dissabte, 10 de novembre del 2007

Genio y locura hasta la sepultura.

Hace siete meses, dentro de la serie que dediqué a Las edades de la vida, el post número XVII iba destinado a Camille Claudel. Feliz coincidencia porque la Fundación Mapfre ha inaugurado hace un par de días una exposición muy documentada de la obra de la genial escultora, discípula, modelo y amante de Auguste Rodin. La muestra es interesantísima y, por lo que yo sé, la primera que se abre en el país. Además hay un montón de obra acabada, en boceto, ensayo, prueba, que ilustra siempre mucho sobre el modo de trabajar del artista. En el caso de Camille Claudel, una mujer bellísima al decir de sus contemporáneos y puede apreciarse en la foto, el método de trabajo era tan torturado como lo muestran algunas de sus obras acabadas.

La más famosa, L'âge mur, la que sella su ruptura con Rodin, quien volvió con su amante de toda la vida, que seguramente no le ocasionaba tantos sobresaltos como su genial e imprevisible discípula. Queda claro en la expo que el grupo representa una forma de las edades de la vida. Parece que fue el hermano de la artista, Paul, el que puso nombre a las figuras con esa manía por lo concreto que suelen tener los poetas: Rose Beuret-Rodin-Camille. Sin duda alguna.

Pero no toda la producción de Camille Claudel era torturada. Precisamente la ruptura con Rodin abrió un periodo de clasicismo. La elegancia, el equilibrio de ese mármol que representa la fábula de Vertumnus y Pomona son manifiestos. Casi parecería que se tratara de autoras distintas, como si hubiera dos Camilles y la serena, la clásica y equilibrada emergiera a raíz de la ruptura con el amante.

Camille tuvo muy mala suerte y, después de abundantes crisis de ánimo y penurias sin cuento, su familia la encerró en un manicomio, en donde vivió los últimos treinta años de su vida. Un destino atroz. Su hermano Paul, cuyo busto había esculpido ella en repetidas ocasiones a lo largo de los años (Paul a los dieciséis, Paul a los veinte, etc) fue el que firmó el boletín de ingreso de Camille en el manicomio. Hoy, cuando sabemos que gran parte de lo que se da por cordura y por locura es pura convención social, pura construcción cultural, como el himno y la bandera, estremece la mala fortuna de Camille. Entró en el hospital en contra de su voluntad y su familia (su madre y su hermano) la mantuvo en él incluso contra el parecer contrario de los facultativos y de las propias instituciones en que estuvo recluida.

Al final, después de treinta años de encierro forzoso en un hospital de enfermos mentales, la hermosísima muchacha de más arriba ofrecía el aspecto de la izquierda. El gesto, la expresión del rostro, el ademán lo dicen todo. Pero obsérvense las manos, las manos, la parte más importante del cuerpo para un escultor.

En un lugar que trata de asuntos de Camille Claudel he encontrado el siguiente apotegma de Phyllis Chesler: "Algunos dicen que Plath, Woolf, y Claudel era genios "locos" que hubieran terminado igual de mal incluso aunque hubieran crecido en familias y culturas más afines a la mujer. ¿Cómo pueden estar tan seguros esos cínicos?". De los tres tristes destinos que personalizan las tres mujeres mencionadas, los dos suicidios permiten albergar la duda; el tercero, el encierro en contra de la voluntad de la encerrada no ofrece duda alguna; le sucedió por ser mujer, por tener genio y por ir contra las convenciones sociales del momento.

Eso que ha pasado y está pasando con las mujeres desde hace siglos, milenios, es otro Holocausto mayor, más antiguo, universal, permanente.

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