Los mismos que pasaron cuarenta años llevando bajo palio al criminal que sojuzgó otros tantos al país mediante la tortura y el asesinato, o sus herederos y discípulos; los mismos que llamaron "cruzada" a un alzamiento de militares felones contra un gobierno legítimo y a la subsiguiente guerra civil; los mismos que se beneficiaron a manos llenas de un régimen tiránico y corrupto son los que ahora levantan la voz contra un gobierno legítimo y democrático que tiene el apoyo de la mayoría de la población.
Y no sólo ahora. Llevan cuatro años haciéndolo, desde las elecciones de 2004, en perfecta sintonía con el Partido Popular y la Asociación de Víctimas contra el Terrorismo, el otro puntal de la reacción contra un gobierno socialdemócrata de izquierda moderada que ha traído un notable avance a la sociedad en materia de derechos de las minorías, igualdad de género, protección contra la violencia machista (que ellos siguen llamando "doméstica", claro), libertades civiles para quienes no las habían tenido hasta la fecha, cuidados a los dependientes, ayudas a los jóvenes, derecho de la mujer sobre su propio cuerpo, libertad de educación y educación cívica.
Cuatro años de beligerancia antisocialista. Los hemos visto manifestarse en la calle, todo un espectáculo del pasado más oscurantista, en contra de la igualdad de derechos, de la libertad de educación, de la protección a las minorías, de todo lo que es abierto y progresista. Ellos que en tiempos de Franco hacían la pelota al dictador sin reparo alguno como bien se ve a la derecha. En cambio no los hemos visto manifestarse, ni siquiera mencionar los problemas de los inmigrantes, de los parados, de los marginales, de los niños sometidos a abusos, de las mujeres maltratadas, de las prostitutas, de los drogadictos, de los jóvenes que no pueden emanciparse. Todo eso les importa un bledo. Su obsesión es derribar este gobierno y reemplazarlo por otro obediente a los designios de un Papa ultramontano y un clero reaccionario, que suprima los derechos de los homosexuales, la igualdad de las mujeres, los derechos de los pacientes (¡cómo les gustaría tener a un señor Lamela de ministro de Sanidad, uno que garantice que la gente se muera rabiando de dolor!), el divorcio, el aborto y nos retrotraiga a los tiempos del nacionalcatolicismo franquista, que es lo que les gusta.
Cuatro años atacando a un Gobierno progresista, un Gobierno que ha hecho todo lo posible por evitar esta confrontación, que ha enviado de embajador al Vaticano al más beato de sus afiliados con ánimo de congraciarse con la Santa Sede, que ha tratado de apaciguar los ánimos, de moderar sus medidas, de hacerlas más relativistas, que ha garantizado recientemente una vez más que no tiene ánimo de revisar los acuerdos de 1979 que tan ventajosos son para la Iglesia y tan desventajosos para el Estado, un Gobierno que ha actuado con exquisito tacto y guante de cabritilla y que, en contrapartida, ha recibido el ataque frontal más duro que pueda articular el clero al margen de la excomunión que no andará lejos.
Y a lo que se ve, no les basta con sacar a sus incondicionales a la calle a atacar al Gobierno con falsedades y embustes sobre la democracia y los derechos fundamentales y con petición expresa de que no se le vote en las próximas elecciones sino que niegan a los agredidos el derecho a defenderse. Ahora dicen (ellos, que no han parado de atacar a los gobernantes bien directamente bien a través de sus asalariados en los medios, especialmente la COPE) que se sienten atacados e insultados.
Lo que la jerarquía parece ignorar y con ella los reaccionarios de la derecha que capitanean hoy el PP es que la sociedad española es una de las más avanzadas de Europa y que el efecto de tanto ataque carcunda está siendo justo el contrario del que pretenden. No se dan cuenta de que sus agresiones, sus descalificaciones, sus embustes y amenazas generan oposición en la gente. Véase a la izquierda el resultado de la pregunta planteada por El País ayer sobre si deben revisarse los Acuerdos con la Santa Sede. ¡Un 93% a favor! Y supongo que irá creciendo. Somos los lectores de El País, desde luego, pero no somos estraterrestres, somos españoles y el diez de marzo se enterará la clerigalla de cuántos. Para entonces hay que exigir a este Gobierno que se deje de contemplaciones y acometa la tarea pendiente: revisar esos vergonzosos e inconstitucionales acuerdos y poner a los curas en su sitio, esto es, en las sacristías o en la política (en las filas del PP, por ejemplo), pero no en ambos sitios al mismo tiempo. La Iglesia no debe hacer política porque al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios que, aunque los monseñores no lo crean, no incluye a lo del César.
Una última observación: dice el señor Rajoy que el presidente del Gobierno pierde el tiempo peleándose con unos y otros para no tratar de la economía. Es un razonamiento que lo retrata como lo que es, un perdedor que trata de recurrir al juego sucio, que pretende sembrar confusión, embarullarlo todo a ver si sale beneficiado. Porque debe de ser el único español que no sabe que el presidente no se pelea con nadie (ni con él), pero que sí está siendo innoblemente atacado. Un ataque que debiera encontrar en el señor Rajoy el mismo rechazo que en el señor Rodríguez Zapatero pues, de lo contrario, ya saben quienes votan al señor Rajoy que votan a los curas.