dilluns, 10 de desembre del 2007

¿Un hombre libre?

Para las gentes de mi generación, nacidas en la interminable posguerra del franquismo, Marcos Ana era un símbolo, un símbolo de voluntd indomable, el aliento mismo de la poesía que se veía entre rejas. Un militante comunista encarcelado por Franco al final de la guerra, con diecinueve años de edad, dos condenas a muerte, dos conmutaciones a treinta años y veintitrés efectivos de cárcel, Marcos Ana se había convertido en una especie de leyenda viviente.

Ahora, muchos años después de cuando pudo hacerlo (hoy cuenta con ochenta y siete) se decide a escribir sus memorias. Unas memorias que, por un lado, se ajustan bastante al término pero por el otro, no. Son memorias porque todo lo que escribe lo hace desde el recuerdo; pero no lo son en el sentido de que apenas se habla del propio escritor de las memorias. Sin embargo, éste se transparenta en lo que ha escrito, aunque no sea sobre él.

En principio, su vida se concentra en dos momentos decisivos que determinan los muchos años venideros, de un lado, los veintitrés años de cárcel de Franco y del otro, los más de cuarenta en los que su actividad consistió en ir de plaza en plaza, de país en país y de continente en continente predicando la solidaridad con los presos españoles, organizando actividades de todo tipo, narrando sus prisiones, como Silvio Pellico.

Pero, tras leer las casi cuatrocientas páginas de las memorias Decidme cómo es un árbol queda la pregunta de ¿qué tipo de hombre es Marcos Ana? Porque aunque en su libro habla de él, no lo hace con sentido de la introspección, sino como mera narración de situación de hecho. Es sorprendente cómo el autor consigue ocultarse tras un torrente de palabras.

El libro tiene una primera parte que es como una especie de documental sobre el fin de la guerra civil, los campos de Albatera y los Almendros (a dónde fueron a parar los combatientes republicanos atrapados en el puerto de Alicante) y luego las cárceles de Porlier y Ocaña. Sigue una segunda con los interminables años del penal de Burgos (la llamada "universidad de Burgos") y, por último, una tercera desde su liberación en 1961 hasta el día de hoy en que Marcos Ana se ha dedicado a la causa de la solidaridad con los presos españoles y luego a la de la memoria de la represión. Y es aquí en donde se va dibujando la imagen del autor. Marcos Ana es, sobre todo, un hombre de partido, del partido comunista, y al partido le ha dedicado su vida de forma que, cuando se leen las memorias, esa dedicación que al propio Marcos Ana le parece tan lógica que no la cuestiona, es la que se pone de manifiesto en todo el libro.

¿Qué es lo que mantiene pie a los detenidos políticos del franquismo, a los comunistas, en los primeros años de la posguerra cuando el recurso a la tortura era lo habitual en los centros de detención que no sabían lo que era el habeas corpus? Lo dice Marcos Ana en numerosas ocasiones: el hecho de estar organizados en las cárceles (pág. 83), de realizar actividades políticas, de formación, etc lo que ayudaba a no deprimirse (pág. 195). Hay en esta actitud un elemento de iluminismo, como cuando cuenta cómo una imagen de Lenin (una estampa, en definitiva) ayudaba a los camaradas a resistir las más sádicas torturas (págs. 120/121). Hay también aquí mucho prejuicio nacional (como cuando se habla de las "madres españolas", pág. 149, cual si fueran distintas de todas las demás) y puro ditirambo. En varias ocasiones habla Marcos Ana del "rostro colectivo" (págs 161 y 199) como el conjunto de sus compañeros de infortunio. sus camaradas, aquellos con quienes compartió muchas veces sus últimas horas. Algo muy duro, por cierto. De aquí, de esta fe en la bondad intrínseca de los seres humanos, que no dudo fuera genuina en el muchacho de diecinueve años, sale en un principio la voluntad y la energía de resistir en las peores condiciones de la represión, luchar contra ella, organizarse, mantenerse en el partido.

Ya es más dificil de encontrar la misma explicación para el hombre de cuarenta y dos años que sale de la cárcel. A pesar de todo, éste se enfrenta a la situación del mundo entonces y asegura haber mantenido la misma actitud de fe ciega y acrítica en las ventajas del socialismo soviético. Lleno de orgullo cuenta cómo el lanzamiento del Sputnik le había parecido el triunfo de la "ciencia soviética" (pág. 201) y con no menor satisfacción relata su amor a la URSS (pág. 223), lo que sirve de pórtico para sus observaciones acerca del hundimiento del sistema soviético que, y esto es importante, atribuye a los errores propios de los soviéticos. No obstante, afirma seguir creyendo en los mismos ideales del socialismo que, según él, habían desnaturalizado quienes estaban encargados de ponerlo en práctica (pág. 236).

En definitiva, esta peripecia intelectual es compatible con el hecho de que, al salir de la cárcel, ya convertido en mito, Marcos Ana quedó, por así decirlo, liberado, a sueldo del Partido Comunista, de cuya dirección era miembro y en cuya sede en Madrid, tenía su despacho. En el partido, su trabajo consistía en administrar su propia leyenda de "prisionero de Franco" y animar los movimientos de solidaridad con los presos españoles. A esto dedica la segunda parte del libro, que es una especie de crónica galopante por una serie de países de Europa y América, en actos, jornadas, reuniones en pro de los presos políticos españoles.

En estos viajes, que narra con detenimiento y le sirven para no hablar de sí mismo, como decía, se entrevista con los más altos dignatarios de los países, con Fidel Castro, con Salvador Allende, etc: es, sin duda, Marcos Ana, el poeta español veintitrés años en las cárceles de Franco, pero también es el alto cargo del Partido Comunista de España. Y en algunos de estos viajes pudo conocer y tratar personalmente a sus héroes, las personas que admiraba en la vida, Pablo Neruda, Rafael Alberti y María Teresa León.

Las memorias son muy interesantes por lo que dicen, por cómo lo dicen y por lo que no dicen. Y constituyen una pieza valiosa para entender esa naturaleza ambigua y dual de los comunistas en los turbulentos años treinta, cuarenta, cincuenta. Las mismas personas que habían padecido las formas más extremas de la barbarie y la injusticia, el parti des fusillés, como se llamaba al Partido Comunista francés por la cantidad de ellos que fusilaron los nazis, ese mismo partido y esas mismas gentes podían ignorar o incluso condonar que los suyos hicieran lo mismo con los adversarios. Fusilados y fusiladores; torturados y torturadores, tal es la ambigua condición de los comunistas a lo largo de su historia. En algunos, en muchos casos, sólo se era una cosa, torturado o torturador y la imagen que se daba era radicalmente buena o radicalmente mala. Sin duda Marcos Ana es una persona excelente que padeció torturas e injusticias sin cuento. Pero en nombre de las doctrinas que él como comunista profesa, se ha hecho a otros lo mismo que le hicieron a él.

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