Los últimos veinte años de turbocapitalismo o capitalismo desregulado, de libre mercado sin cortapisas, de privatizaciones sin límites, de flexibilización, desmantelamiento del Estado del bienestar, vía libre al capital especulativo y a todo tipo de combinaciones financieras oscilando de lo ilegal a lo claramente delictivo han producido la mayor crisis económica que recuerdan los tiempos: recesión, depresión, caída del PIB mundial, desempleo en millones, contracción del comercio, de la actividad industrial, avance de la pobreza y del hambre en el mundo. Todo ello producto directo de las políticas neoliberales que han dominado el planeta sin discusión. El momento del capitalismo es asimilable al del hundimiento del comunismo hace ya veinte años. E, igual que sucedió con el comunismo, los partidarios del capitalismo han desaparecido por ensalmo. Todos los que ayer cantaban las promesas de la mano invisible han enmudecido. Por supuesto, siempre queda algún partidario que, por necedad o interés, sigue proclamando la vieja fe, pero se trata de la llamada "franja lunática" en la discusión: el señor Aznar, sus acólitos en pintorescas instituciones dedicadas a la difusión de la ideología neoliberal y algún columnista de piñón fijo y columna perpetuamente idéntica a sí misma. En el resto del planeta y para la inmensa mayoría de los ciudadanos del mundo el prestigio del capitalismo está por los suelos. Ahora ya no hay duda de que, como sistema, es un fracaso y de lo que se trata es de averiguar con qué será sustituido.
Un buen ejemplo del descomunal desastre que ha provocado el neoliberalismo se encuentra en el país europeo que tiene el triste honor de ser el primero en dar en bancarrota: Islandia. Esta isla de poco más de 320.000 habitantes, era hasta hace seis meses el escaparate junto a Irlanda (probablemente el segundo país en declararse en quiebra en las próximas semanas) del éxito de las políticas neoliberales, de triunfo del turbocapitalismo, capaz de multiplicar la riqueza por arte de birlibirloque y de transformar una sociedad pobre de base agraria en un próspero país de ejecutivos triunfantes que se desplazaban en jets privados. Hoy ha visto que su riqueza se ha volatilizado, sus tres bancos están en quiebra, su moneda se ha hundido, el paro se ha extendido, a la par que la necesidad y la pobreza. Tanto ha sido así que la antaño feliz y despreocupada población islandesa se movilizó hace unos días y consiguió tumbar al gobierno de coalición en favor de otro presidido por una socialdemócrata, Jóhanna Sigurðardóttir, gobierno interino hasta las próximas elecciones del 9 de mayo, a partir de las cuales puede pasar cualquier cosa en Islandia, desde que se promulgue una Constitución nueva hasta que el país se integre en la Unión Europea. Quien quiera información más en profundidad sobre la crisis islandesa puede ir al interesante trabajo de Rebecca Solnit para Znet (en inglés) The Icelandic Volcano Erupts, en el que se basa esta entrada.
¿Y en España?
Además de la secuela de ruina, paro, recesión y miseria, los años de la borrachera neoliberal han dejado un panorama aterrador de actividades delictivas, de ilegalidades, estafas y fraudes, como era de esperar en un mercado desregulado que quedaba confiado a sus mecanismos morales internos, como si hubiera mercado alguno en el mundo que conociera tal cosa ni de lejos: los hedge funds, les MBSs y otros ingeniosos inventos de los especuladores se daban la mano con las estafas clásicas al estilo de Madoff y, claro está que España no iba a ser menos. La fabulosa red de presuntos corruptos, ladrones y sinvergüenzas que han estado parasitando las arcas públicas desde hace años con la no menos presunta connivencia de los cargos electos del PP en las administraciones locales son la versión carpetovetónica del desastre neoliberal mundial, son la secuela de los años locos de los Gobiernos de Aznar, los años de los fabulosos negocios al amparo de la legislación permisiva en materia de suelo, de los pelotazos urbanísticos, el asalto a las costas, las fortunas de un día para otro a buen recaudo en los paraísos fiscales. Son el resultado de las políticas de privatización, de la relación fraudulenta entre lo público y lo privado, los chanchullos, los enjuagues, las recalificaciones, la información privilegiada que han caracterizado con todo descaro a las administraciones del PP entre 1996 y 2004. Es lamentable que el vituperio haya de caer ahora sobre quienes, precisamente, pusieron coto a los desmanes de la corrupción en el PP a partir de 2004, pero es el resultado políticamente inevitable de una ideología y una gestión administrativa en aquel gobierno de mayoría absoluta de Aznar que creyó que sólo el cielo era el límite y, además de meter al país en una guerra criminal de rapiña, permitió (y ahora veremos si se benefició y cuánto) que a su sombra prosperara todo tipo de corruptelas, fraudes y expolios de bienes y caudales públicos.
La señora Aguirre que hace poco decía poner la mano al fuego por sus consejeros y ahora está despidiéndolos por presunta corrupción, antaño tan segura de sí misma y de la superioridad moral del gobierno de presuntos implicados que presidía, lucha denodadamente por conservar su puesto. Pero cada vez está más claro que ese Gobierno, que ya nació en un acto de corrupción, mediante la compra del voto de dos desaprensivos, debe dimitir en pleno y el PP tiene que nombrar una comisión gestora hasta las próximas elecciones.
Porque Madrid hiede.
(La primera imagen es una foto de Alina. La dos siguientes son una de 20 Minutos, y la otra de Público, todas ellas con licencia de Creative Commons).