dissabte, 22 de novembre del 2008

Caminar sin rumbo (XV)

Vlam

(Viene de una entrada anterior titulada Reencuentro).

Vlam se hizo a un lado y me dejó pasar al vestíbulo del hotel que yo conocía tan bien de años antes; conocimiento que me resultaba útil por cuanto el local apenas había cambiado. Un salón esmirriado con un mostrador de algún material plástico, de esos que parecen sobados enseguida, una lámpara de mesa con tulipa ya muy pasada y un pasillo de moqueta con calvas a la izquierda que llevaba a un ascensor renqueante que parecía un gabinete modernista pero incómodo. Había estado muchas veces allí. Luego supe que Vlam ya no lo ocupaba. Desde que se casó con la mujer que yo conocí y empezó a tener hijos, la familia se había trasladado a algún barrio superlujoso de mansiones de envidia amarillenta pero nunca supe en dónde ni llegué a conocer la casa porque fue por entonces cuando nuestras relaciones sufrieron un brusco corte que, como todos los cortes e interrupciones en el convivir de las gentes, podía entenderse como responsabilidad del uno, del otro, de los dos o de ninguno o incluso, según se mire, de las cuatro instancias a la vez pues el ser humano es un ser milagroso. Es el único milagro que hay sobre la tierra que está empeñado en demostrar que los milagros no existen; o sea, empeñado en demostrar su propia inexistencia. Claro, no todos. Quienes profesan algún tipo de religión creen en milagros, en muchos, pocos, uno solo, pero milagro, o sea algo incomprensible a la razón humana que además barrunta (aunque no lo confiese) que es incapaz de comprenderse racionalmente a sí misma. El caso es que, aunque no conociera la mansión en la que Vlam y su familia habitaban, él, Vlam, se encontraba allí, en el viejo hotel llamado Luz de Oriente y había quedado claro que estaba esperándome o eso me dio a entender, diciendo que era su personaje. El reencuentro después de tantos años prometía y que se produjera en aquel lugar, el vestíbulo un poco raído, parecía lo lógico, lo natural, lo que debía ser entre nosotros pues ¿qué sabía ni quería saber yo de su familia? Mucho mejor en tierra de nadie que era tierra suya. Dejé la mochila en el sofá de la derecha como lo hacía siempre cuando llegaba para una breve estancia y pensé que me preguntaría qué hacía allí, por qué me había presentado de repente, qué quería. Lo daba por hecho y sólo me intrigaba en qué tono lo haría. Podía estar irritado, gratamente sorprendido, perplejo, indeciso, receloso, y eso era lo que trataría de averiguar al escucharlo.

Pero no abrió la boca. Seguía mirándome con un brillo tenue en el fondo de una pupila hosca y oscura. No daba la impresión de estar sorprendido en absoluto lo que, en cambio, me sorprendía a mí. Hasta que me di cuenta de que el que tenía que explicar qué hacía allí, por qué estaba seguro de que lo encontraría sabiendo que vivía en otra parte era yo. Entonces lo miré desconcertado, él me devolvió la mirada con un gesto de complicidad, dando a entender que entendía que hubiera entendido y me recordó que al recibirme me dijo que era (más exactamente, "que eres") mi personaje. ¿Su personaje? ¡Qué cosas ha de oír uno a veces de los demás! Sobre todo de los que son personajes de uno, porque nadie estará creyendo aún que este viaje a ninguna parte vaya teniendo lugar en un territorio distinto del de la más salvaje fantasía. Así que le digo que siempre ha sido un bromista, pero las cosas de la realidad y la existencia hay que tomárselas en serio.

- No voy a ponerte en un aprieto-, me dice Vlam- preguntándote por qué hay que tomarse en serio las cosas de esas dos venerables damas, doña realidad y doña existencia.

Tampoco iba yo a contestar. Hay preguntas necias. ¿Por qué? Me parecía obvio: porque si no te las tomas en serio te aniquilan. Claro que ya veía de inmediato la pregunta siguiente con ecos taoístas: ¿y qué tienes en contra de la aniquilación? Excusado decir que aquí hablaba de aniquilación por aplastamiento y destrucción más que por inmersión en lo sublime nirvanático o cualquier otra ilusión. En lugar de ello soy yo quien le dice a Vlam que él es mi personaje. Y nada lo demuestra mejor que el hecho de que, como yo quiera, lo silencio, le quito el uso de la palabra, hasta lo expulso del relato, como le sucedió a Luzbel por un empeño parecido. No hace falta decir que yo mismo me contesto diciendo que esa es exactamente la situación en que Unamuno pone a su personaje Augusto Pérez en Niebla que se le sube a las barbas al modo pirandelliano. Y hace bien. Y si lo hace don Miguel, yo, lo mismo. Es fascinante este asunto de la creación y la invención, que se puede hablar a muchos niveles. Aunque don Miguel lo mata. Yo no necesito llegar a tanto. Mientras pienso lo anterior miro a Vlam del que sé de muy cierto que no va a pronunciar palabra aunque con la mirada muestre que entiende perfectamente la situación, tanto que me veo obligado a dejarlo hablar porque tengo curiosidad de qué pueda decirse ante una amenaza de silencio, de retirar el uso de la palabra que, como cualquiera comprende en una civilización basada en el logos es como retirar la condición humana. ¿No es la excomunión que la Iglesia aplica en casos especiales, como relapsos, pecadores contra la fe, etc, no es, digo, ex-comunicación, fuera de la comunicación, del habla, vaya?

