Como todo el mundo, el señor Rodríguez Zapatero tiene días buenos y días malos. No tanto por lo que el día le hace a él como por lo que él hace al día que, caso de que sea uno malo, nos lo amarga a todos. Ayer se descolgó con unas declaraciones negándose a ampliar la a todas luces insuficiente Ley de la Memoria Histórica cosa que ya está mal de por sí (volveré sobre ello algo más abajo) y metiéndose en un pantano metafísico que El País titulaba así: Zapatero elogia el olvido en pleno debate sobre la memoria histórica. Sostiene el presidente del Gobierno, siempre según este diario, que "todo lo que sea que eso esté en el olvido, en el olvido más profundo de la memoria colectiva de la sociedad española, será un buen dato. Los residuos irán desapareciendo, aunque hay gente que tiene más disponibilidad a olvidar, y otros tienen algo menos". La cuestión es bastante absurda. Da la impresión de que el señor Rodríguez Zapatero cree que el olvido es un acto voluntario del espíritu humano, como si la mayor o menor predisposición a olvidar fuera cosa de querer o no querer hacerlo. Eso debe de ocurrirle probablemente porque confunde olvido con perdón, como le pasa a bastante gente. Pues no señor, no son lo mismo: el perdón es voluntario; el olvido, no. ¡Qué más quisiéramos muchos que poder olvidar las amarguras, fracasos, dolores, frustraciones o actos vergonzosos por los que hayamos pasado en la vida! Pero olvidar no es un acto voluntario. Por eso muchos buscan ayuda en el alcohol. Perdonar es otra cosa. En efecto hay quien perdona con más facilidad que otros. Los católicos tienen en el perdón una de sus máximas obligaciones y está claro que raramente la cumplen. Basta con repasar la historia de la Iglesia y ver el comportamiento de los curas.
Además, ¿quién le dice al señor Rodríguez Zapatero que olvidar sea bueno? En el caso concreto que nos ocupa, la dictadura del delincuente Francisco Franco y sus cómplices, los años de asesinatos, terror y dictadura no deben olvidarse nunca. Al contrario, hay que mantener vivo el recuerdo y trasmitir de generación en generación el mensaje de que esa vergüenza, esa atrocidad, esa canallada no debe repetirse. Por la misma razón por la que ningún alemán medianamente demócrata dirá jamás que haya que olvidar los años del nazismo. Eso sólo lo dicen los nazis en Alemania y, en España, los franquistas. O sea que el señor Rodríguez Zapatero ha metido la pata bien metida. Y lo ha hecho por una motivación vergonzosa: que le dejen en paz, que no le mareen, que tiene cosas más importantes en que pensar, que él ya hizo una Ley de la Memoria Histórica que, como suele pasar en España, se acata pero no se cumple, cosa que a él ya no le atañe. Una lástima porque quien había empezado muy bien haciendo que se aprobara aquella ley, que era un paso en la dirección adecuada corre ahora el peligro de que no se le reconozca este mérito y de que, al contrario, se le tilde de obstrucionista... cuando menos.
La Ley de la Memoria Histórica es muy pacata; ya lo dijo Palinuro en su día. Pero es, lo que tiene su importancia. Porque ahora se podrá conseguir o no que se amplíe en sede legislativa pero lo que está claro es que las autoridades administrativas no podrán escurrir el bulto y seguir como hasta ahora, sin hacer nada, ante las crecientes demandas de que se localicen las fosas, que se exhume a los asesinados, que se les dé sepultura y también que se busque a los niños que los franquistas (esos grandes defensores de la familia, directos antecesores de la señora Aguirre, diga ella lo que diga) arrebataron a sus padres antes o después de asesinarlos, para entregárselos a sus secuaces.
Porque eso es lo que aquí se está poniendo en marcha, un movimiento de recuperación de la memoria histórica que, como dice Marcos Ana, "ya no hay quien lo pare". Es una pena que el señor Rodríguez Zapatero que lo puso en marcha acabe arrollado por él. Pero eso pasa mucho en las revoluciones: los que las inician son los primeros en sucumbir a ellas. Es un movimiento general basado en que la España que vivió cuarenta años aterrorizada se ha sacudido el miedo y ahora habrá que sacarlo todo: los asesinatos, las torturas, las violaciones, los secuestros de niños, todo, para que el país por fin se psicoanalice.
Los fuerzas que se oponen a esta oleada son muchas: todos los beneficiarios y descendientes de beneficiarios de aquella barbarie que duró años, todos los reaccionarios, los curas, la mayor parte de los jueces, la audiencia de la COPE y, vaya por Dios, el señor Rodríguez Zapatero. Pero será inútil porque decenas, cientos de miles de víctimas y allegados a las víctimas hacen suya ya la frase que hoy recoge Público en una crónica sobre unos descendientes de fusilados en Zaragoza: llegaremos hasta donde haya que llegar y lo mismo que se dijo ayer en el Círculo de Bellas Artes en la presentación del manifiesto de apoyo al juez Garzón: que no haya ley de punto final en España y que si hay que recurrir a la jurisdicción internacional o extranjera se hará. Porque, en efecto, tendrá gracia que haya que reiniciar la causa de Garzón a iniciativa de algún juez foráneo. Cosa tanto más sencilla cuanto que sin duda instarán a ello las personas interesadas en España-. Porque, aunque no se lo crean los jueces españoles y todos los que en este país tratan de evitar que se haga justicia a las víctimas, la jurisdicción penal universal es ya un hecho y a ver cómo paran las diligencias judiciales que se inicien en otro país para esclarecer los crímenes contra la humanidad cometidos por los franquistas, esos que según la señora Aguirre no tienen nada que ver con su partido que fue fundado por un ministro de Franco que aún está en activo y sentado en un escaño en un Senado que él contribuyó a mantener cerrado durante cuarenta años.
Todavía no he leído el último auto del juez Garzón. Lo haré en el finde. Pero me reafirmo en lo ya dicho: con independencia de cuál sea el destino judicial de esta aventura, la vía política está abierta y por ella vamos a ir en tromba a hacer justicia a todos los represaliados de la guerra civil y la dictadura. A devolver a nuestro país la dignidad que todavía tiene secuestrada en cientos de fosas comunes en su territorio. Es una pena que el señor Rodríguez Zapatero, que tuvo la valentía de poner el proceso en marcha, en lugar de continuar dirigiéndolo pretenda ahora frenarlo.
(La imagen es una foto de Raúl A., bajo licencia de Creative Commons).