divendres, 9 de novembre del 2007

Broncas en los medios.

Dos rifirrafes recientes entre contertulios en dos programas de televisión plantean algunas interesantes cuestiones sobre el nivel de crispación del debate público en España, sobre la función que ejercen los medios y sobre la calidad de ese debate. Los dos incidentes, idénticos en su génesis, desarrollo y desenlace son, además, simétricos en cuanto a su signo político. En los dos se empieza con una agresión verbal (frases subidas de tono, descalificaciones crudas, simples insultos), hay unos instantes confusos de tumulto con peticiones desatendidas de rectificación, reconsideración o retirada y el asunto termina con una de las partes levantándose airada y abandonando el plató. Uno sucedió hace unos días en la televisión andaluza y el otro el miércoles en el programa 59" de TVE. Son simétricos porque si en uno la parte agresora es la izquierda (para entendernos), señor Calleja, y la parte agredida la derecha, señora San Sebastián, en el otro es al revés, tres contertulios de izquierda (entre los cuales recuerdo a la señora Regás) se sintieron agredidos y se marcharon del plató mientras que el agresor que se quedó cómodamente sentado era el de la derecha, señor Villa. Sólo les falta llegar a las manos.

Menos mal que, como se oye predicar desde hace más de medio siglo, la división, el cleavage o clivaje, que dicen mis colegas, entre la derecha y la izquierda ya no se lleva nada, está obsoleto, trasnochado, es cutre y grisáceo, no pega ni con cola y no le interesa a nadie. Ya no hay modo, diuen, de distinguir a la derecha de la izquierda. Pues parece que entre ellas se distinguen perfectamente; al menos lo suficiente para decirse las lindezas a la cara y, si llega el caso, que ya falta poco, arrimarse una chufa.

La derecha y la izquierda es el nombre que se da en política a los dos términos de un rasgo que considero inherente al ser humano, esto es, el hecho de ser doble, de establecer dos polos en cualquiera de sus actividades: la fe y el ateísmo en religión, el libre mercado y el intervencionismo en economía, el romanticismo y el clasicismo en arte, el idealismo y el materialismo en filosofía, la izquierda y la derecha en política. Dos posiciones que grosso modo califican dos formas de entender la organización de la cosa pública, una más tendiendo a la igualdad y lo público y la otra más a la jerarquía y lo privado.

Ese enfrentamiento que en otros países discurre pacíficamente es motivo de gresca y bronca en España, como bien se ve en el video que he colgado, correspondiente al momento más pugnaz del programa de 59". Yo obligaría a ese par de energúmenos a ver estos minutos en la pantalla, a todo volumen, como le hacen a Alex en La naranja mecánica para suscitar en él determinado sentimiento. Aquí bastaría con que se pidiera a los dos gallos encrespados que se pongan en el lugar del espectador en medio de un guirigay atroz, incomprensible y que no srve para nada pues no se entiende nada .

La cuestión es también en qué medida son los medios responsables del clima de bronca, crispación, agresividad del debate público español. Cada cual tendrá su opinión y no es cosa de ponerse a contrastarlas. Se estará de acuerdo sin embargo en que cuando los periodistas son la noticia, algo no está funcionando en el sistema comunicativo e informativo de la sociedad. O no está funcionando como se supuso que había de hacerlo. Claro que por qué no iba a hacerlo de otra. La mayoría de las cosas acaba sirviendo para algo distinto de para lo que fueron creadas.

Llama la atención por último que el nivel conceptual de estos debates televisivos sea bajísimo. En algunos casos, como el del programa del señor Sáez de Buruaga en TeleMadrid, lamentable. Y con unas broncas también llamativas. No está claro que en estos debates pueda llegar a averiguarse verdad alguna, ni en ningún otro por lo demás; pero sí lo está que quien recurre a tales procedimientos se priva de toda posible razón. Que se pongan a vociferar como en las barras de las cervecerías es buena prueba de lo apasionado de la raza. Y lo primitivo.

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