Cuando pasan estas cosas es poco lo que cabe decir. Abominamos del hecho, nos solidarizamos con los parientes de las víctimas, reclamamos que el peso de la ley caiga sobre los culpables y, si acaso, comentamos el fondo insondable del alma que humana, que lleva a cometer actos tan monstruosos, incluso al precio de la propia vida. Y poco más.
Es tan escaso lo que cabe decir que quizá por eso muchos aprovechen la ocasión para culpar a los adversarios políticos de lo sucedido. "Si Aznar no hubiera metido a España en la guerra del Irak...", dicen los partidarios del Gobierno. "Si Zapatero no hubiera sacado a España de la guerra del Irak..." dicen sus enemigos. Cuando las cosas se plantean así, casi parecería que hablar no sirviera para nada. Pero sí cabe adoptar actitudes. A la vista de lo sucedido en los últimos días con los soldados primero y los civiles después, parece claro que España está en el punto de mira de los asesinos islamistas. Estos, a su vez, son sumamente peligrosos porque no hacen distingos entre combatientes y no combatientes. No los hacen con los enemigos, pues atacan por igual a militares y civiles. No los hacen consigo mismos, pues están dispuestos a inmolarse si lo exige la acción que hayan emprendido. Y tampoco los hacen con los suyos, pues suelen ocultarse en campos de refugiados, en domicilios de civiles que funcionan como "escudos humanos".