diumenge, 2 de desembre del 2007

La belleza está en el aire.

La Fundación Juan March, de la capital, ha inaugurado una exposición de pintura temática con un bonito tema: la evolución del paisaje desde el romanticismo a la abstracción. Y tiene su punto. Se enfoca en el paisaje romántico británico, centroeuropeo y nórdico, buscando siempre la clave mística, como en el caso de los paisajes de Carl David Friedrich, de quien se exponen varias piezas, grabados y dibujos con sus paísajes de montaña en el ocaso presidido por algún crucero.

La idea es que ese espíritu romántico que sacraliza la naturaleza y vierte en ella un contenido mágico salta luego al expresionismo alemán; hay varios cuadros de Emil Nolde, de esas marinas atormentadas que parecen querer captar el furor de los elementos y enlazarlo con algún sentimiento religioso. En el canasto y por derecho propio entra Edvard Munch cuyos paisajes podrían llamarse psicopaisajes, si se me permite el neologismo. Mi discrepancia en cuanto a esta periodificación, sostenida más para variar el tema que por interés en la cuestión en sí, se da en el caso de los dos paisajistas románticos británicos presentes, Constable y William Turner.

Véase en el ejemplo de la derecha, un óleo de Turner titulado Luz y color: la mañana después del diluvio", de 1843, que no se exhibe en la exposición (aunque hay algún otro ejemplo de la época posveneciana del pintor) pero ayuda muy bien a hacerse una idea de lo que aquí está diciendo. Ese lienzo es puro expresionismo y es que es entre el paisajismo de Constable y el de Turner entre los que no hay mucho parecido.

Un detallazo de la exposición es seguir la evolución de la paisajística a través de la pintura estadounidense. Hay buena muestra de Thomas Cole (algunas de cuyas obras utilicé para los posts sobre "las edades de la vida", si bien yo empleé óleos y en la exposición hay básicamente grabados), Frederick Edwin Church y, sobre todo, Alfred Bierstadt; digo sobre todo porque el inmigrante alemán es el que más claramente se esforzó no por imponer en el paisaje atributos simbólicos venidos de fuera sino por sacar de este último, el paisaje, un valor sentimental que emana de la composición en sí misma, sin mayores aspavientos y de esa actitud germánica de divinización de la naturaleza.

En contra de la idea de que todo está en todo y que el paisajismo romántico ya es expresionista (la exposición pasa olímpicamente del paisajismo impresionista, al que trata con cierto desdén, admitiendo tan solo algunas muestras de Van Gogh) milita el hecho de que el expresionismo, a diferencia del impresionismo, ha evolucionado hacia lo abstracto, hasta acabar en las obras de Pollock y Rothko, presentes en la exposicón. Los eslabones intermedios son Mondrian, Klee y, sobre todo Kandinsky, el hombre que acaba excluyendo la figura de la composición y abre la era de lo abstracto.

Resultan especialmente interesantes dos contemporáneos alemanes con los que se cierra la exposición, Anselm Kiefer y Gerhardt Richter, como si se quisiera ilustrar la propuesta de que todo paisaje es, en realidad, paisaje interior, un modo de ver, el retrato de un sentimiento, pintura reflexiva, el itinerario del espíritu cuando se ve a sí mismo ahí fuera.

Gran exposición.

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