Un día después de que servidor publicase una crítica del libro de mi buen amigo Iñaki Errazkin, En eso se fue Fidel, Castro renuncia al poder absoluto, total, incuestionable que ha ostentado desde 1959 y pone en marcha la solución a la discrepancia que mantenemos Iñaki y yo (y, con nosotros, medio mundo) acerca de si el socialismo sobrevivirá a la desaparición del Comandante en Jefe, vulgo hombre fuerte o dictador. Cuestión que no podremos dilucidar, sin embargo, porque, al quedarse Fidel en vigilante segundo plano, vicia las condiciones de una hipotética transición.
Los dictadores suelen querer que su obra los sobreviva. Franco, por ejemplo, hizo una especie de ensayo general de muerte en el verano de 1974, un año antes de fallecer de verdad: se puso muy malo, hubo que ingresarlo en la UVI y se hizo un traspaso formal de poderes al entonces Príncipe de España, don Juan Carlos. Desde la UVI el tirano vigilaba lo que hacía su sucesor y, cuando vio que se portaba "bien", decidió mejorar, salió de la UVI, recuperó el mando y duró un añito más. Algo así ha venido pasando con la larguísima enfermedad de Castro. Cuando éste se ha rendido a la evidencia de que no podrá volver a la jefatura y de que su hermano Raúl obedece órdenes como un doctrino, ha decidido poner fin a esta peregrina (por no decir ridícula) situación de que un país entero de once millones de almas esté en una especie de suspensión política hasta ver si el Jefe sana o sucumbe... durante casi dos años. Si tomamos como fecha de la independencia real de Cuba no 1898 sino 1908, con la salida del Gobernador yankee Charles Edward Magoon (que estaba allí en virtud de la infausta enmienda Platt) y el ascenso del presidente José Miguel Gómez, veremos que Fidel ha gobernado la isla durante la mitad de su historia.
Muchos en la izquierda tenemos el alma dividida respecto a Cuba. Por un lado valoramos las conquistas sociales de la Revolución (básicamente sanidad y educación; en la isla no hay analfabetos) y somos sensibles al argumento que emplea Errazkin de que los términos de comparación con Cuba no deben ser los EEUU u otros países desarrollados, sino Haiti, Santo Domingo, Nicaragua, etc. Pero, por otro lado, no podemos tragar la falta de libertades democráticas. Somos mayores, hemos visto mucho y las milongas de la "verdadera democracia" del partido único y el Jefe indiscutible del Estado y todos los resortes, legitimado por mayorías del cien por cien en elecciones no competitivas, con sindicato también único, sin libertades públicas ya no se lo traga nadie ni puede nadie justificarlo de buena fe. Cuba es una dictadura; quizá ilustrada, pero una dictadura. Y, como todas las dictaduras, se embellece a sí misma, con ayuda de sus apologetas, tratando de hacerse pasar por una democracia "verdadera", "popular", "orgánica", "revolucionaria" "corporativa", "de clase", etc, etc, cualquier cosa para ocultar la tiranía..
Lo ideal sería que la democracia fuera compatible con los altos niveles de prestaciones sociales; pero eso no es seguro, entre otras cosas porque, además de la democracia política, a la isla debe volver el mercado, que haga posible el funcionamiento de la economía y ponga fin al disparate de la planificación centralizada que sólo puede garantizar el desabastecimiento, la escasez, el mercado negro y, por supuesto, la corrupción.
Cuando Castro muera, cosa que deseo tarde lo más posible, podremos ver si en verdad puede mantenerse el socialismo sin él. Lo que ya está visto sin grandes dudas es que, con él o sin él, a falta de democracia el socialismo será siempre una enorme mentira, como lo era en la Unión Soviética, en las llamadas democracias populares, en la República Popular China y en ese adefesio que le ha seguido. Nada, ni el aumento del bienestar, puede justificar la supresión de las libertades públicas y los derechos civiles.
(En la foto, impresionante, están el Che Guevara, Castro y Camilo Cienfuegos, dos mitos muertos y uno vivo. Es de pietroizzo y está bajo una licencia de Creative commons.)