita temores y violencia que se actualizan bajo las formas de racismo, xenofobia, etc. El monstruo es la "alteridad radical" de Levinas. Sigue la orientación de Max Scheler cuya idea del ordo amoris ayuda a establecer el orden de las cosas que pueden ser amadas y las que no pueden serlo (p. 65). La forma más alta del amor irrenunciable es el antropino o quintaesencia de lo que hace humanos a los hombres. Hay un juego entre lo antropino y lo teratino que la autora ejemplifica en la sonrisa, privativa de la especie humana (p. 69), lo que no está mal siempre que no olvidemos que, en realidad, el antropino condensa una multiplicidad de peculiaridades (además de sonreir, el ser humano miente, sabe que es mortal, tiene pesadillas, etc) y ninguna tiene por qué ser más decisiva que otra. La visión común quiere que sea difícil distinguir los antropinos de los gitanos, los africanos, los turcos o los suramericanos en la Unión Europea y, por supuesto, el caso extremo, el de los negros en el África (p. 76). Son los seres a los que se atribuye lo monstruoso, lo infernal, demoníaco, por ejemplo, la antropofagia (p. 77). De igual modo los isomorfismos que transforman hasta los nombres de aquellos cuya desemejanza es crítica con el "nosotros", así los apaches o los indios caribes, a propósito confundidos con los caníbales (p. 81). Téngase en cuenta que, como dice Foucault, el canibalismo es uno de los dos grandes consumos prohibidos en todo el mundo; el otro es el incesto (p. 82). No hay época ni orden social que no haya hecho del otro una alteridad deformante y monstruosa (p. 84). En definitiva, monstruo es aquello que se muestra y, subraya la autora, "como te veo eres" (p. 87). La Otredad es como el monstruo, una fuente para la fabulación humana (p. 93). El ensayo se cierra con unas curiosas observaciones sobre la monstriparidad o capacidad para parir monstruos que es atributo femenino, lo que dio mucho juego en la Edad Media (p. 95).

Reyna Carretero (El indigente trashumante) aproxima el enfoque del Otro a la realidad de las poblaciones desplazadas por la diversidad de motivos que hoy impera (exilio político, guerras, motivos económicos, etc) y que son el fenómeno característico de nuestra época. Algo que recuerda a la autora la leyenda del judío errante (p. 100), a la que cabe añadir la del holandés errante. Se trata de seres sin lugar y a los que ya no cabe considerar como el "ser ahí" heideggeriano que define la condición humana porque, dice la autora, esa condición que nos llena de sentido, "se pierde en la indigencia trashumante al tener la expulsión como norma" (p. 103). Muy bien visto. El "ser ahí" es ahora un ser sin lugar (p. 105), con todo lo que eso significa en cuanto a memorias, vivencias, etc. Mi única objeción es al empleo del término "trashumante" que implica reiteración. Quizá fuera más adecuado "nómada". En todo caso, la autora elabora lo que llama una "poligeografía errante"que consta de diversos momentos (separación, latencia, perplejidad, agregación), a medida que el trashumante hace su itinerario que relaciona, no sé si con mucha propiedad, con el Aleph borgeano (p. 121).

Por último María Concepción Delgado (El fuera de sí) , escribe un ensayo que no estoy seguro de haber entendido bien porque, sobre no estar muy afortunadamente escrito, ser reiterativo y estar literalmente plagado de citas que no sólo no ilustran sino que confunden, mezcla los conceptos filosóficos habituales en esta obra (el Otro especialmente) con reflexiones políticas acerca de la violencia en distintas formas (totalitaria, legítima, soterrada) que no contribuyen a aclarar las cosas. En definitiva, no obstante, da la impresión de tratarse de la aplicación del concepto de Otro a la radical experiencia de la indecibilidad de Auschwitz (como resultado de la perversión de la comunidad totalitaria) en una especie de reelaboración del pesimismo adorniano.