Es como ha quedado el juicio por el 11-M; y vistos para el arrastre los mendas que llevan tres años haciendo lo imposible por embarullar las cosas, cuestionar la acción de la policía, los jueces y fiscales, sembrar sospechas e insidias y mezclar consideraciones políticas y judiciales en sucesivos intentos de que no se celebre el juicio, que no pueda esclarecerse la verdad porque ésta es perjudicial para los intereses del PP, el partido en el Gobierno cuando se produjeron los atentados de Atocha.
A los efectos de conseguir estos fines, los responsables han empleado todos los medios: periódicos sin escrúpulos, emisoras de radio monotemáticas, libros, movilizaciones populares, interpelaciones parlamentarias, declaraciones en comisiones de investigación. Todo con el fin de orientar el interés de la opinión pública y las pesquisas e investigaciones de las autoridades en una dirección contraria a la que marcaban los hechos y las pistas, una que nunca se pudo definir con claridad sino sólo mediante insinuaciones y sugerencias de mala fe porque nunca tuvo la menor base empírica.
Toda esta febril actividad ha tratado de suscitar en la opinión pública española una impresión similar a la que se consiguió en otros casos -que actúan aquí como modelos, igual que el Watergate fue el caso con cuya aura se pretendió disfrazar la labor de zapa de El Mundo durante los años del "infame Felipato"- en los que una coalición de periodistas y tertulianos amarillos, políticos sin escrúpulos y simples delincuentes consiguió que el PSOE perdiera las elecciones por la mínima, en el entendimiento de que jamás se le ganaría en una contienda electoral limpia.
Así llegó el señor Aznar al poder y así quiere hacerlo el señor Rajoy. Por eso reproduce el modelo y alimenta la "teoría de la conspiración" con comentarios ambiguos, que le dan pábulo, si bien últimamente esos comentarios debe de hacerlos el señor Rajoy muy para su coleto. La idea primera era hacer ver que estábamos ante la lucha de los medios críticos, verdaderamente independientes contra un vulgar intento de cover up a cargo del Estado, como si esto fuera "En nombre del padre". Por eso también al día de hoy Libertad Digital sigue hablando de la Versión oficial, como si hubiera una.
Pero no, no hay una "versión oficial", sino que los hechos se han expuesto y analizado públicamente de un modo minucioso y, en su día, habrá una sentencia que será la "verdad judicial"; para los demócratas, la verdad a secas; para los de la teoría de la conspiración, una vuelta de tuerca a la "versión oficial"; o sea, algo inaceptable. Lo curioso del caso es que, además de no existir la "versión oficial", tampoco lo hace la "versión no oficial" pues quienes atacan a la primera son incapaces de citar hecho o prueba algunos que vinculen a ETA con el 11-M.
Dado que el juicio está visto para sentencia y que la autoria islamista parece ser la única suficientemente probada, muchos comentaristas sugieren a los fabuladores de la teoría de la conspiración que cejen en su empeño, pidan perdón a la opinión pública y, si son políticos, que dimitan. Pero esto implica un ingenuo desconocimiento de la estofa de que están hechos unos individuos que pretenden obstaculizar el normal funcionamiento de la justicia, incluso mediante actos, como el del señor Díaz de Mera, que pudieran ser constitutivos de delito.
Estos no solamente no se arrepienten de lo hecho (aunque sepan perfectamente que es algo imperdonable) sino que reinciden en ello, sostienen que el caso se cerrará en falso, que no se habrá investigado lo suficiente, con lo que se desliza en el ánimo de la gente la idea de que se ha condenado a unos inocentes, mientras que los auténticos culpables campan por sus respetos, cada vez más envalentonados. Es una canallada, pero da considerables réditos políticos y económicos, ya que este tipo de historias conecta bien con creencias populares y supersticiones ingenuas sobre la maldad de fuerzas oscuras y el día definitivo del ajuste de cuentas. Que son un negocio, vamos.