Los cínicos tan abundantes en los mentideros literarios de la Villa y Corte solían decir que el verdadero premio Planeta era el finalista y que el premiado era un mero figurón para vender libros. Quizá eso fue cierto en el pasado; hoy, no. Al menos no en la última edición del premio en la que el galardonado fue Juan José Millás y el finalista el autor de esta aburrida cuanto interminable historia de casi quinientas páginas. Y no es que esté mal escrita o el autor carezca de recursos literarios, pues maneja bien la metáfora y tiene riqueza léxica. Es que la narración es una montaña de topicazos pretenciosos, cursilerías melodramáticas, trivialidades grandielocuentes y ñoñería por un tubo. En definitiva, madera pura de culebrón.
La obra quiere ser la historia de los destinos de dos hermanas, especialmente la pequeña, la heroína, engarzada en el acontecer de la historia de Venezuela hacia la mitad del siglo XX. Lo de las dos hermanas acaba produciendo verdadero hartazgo a fuerza de reiterativo y superficial y el acontecer venezolano no pasa de ser un confuso relato carente de valor.
Por partes. El episodio histórico, el que más interés hubiera podido tener, se sitúa entre la caída del dictador Juan Vicente Gómez, que gobernó a lo caudillo tradicional desde 1908 a 1935 y la del siguiente, Marcos Pérez Jiménez, que a su vez lo hizo a lo desarrollista entre 1952 y 1958, refugiándose a su caída en España en donde murió en 2001. Venezuela parece ser país proclive a los gobernantes pintorescos (basta con ver el que hay ahora) y en aquellos años, recién estrenada la riqueza petrolera, el pintoresquismo fue especialmente acusado. Pero nada de esto se refleja en la novela. Se pasa de puntillas por la dictadura de Gómez, se hacen una o dos crípticas referencias a los interregnos de Rómulo Betancourt y el fugacísimo del ínclito Rómulo Gallegos (por cierto, excelente novelista) y se cala un poco más, pero no mucho, en la dictadura de Pérez Jiménez. Decir que ello equivale a un retrato de la Venezuela de la época es una exageración injustificada.
En cuanto a la historia de los personajes, la trama propiamente dicha, no es más feliz ni tiene más interés que el pretendido contexto histórico. Los personajes, todos ellos, con alguna excepción, pintados como burguesía adinerada y arribista al amparo de las corrupciones de las sucesivas dictaduras son estereotipados y lieralmente de cartón piedra pues el autor se empeña en prestarles, en especial a la heroína, un grado de cultura, refinamiento y savoir vivre imposibles en el contexto biográfico en que los ha colocado. La pareja de insoportables hermanas, la guapa y la lista, así como sus respectivos maridos (el intelectual frustrado y el héroe superhombre) carecen de todo relieve, verosimilitud o profundidad psicológica. Y los ambientes, tanto los venezolanos como los de Trinidad parecen sacados del National Geographic. De los demás personajes prefiero olvidarme, cosa que, me temo, no me será posible con la cantidad de melodramáticas peripecias que el autor acumula como si fueran gemas: la muerte del padre, el secuestro y muerte de la madre, la violación y preñez de una hija (no especifico para no fastidiar el argumento), la muerte por asesinato de otro padre, la muerte del niño al nacer, la invalidez de la madre, el suicidio de otro hijo, el asesinato de una amiga y más muertes y violencias entre orquídeas (esenciales en la primera parte y desaparecidas en la segunda) coches de altísima gama y mansiones de lujo.
Dejo lo de las mansiones para el final, porque también está al final de la novela que, repentinamente, toma un tinte pseudopolítico y pseudoarquitectónico. Ese arquitecto italiano que tercia en la fiesta con su genio y su amor, creando una situación de triángulo que el autor no sabe resolver, recuerda tanto el nudo también triangular de Domique Francon, Howard Roark y Gail Wynand en El Manantial, de Ayn Rand, que dan ganas de reír.
Quienes hayan declarado finalista a esta novela tienen una idea aproximativa de la literatura.