Lo fascinante de la contemplación de las edades de la vida es la forma en que manifiesta esa peculiaridad de la vida humana que consiste en constituirse en punto de unión de lo inmanente y lo trascendente. Contemplada en sí misma en acto, que es la única forma en que cabe contemplar la vida humana en el presente, es la inmanencia absoluta. No hay más que el aquí y el ahora, una existencia autosuficiente y autorreferencial: el yo que habla y se conoce de modo intuitivo, vital, que dicen los irracionalistas.
Contemplada esa misma vida, sin embargo en su curso, a través de la sucesión de los yoes distintos pero que aparecen enlazados por la autoconciencia de la identidad, se proyecta d modo obvio hacia la trascendencia. El yo conoce su fin, pero se encuentra con la imposibilidad de realizar en sí mismo y, en consecuencia, se proyecta siempre en alguna forma de trascendencia. Hasta el materialismo es trascendente. El cuadro de más arriba, de Damien Hirst, pintado en 1991, representa un tiburón dentro de una pecera y lleva el muy significativo título de "De la imposibilidad física de representar la muerte en la mente de los vivos".
A la izquierda una canónica representación de las cuatro edades de la vida, de Edvard Munch (1902). ¿Canónica? Habría que matizar, como siempre que se trata de este sombrío genio del expresionismo nórdico. A primera vista, las cuatro figuras están compuestas de modo casual, como si se tratara de una instantánea de alguna calle cualquiera de cualquier pueblo de Noruega: una niña en primer plano paseando, quizá, con su nurse, una señora en el plano medio cruzando la calle y una anciana barriendo la puerta de su casa. Pura autosuficiencia, pura inmanencia de cuatro vidas concretas reflejadas en un instante determinado.
En un segundo momento, mirando con más atención, podremos apreciar unas señales que apuntan a la visión trascendente de la vida: la composición en pronunciada perspectiva, con el camino zigzagueante que se pierde en el horizonte entre casas y la variante sutil de la intensidad del color del rostro de las mujeres, desde el muy fuerte, bajo el sombrerito rojo de la niña (típico cromatismo expresionista), al menos acusado de la nurse, el pálido de la señora madura y el francamente desvaído de la anciana. ¿Qué es la trascendencia? La vida entera que la niña tiene por delante pero nosotros vemos a su espalda.
Puesto ya, me he animado a poner aquí la suite del Peer Gynt de Grieg, "En las cavernas del Rey de las Montañas", para que quede todo en Noruega.