Mi amigo Carlos, quien me honra visitándome con asiduidad, suele decir que coincide casi siempre conmigo pero no en las valoraciones que hacemos de las comparecencias del señor Rodríguez Zapatero pues parece que hayamos visto comparecencias distintas. Veamos si nos sucede lo mismo con ésta.
En primer lugar hay que aplaudir que el presidente del Gobierno haya acudido al programa de Milá en la situación que estamos viviendo. Eso se llama "dar la cara", como él mismo dijo en un par de ocasiones. Sobre todo si es cierto que, como dijo Félix Monteira, director de Público, en el subsiguiente programa de 59 segundos, el señor Rajoy, invitado a acudir asimismo a otra sesión del Tengo una pregunta para usted antes o después de la del presidente del Gobierno, declinó la invitación hasta después de las elecciones. Gustará más, gustará menos, pero eso prueba que unos dan la cara y otros, no.
Continuemos: dio la cara con una sonrisa, tratando correctamente a todo el mundo (sigue tuteando al personal, cosa que no me gusta nada), siendo conciso y escueto en las respuestas y sobre todo, pertinente, manejando cifras y datos aunque sin agobiar.
Escuché a algunos directores de diarios en 59 segundos diciendo que habían visto a un ZP amilanado, agotado, sin fuelle, sin fondo, sin respuestas. Sobre todo el señor Marhuenda, director de La Razón y estrecho colaborador del señor Rajoy en una de sus etapas ministeriales. Estos señores no hablaban del programa real sino del que les hubiera gustado ver. No merece la pena seguir con ellos.
En un primer momento todas las preguntas giraron en torno a la crisis y el paro con una importante dosis de "solucióneme usted lo mío, señor Presidente". El señor Rodríguez Zapatero contestó de modo claro, explicó las causas y los rasgos de la crisis actual, las medidas que el Gobierno ha ido tomando pari passu con otros gobiernos occidentales. Y sobre todo llevaba muy bien aprendido el marco (frame) que quería colocar: el discurso optimista, de fe y confianza en el país, en la sociedad, en la capacidad de la gente. Eso lo bordó y se ganó al auditorio, incluidos los recalcitrantes, algunos de los que llevaban preguntas que hubiera podido formular la COPE.
Donde estuvo menos convincente, a mi juicio, fue en el intento de exculparse por haber seguido hablando de "ralentización" cuando la crisis asomaba su feo hocico en el horizonte. Pero es comprensible: todos tardamos en admitir la malas noticias. Y conste que lo digo tras haberme pasado varios meses entre diciembre de 2007 y abril de 2008 diciendo que parecía mentira que el gobierno no quisiera admitir que había una crisis como al final tuvo que hacer. Lo que sucede es que, al margen de la satisfacción que, al parecer, produce meter el dedo en el ojo a la gente, no se ve en qué hubiera mejorado nuestra situación si el Gobierno hubiera aceptado antes la hipótesis de la crisis porque no sabiendo por entonces cuáles eran sus rasgos específicos tampoco hubiera podido tomar medidas acertadas; lo que no quiere decir que éstas lo sean.
Hubo respuestas en que estuvo francamente bien. Por ejemplo la que dio a la pregunta, que llevaba el veneno evidente de ser pregunta obligada en los argumentarios de la derecha, sobre por qué no se levantó al paso de la bandera gringa en el desfile de 2002. Una respuesta estupenda que devolvió la pelota al campo de los fariseos de la bandera al decir que no era a ésta a la que objetaba sino a la guerra del Irak. Que era, es y seguirá siendo por los siglos de los siglos un crimen, una canallada y, además, una colosal metedura de pata.
Fue rápido, hábil y convincente en las preguntas sobre la inserción laboral de los discapacitados, el problema educativo y el abandono escolar, el mayor error que haya cometido en su mandato y sobre todo en materia de violencia de género, impago de pensiones de alimentos y otras cuestiones relativas a la igualdad/desigualdad. Sus respuestas fueron certeras y con datos firmes. En materia de igualdad de género, en la que su Gobierno ha hecho avances espectaculares, se le veía en su salsa.
Comentario aparte merecen las dos preguntas sobre el aborto. Ciertamente, el presidente respondió bien y salió muy airoso porque su posición es clara, profemenina y sin las habituales ambigüedades en este territorio. Ahora bien, ¿qué diantres pintaba un cura allí? Eso es lo que demuestra que la mentalidad carcunda sigue anidada en nuestra sociedad, incluida RTVE, porque si se excluye expresamente a gentes de partidos o que tengan una posición pública que obligue a pronunciamientos en un sentido u otro, ¿acaso la muy combativa y militante iglesia católica española no es el equivalente a un partido? Yo creo que es más que un partido pues la tengo por una secta pero no voy a discutir ahora por eso. ¿No podía haberse recurrido -si se quería guardar equidistancia en este delicado asunto- a un seglar antiabortista? En fin, un baldón sobre el programa.
Donde el presidente se pilló obviamente los dedos fue en la pregunta sobre las ventas de armas a países que no respetan los derechos humanos. El preguntador, que lo hizo muy bien, no le dejó escabullirse y lo acusó de hipocresía, puso de manifiesto el doble juego del gobierno socialista y el señor Rodríguez Zapatero, no pudiendo ser tan directo, franco y convincente como en las otras ocasiones tuvo que hacer un burdo cambio de marco pasando de la venta de armas a las tareas humanitarias de nuestras tropas en el extrajero que no venía a cuento ni nadie había discutido.
En resumen, fue una buena hora y media de programa que no se hizo larga en modo alguno. Todos han adquirido muchas tablas: el presidente desde luego que estuvo tranquilo, comedido y afirmativo y consiguió colocar el mensaje que llevaba. Pero también ha mejorado mucho el público: las preguntas bien formuladas, sin aquellos lamentables espectáculos de nervios, incisivas y claras. Por estar mejor hasta lo estuvo también el señor Milá, mucho menos admonitorio y, por lo tanto plasta, que otras veces. Cuando vaya el señor Rajoy, si se atreve a ir, lo tendrá difícil.
(La imagen es una foto de Público, con licencia de Creative Commons).