dijous, 5 de juliol del 2007

La santa Transición.

Año de efemérides. El trigésimo aniversario de las elecciones de 1977, momento fundante de la democracia española, sigue encontrando muchas celebraciones, agasajos, festividades, verbenas y cursos de verano. Las elecciones de 1977 son, como ningún otro, la materialización del ideal democrático.

La fundación Pablo Iglesias ha abierto en el Círculo de Bellas Artes de Madrid una curiosa e interesante exposición sobre la Transición, titulada Tiempo de Transición. Ya el hecho de escoger el Círculo de Bellas Artes es un acierto. Como madrileño de nacimiento el Círculo despierta en mí inconfesables pasiones coloniales. Esa espaciosa terraza en la calle de Alcalá con sus sillones de mimbre, el toldo, los ventanales abiertos al interior y que ahora tiene unos ventiladores instalados en la acera que expelen sobre la clientela vapor de agua se me ha asemejado siempre a un club de coloniales blancos en cualquier ciudad asiática, Rangún, Vientiane, Benarés o Bombay. El imperio que España no tenía en Asia lo había imitado en la calle de Alcalá. El edificio modernista, con sus escalinatas, sus verjas interiores y sus muchos mármoles y alabastros se hace querer. Luego, las salas en las que se celebran los actos son muy modernas y tienen de todo.

Esta exposición de la Pablo Iglesias está muy bien montada, con mucho recoveco, apartado y variedad de objetos en exhibición (fotos, cartas, documentos, libros, revistas, cuadros, posters, panfletos, urnas, plumas, transistores, cámaras de fotos, videos y hasta un escaño) de forma que invita a recorrerla y no cansa. La Pablo Iglesias, dirigida por don Alfonso Guerra, se atiene a la doctrina socialista pero la exposición tiene una muy elogiable amplitud de material de todos los partidos y si bien la visión de la transición que se presenta lleva una decidida impronta socialista, los puntos de vista de los demás grupos y partidos se exponen con pormenor y razonable objetividad, recurriendo a documentos originales.

La exposición obedece a un idea innovadora. Al llamarse "Tiempo de Transición", ha decidido aquilatar ese tiempo en una hora, sesenta minutos, a cada minuto le viene atribuido un hecho singular en el proceso de transición: una huelga, unos asesinatos, una manifa, la firma de unos acuerdos, un manifiesto. La transición en sesenta momentos. Me da que lo del "Tiempo de Transición" sea del señor Guerra, que se ha ocupado de la exposición y ha escrito una a modo de introducción a un grueso volumen que se vende no muy caro, a 25 €, con artículos de varios autores que ya comentaré en su momento y una apabullante cantidad de material gráfico. Al señor Guerra viene preocupándole esto del tiempo. Uno de los volúmenes de sus memorias (que, creo recordar, son dos, pero puedo equivocarme) se llama Cuando el tiempo nos alcanza. Ominoso título, vive el cielo y algo truculento. Tiene gracia esto de que el tiempo nos alcance que, supongo, es reflexión que nos hacemos quienes vamos alcanzando una edad, como para empezar a escribir ensayos sobre la vejez, al modo ciceroniano. Cuando visualizo eso de que el tiempo nos alcanza lo veo como la vieja imagen china del tigre más rápido que sus rayas. Llega un momento en que las rayas alcanzan al tigre.

Así que tiempo de transición. De esa exposición del Círculo, reproduzco aquí tres imágenes muy significativas. En la primera se ve a un Suárez exultante después de la victoria en las elecciones de 1979 (creo; puede ser de 1977), lo que invita a una reflexión al estilo de las ruinas de Itálica. Que el hombre que protagonizó de modo indiscutible la transición, sea su figura más humana y quizá por ello mismo guarde hoy apenas memoria de lo que fue da al hecho un tinte de tragedia shakesperiana, al modo del Rey Lear, aunque sin Cordelia.

La segunda imagen esta tomada de la pantalla de un televisor que emitía la figura del Rey, vestido de Capitán General de los Ejércitos, leyendo una declaración institucional por la que la Corona salía en defensa de la Constitución. Ahora diremos lo que queramos -que en esto del recordar, las gentes somos muy generosas con nosotras mismas- pero la verdad es que muchos de nosotros, que estuvimos en la oposición activa al franquismo y habíamos padecido persecución y condena por ello, sólo respiramos tranquilos cuando lo vimos aparecer por la tele pasada la medianoche, después de unas horas de incertidumbre, rumores, tam-tam, run run y fiu fiu. De mí diré que el día de la manifa subsiguiente me hinché a dar vivas al Rey por el Paseo de Recoletos. No por ello me considero menos republicano; pero la justicia, recuérdese, constituye en atribuir a cada cual lo suyo.

La tercera imagen recoge el momento en que Los señores González y Guerra se asoman al balcón del hotel Palace en la noche del ventiocho de octubre de 1982 para saludar a sus seguidores al haber ganado las elecciones generales y obtenido la más alta mayoría de escaños que haya tenido jamás partido alguno desde las primeras elecciones de 1977. El 29 de cotubre siguiente celebraba yo el triunfo del PSOE, por el que había votado, y mi cumpleaños, treinta y nueve años. Para mí el franquismo había muerto mucho antes, antes incluso de que muriera el propio Franco, pero lo que había venido desde entonces no era lo que yo podía considerar los míos. Eso sucedió cuando ganó el PSOE la víspera de mi cumple. ¿Por qué? Miren bien la foto, que tiene un valor simbólico enorme. ¿Con qué la compararían? Traten de hacerlo con alguna aparición del general Franco en el balcón de la Plaza de Oriente, que era lo que se estiló en el país durante cuarenta interminables años. Son dos escenas de balcón. Pero muy distintas. Frente al fasto de las apariciones del Caudillo en la balconada del Palacio de Oriente, en verano con un baldaquino, estos dos jóvenes que se asoman de refilón por una ventana por la que no caben, con la persiana medio echada, por detrás de un alfeizar, son el futuro que entra en la historia de España por el agujero de unas elecciones libres, ganadas por goleada. Ahí quedó triturado el fantasma del Caudillo, se disolvió por fin el cuerpo del señor Waldemar. Lo demás es otra historia.