Con motivo del sexagésimo aniversario de la OTAN hay una reunión en Baden Baden en la que la organización está tratando de definir sus nuevos objetivos y correspondiente estructura para los tiempos venideros. A esa reunión ha acudido el presidente del Gobierno español porque España es miembro de pleno derecho de la alianza militar más importante y duradera de Occidente.
Hubo un tiempo en que esto no era así, en que España no pertenecía a la OTAN porque, sometida a una dictadura fascista, era una apestada internacional y prácticamente no pertenecía a ningún organismo multilateral: al Consejo de Europa o a la Unión Europea, antes Mercado Común, luego Comunidad Económica Europea o a otros. Lo cual no impedía que estuviera imbricada en la estrategia defensiva occidental en tiempos de la guerra fría a través del pacto bilateral con los Estados Unidos que, siempre pragmáticos, querían aprovechar el alto o bajo potencial militar español y, por supuesto, asegurarse unas bases en el territorio patrio que Franco les cedió servilmente para ganarse su simpatía.
Murió Franco, llegó la transición y tarde o temprano había de plantearse la cuestión de la pertenencia de España a las organizaciones multilaterales, cosa que sucedió en los años 80 con la posible adhesión a la UE y a la OTAN. Ahora bien, aunque había casi unanimidad respecto a la conveniencia de ingresar en la UE, en lo atingente a la OTAN, la opinión estaba dividida entre una derecha partidaria del ingreso y una izquierda partidaria de rechazarlo. El Gobierno socialista de Felipe González, que había ganado las elecciones de 1982 prometiendo ambiguamente que saldríamos mediante referéndum de la organización en la que nos había metido a la chita callando el Gobierno conservador de Calvo Sotelo, acabó convocando la consulta, pero no para salirnos sino para quedarnos.
El referéndum de 1986 dividió profundamente a la izquierda española, división que aún perdura por cuanto la parte contraria a la OTAN organizó la Izquierda Unida original bajo patrocinio del Partido Comunista que, mal que bien, sobrevive actualmente. Hubo otra parte de la izquierda que optó por el sí a la integración en la organización militar. Yo lo hice. Incluso publiqué un artículo en EL País el día de la reflexión, el 11 de marzo de 1986 titulado A favor del "sí" con sus razones que hoy, veintitrés años después, volvería a escribir y publicar porque creo que la pertenencia a la OTAN fue un acierto desde el punto de vista de la izquierda también.
Aquel artículo me costó un disgusto con viejos amigos, rupturas y pendencias sin fin. Recuerdo que Patrick Camiller, el director de la New Left Review, que había venido a España a hacer campaña por el no, me explicaba qué gran paso daría la izquierda europea si, la primera vez que la pertenencia a la OTAN se ponía a votación, ganaba el "no". Le dije que yo votaría que "no" en un referéndum sobre la OTAN el día en que los ingleses hubieran organizado uno y se hubieran salido a su vez y, en el ínterin, harto de que mi país se quedara siempre fuera del concierto de los demás Estados democráticos unas veces por unas razones y otras por otras, votaría que "sí" y haría campaña por el "sí".
La discusión con Camiller se repitió con otras gentes en otros lugares. Se me dijo que abandonaba mis principios para integrarme en una organización militarista, belicista, causante de no sé cuántos desaguisados en el mundo. Respondía yo que, hasta la fecha no había visto que hubiera causado ninguno y que la OTAN no había invadido ningún país miembro de ella misma como sí había hecho el Pacto de Varsovia con los suyos y que, además, veía una gran ventaja de consolidación democrática en España integrando a los militares españoles en una organización defensiva para que se entretuvieran, se homologaran con los demás y se olvidaran de su tendencia al golpismo.
Algunos otros argumentaban que había que salvaguardar la tradición de la "neutralidad" española, que teníamos que aprender de Suecia, Austria o Finlandia, cuando era obvio que no teníamos nada que ver por cuanto no existía una tradición de "neutralidad" española sino, en todo caso, al menos en tiempos de Franco, de "no beligerancia" que no ocultaba la colaboración del régimen con los nazis y los fascistas con la guinda de la División Azul en el frente del Este. Muchos de los que entonces me ganaban por la izquierda y me llamaban socialdemócrata traidor y cosas así, luego me ganaron por la derecha y, si no llegaron a la extrema derecha es porque Alá es grande; por ejemplo, el señor Tamames, a quien oí entonces diciendo por TVE que había que votar que no a la OTAN porque era una organización dominada por los gringos, los últimos que nos habían ganado una guerra, es decir, atizando nobles pasiones. He perdido la cuenta de las oscilaciones ideológicas del señor Tamames desde entonces.
Han pasado 23 años. Entretanto el comunismo ha caído sin que parezca que vaya a levantarse por una temporadita y la OTAN, hoy, quiere establecer relaciones de colaboración con Rusia, cosa impensable en tiempos de la Unión Soviética. El Pacto de Varsovia, la OTAN comunista, también se ha desintegrado y casi todos sus antiguos miembros han salido corriendo y se han echado en brazos de la organización militar occidental, probablemente porque se sienten más a gusto y más seguros. Algunos países europeos, como Grecia y Turquía no han llegado (más) a las manos porque ambos son miembros de la OTAN. Los militares españoles no han vuelto a amagar con alguna de sus intentonas tradicionales y el país no se ha visto involucrado en ninguna aventura belicista o imperialista.
En definitiva, una historia de un éxito en la que, como es lógico, no faltarán algunos borrones. Por ejemplo, parece que la acción de la OTAN en los Balcanes ha sido inadmisible en varias ocasiones pero, aparte de que una actuación tan delimitada en el tiempo y en el espacio no determina el carácter de la organización, debe recordarse que toda actuación de la OTAN en Europa se produce por la patética división de los países europeos y nuestra incapacidad para poner en pie una fuerza defensiva exclusivamente europea viable y eficaz. No me atrevería a decir que la presencia de la OTAN en el Afganistán sea algo acertado, justo o siquiera conveniente. Pero no puedo dejar de pensar que la organización está en ese país del Asia central para sustituir a los soviéticos que fueron los primeros en invadirlo y suscitar el desbarajuste que dura hasta ahora.
Ya sé que plantearse cómo hubieran sido las cosas en caso de que España no formara parte de la Alianza Atlántica es incurrir en una aburrida e inútil cuestión contrafáctica pero quizá no esté de más tratar de responder a la hipotética pregunta de en dónde estaríamos ahora si no perteneciéramos a la OTAN. Una respuesta que a lo mejor animaba a los enemigos de la organización que todavía siguen siéndolo (a quienes han cambiado no merece la pena escucharlos) a explicar en qué hubiéramos mejorado el mundo y nosotros caso de que se hubieran salido con la suya hace veintitrés años.
(La imagen es una foto de MATEUS 27:24 & 25, bajo licencia de Creative Commons).