Toma Vlam la palabra (con mi permiso, no se olvide) para decir que él como personaje, puede salirse del relato...

-Eso será si yo quiero...

-Y aunque no quieras. Es una amenaza que puede cumplirse igual que la de callar al personaje.

- Pero bueno; eso será si yo lo decido.

- Claro, hombre, los dos somos el mismo. Cada uno de nosotros es producto del otro. Sólo que en el caso de que el personaje se vaya del relato el asunto es peor.

- ¿Por qué?

- Evidente, porque se lleva el relato con él. Y te quedas agarrado al lapiz como narrador y pensando cómo pueda ser posible algo así de un modo bastante torpe porque en la literatura todo es posible. Si no, no sería literatura. Por eso, yo acepto ser tu personaje pero tal cosa para mí no es relevante; tu verás lo que haces. Lo relevante es que tú también eres personaje mío y aquí la cosa se pone interesante.

No hace falta decir que encontré el discurso de Vlam bastante incomprensible. Más o menos como es él. Toda su vida tan seguro, tan firme, definiendo a los demás. Hay gente que marca el camino y gente que lo sigue y al revés no funciona; hay quien dice lo que hay que hacer y quien espera que le digan qué debe hacer; hay gente que habla y gente que escucha; gente que tiene ideas y gente que es ideada, hablada, definida, clasificada, etiquetada, despachada y consumida. Francamente, creo que era una vía muy prometedora, una bonita cadena de imágenes, pero no me dejó seguir pensando. Estaba claro que quería aprovechar la ventaja de mi desconcierto.

- Y no te molestes en hablar en primera persona, que no se la das a nadie. ¿No fui yo quien te franqueó la entrada saludándote como personaje mío? Siendo tú, soy yo. Pero esto pertenece al oscuro campo de la razón. ¿No te he puesto a viajar por ninguna parte? ¿No soy yo quien se lee los relatos que periódicamente vas haciendo, de acuerdo con mi instrucción de que enviaras informes de lo que ves, sientes, padeces, piensas, vivas o mueras y quien decide lo que sale, lo que no y cómo?

Un poco absurdo, no; muy absurdo sonaba aquello en el vestíbulo del Luz de oriente pero tenía que admitir que no tanto si se mira con los ojos de la literatura. No estoy seguro. O sí. No sé. Al fin y al cabo, los informes o apuntes o notas del viaje a ninguna parte ahí estaban y era él quien las leía y él quien... Bueno, él; vamos a ver: yo. Yo.

- Pero alma de cántaro- me dijo Vlam, dándome una palmada en la espalda mientras tomaba mi mochila y hacia ademán de acompañarme a mi cuarto- ¿Es que no llevo dos días esperándote? ¿Cuándo decidiste tú venir a verme? Cuando yo lo decidí. En verdad, lo tengo aquí todo escrito- y me mostraba un pen drive-; míralo cuando quieras. Tengo copias. Tú no decidiste nada. De pronto te encontraste metido en un tren en dirección a la ciudad de X*** sin saber por qué; a ver el mar: ja. Luego supiste que venías a verme. Y aquí estamos. ¿Quieres saber algo más?

Me encogí de hombros mientras caminaba hacia el ascensor. De lo que estaba seguro era de que Yo estaba allí, lo que sucedía era que empezaba a pensar en él, o sea en el Yo, como algo de lo que se habla en tercera persona, al estilo de Rimbaud. Y eso, según como se mire, puede no ser tranquilizante.

- Bueno, hombre, te quería por aquí para resolver un problema que se me ha planteado con esa novela que ya sabes que llevo años escribiendo, la novela de mi vida, la gran narración de las tierras del sin fin. Llevo meses dándole vueltas y me he dicho que lo mejor sería preguntarte directamente qué harías tú en la situación en que te he puesto.

Pues no sonaba mal del todo. En el fondo, qué voy a decir: a los autores lo que nos gusta es ser personajes. Por eso los creamos, porque, como nadie nos crea a su vez lo hacemos nosotros sólo por el placer de vernos en ellos. Todos los personajes de todas las novelas están relacionados con el autor. Entiendo que crear un personaje que crea un personaje y que el personaje segundamente creado sea el que crea al primero, eso sí que es el ciclo del eterno retorno. Estaba intrigado por saber en qué situación me había puesto Vlam en su novela, aunque al mirarme en el espejo del camerín del armatoste me sorprendí preguntándome si de verdad creía que Vlam estuviera escribiendo novela alguna.

(Continuará)

(La imagen es un grabado de Julius Klinger, Lugar, primero de la serie Historia de un guante).