En el Reina Sofía hay una exposición de fotografías de Alberto García-Alix que tiene mucho interés porque exhibe su obra en los últimos treinta años y hasta lo más reciente, lo de este año. Las fotos, que tienen una temática casi obsesiva de retratos (y autorretratos) y paisajes urbanos cargados de metafísica, vienen acompañadas con el relato del propio García-Alix, el texto De donde no se vuelve, una larga serie de reflexiones, apotegmas y aforismos impresa como programa de mano. La exposición tiene el añadido de juntar sus dos elementos, las fotos y el texto en la voz del autor en un vídeo que se proyecta aparte.
El tema de la obra de García-Alix está patente en ella y en el modo en que el autor la explica. La exposición se concibe como un viaje allí de donde no se vuelve, del cual resalto su expresión, que me suena muy familiar, como ya imaginan los lectores de Palinuro, de Camino sin saber dónde voy. Claro el camino es la vida y al final de la vida está la muerte. Esta es una exposición sobre la muerte en último término y sobre lo que sucede entre ella y la primera vez que te metes un chute de heroína. Es una vida, la suya y la de sus amigos, novias, a caballo del caballo.
Las fotos de gente chutándose, de él mismo haciéndolo son impresionantes en su cruda desnudez en que: bajo esa luz lechosa, presente y pasado copulan.
Los retratos, que son el alma de la exposición, todos absolutamente personales, blanco y negro de acusadísima interpretación, nos llevan a un mundo poblado de jonkies, de seres marginales en muchos sentidos, de existencias al borde del abismo, de gentes de una extraña personalidad, empezando por la del propio autor con sus improbables autorretratos. Lo que no es él son visiones de los demás, pero ¡qué demás! Por eso dice que El alma de la fotografía es el encuentro y que El retrato es un enfrentamiento. Ahí no hay duda. García-Alix se enfrenta a un mundo entero que es el que él ha creado pues, como todo artista, crea un mundo, su mundo, que abre a la curiosidad ajena y del que me parece que una vez se ha entrado en él, ya no se sale porque es el mundo de dónde no se vuelve. Pero al mismo tiempo esa creación se ha hecho valiéndose de la mirada. Toda la obra narrativa anterior de García Alix está contenida en un libro con el muy revelador título de Moriremos mirando que es una clara alusión a los versos del himno de la legión de "moriremos luchando". En cierto modo, la mirada es lucha. García Alix se confiesa fotógrafo porque, según dice, la fotografía es el espacio donde imaginarme pero sobre todo porque lo que hace es mirar. Es decir, crea el mundo con la mirada.
Ese mundo en el que nos conduce en un viaje sin vuelta que comenzó en París. Llegué huyendo... y lo llevará hasta allí de donde no se vuelve, pasando, entre otros lugares cuyos paisajes le han inspirado tomas sorprendentes, por la China. En el ínterin, los retratos, ese mundo tremendo que el fotógrafo plantea siempre como una confrontación, una tensión que muchas veces se advierte en las miradas de sus modelos normalmente muy conscientes de que están siendo fotografiados para exhibir luego su imagen ante personas que jamás de los jamases, ni por ensoñación, conseguirán hacerse una idea de cuál pueda ser el sentido de sus vidas, incluso si en verdad ellos mismos existen y no son una creación más del fotógrafo. Fotógrafo que reconoce con sinceridad admirable: No puedo tener una mirada inocente. Mi intención nunca es honesta. Es maliciosa. Recojo ecos vivos de lo que vieron mis ojos. Esto por supuesto a tenor de lo que se decía antes sobre la mirada. Ecos, por lo demás de los que quiere apropiarse, Sí, poseer con malicia. Intencionalmente. Realmente es una exposición sorprendente. Es como un Naked lunch hecho fotografía, aunque supongo que eso se lo habrán dicho muchas veces. Sin olvidar, por supuesto que, al final, es el reino de dónde no se vuelve, al que está consagrada la exposición que tiene una colección de retratos de la que el autor dice que una colección de retratados es una colección de futuros cadáveres, porque, según él, La fotografía es iconografía de muerte y como tal se nos aparece latente a lo largo de todo el viaje, digo latente porque sólo se manifiesta expresamente una vez en una magnífica toma de los pies de un cadáver de alguien conocido suyo en un depósito de cadáveres, con los datos de identificación en una etiqueta atada a un tobillo.
Pues bien, entre París y la muerte, agarrado a su Hardley Davidson, en la prolongación de una existencia que empezó declarándose en la carretera, el asunto consiste en vivir sin límites, apropiándose todo cuanto se encuentra, superando todos los miedos, dejandolos atrás, poniendo una mirada creadora en todo cuanto se hace, incluso en el acto de orinar en el que además la mirada se devuelve bajo el irónico brillo de una máscara. Realmente interesante la exposición de García Alix. las imágenes son portentosas y están unidas por tal fortaleza de propósito narrativo que cuando se encuentra uno al fin en la calle, al resplandeciente sol de diciembre, se pregunta uno si ha visto lo que ha visto o se lo ha imaginado.
(Las imágenes son fotos de Alberto García-Alix que se reproducen en baja resolución con el propósito de que ilustren el comentario sobre la exposición).