diumenge, 27 de maig del 2007

¿Por qué (no por quién) votar?

El momento de la votación es el más significativo de la democracia porque es cuando la gente, el pueblo, titular de la soberanía, la ejerce de modo efectivo. El momento lockeano en que los gobernados dan su consentimiento a ser gobernados porque eligen a quienes hayan de gobernarlos. Y es esencial participar en la elección de los gobernantes. Desentenderse de ella sin poder después evitar la acción del gobierno elegido es tan inteligente como desentenderse de la elección del presidente de la comunidad de vecinos cuando uno es vecino y las decisiones que tome el electo lo van a afectar como a todos.

Hay quien dice que es un momento hipostasiado, el único en el que los candidatos adulan al pueblo, del que sólo ahora se acuerdan, con el fin de conseguir su voto y, luego, si te he visto no me acuerdo y a ignorar al titular de la soberanía por otros cuatro años, o los que correspondan, según mandatos. Son quienes abogan por una democracia participativa. Es posible que las elecciones sean un momento de simbolismo vacío pero, en cualquier caso, son la forma más importante y decisiva de participación. Puede que no sea suficiente y para eso están los partidarios de la democracia participativa, para proponer otras formas de participación, pero es imprescindible. Puede haber democracia con niveles más altos o bajos de participación; pero no puede haber democracia sin elecciones.

También hay quien dice que no merece la pena votar porque las opciones a elección no son verdaderamente alternativas ya que representan y defienden los mismos intereses y tienen un discurso muy similar. Es un argumento típico de la izquierda radical para la que todo lo que no sea ella misma (que ni siquiera se presenta a las elecciones) es derecha. Es posible que este panorama tenga algo que ver con la realidad pero lo incongruente es que quienes lo dibujan lo den por inevitable, pues no consideran la posibilidad de presentar candidaturas propias, que defiendan sus ideas ni de ver qué respaldo popular tienen.

En el fondo, esos razonamientos tratan de justificar la abstención, incluso la propugnan. El sufragio es un derecho y la verdad es que pedirle a alguien que renuncie al ejercicio de un derecho es cuando menos chocante. Ya tendría que estar bien argumentado, cosa que no puede decirse de los razonamientos considerados.

Por otro lado suele decirse que la abstención perjudica a la izquierda más que a la derecha. No me consta que esto esté empíricamente comprobado, pero puedo estar equivocado. Suena sospechosamente igual a la experiencia inmediata más generalizada, esto es, que la derecha parece más disciplinada y motivada, mientras que en la izquierda se concentran los más críticos del sistema, desde quienes quieren reformarlo de modo paulatino a quiénes pretenden que vuele en añicos en algún estallido revolucionario.

De ser cierta esa correlación, lo que tiene que hacer la izquierda es votar en masa. A una u otra opción de la izquierda, pero votar porque, de no hacerlo, las críticas posteriores al funcionamiento del gobierno sólo pueden tomarse a beneficio de inventario.


Las imágenes son dos cuadros de una serie de cuatro que William Hogarth pintó hacia 1755, basados en las votaciones para el condado de Oxfordshire, en 1754. Se exhiben en el Sir John Soane's Museum, en Londres.

Ya se dijo en un post anterior por qué no se puede considerar que estas de hoy sean unas primarias de las próximas generales. Pero eso da igual; seguirán llamándolas así para referirse al hecho de que se les concede un valor de pronóstico. Y algo de eso habrá seguramente entre otras cosas porque el peso de la campaña lo han llevado quienes no se presentan a estas elecciones, los señores Rodríguez Zapatero y Rajoy. Lo han hecho al estilo de aquel momento en las crónicas de caballería en que un conflicto armado se decidía en combate singular. Recuérdese que la política es una guerra incruenta. La campaña ha sido un duelo entre los citados señores. La del señor Rodríguez Zapatero se me ha hecho más variada, serena y no agresiva, mientras que la del señor Rajoy ha sido más convulsa, agitada y agresiva.