El señor Rajoy reúne hoy a la Junta Directiva Nacional de su partido para hacerse proclamar candidato a la presidencia del Gobierno. La tal Junta es un nutrido órgano de unas quinientas personas que no tiene poderes reales pero sí un valor simbólico, aclamatorio, equivalente al gran escudo sobre el que los antiguos francos merovingios alzaban a quienes proclamaban reyes para que todos los viesen.
Es palmario que lo que pretende el señor Rajoy de este modo es afianzar su tambaleante liderazgo, puesto en cuestión en la derecha hasta por las alegres comadres de Génova. El señor Rajoy debe su actual posición de presidente del PP al dedo del señor Aznar, su patrono o capo, pero no a una decisión de un congreso del partido. La reunión de la Junta Directiva Nacional trata de soslayar este déficit de legitimidad mediante el manso acatamiento de un órgano tan numeroso que pueda pasar por un congreso. Y, por cierto, con un curioso nombrecito, “junta” que, con el de “golpe” y “guerrillero” son las tres últimas y más destacadas aportaciones españolas al vocabulario político planetario. Las juntas por antonomasia en España son las militares, aunque en la transición apareció una celebrada Junta Democrática que remitía por implicación a las juntas comuneras y que luego ha reaparecido en la Junta de Comunidades.
En todo caso, la ceremonia de hoy será un trampantojo, un escamoteo, un conejo sacado de una chistera y, como todo lo que emprende este perdedor nato, esta nulidad de dirigente, un fracaso, porque la aquiescencia de los quinientos mansos sólo pondrá en evidencia que el señor Rajoy no es más que un peón del señor Aznar y un peón, como el famoso palomo, cojo, que carece de apoyo real en su partido y no cuenta con la única designación que hoy tiene legitimidad en democracia, esto es, la de un congreso debidamente convocado.
Como en todas las decisiones del señor Rajoy, el perdedor, es peor el remedio que la enfermedad.