(Los/as lectores sabrán disculpar mi infantil ilusión de lucir ingenio. Ese "Valldeanos", innecesario decirlo, es una mezcla de Valls y vandeanos, los contrarrevolucionarios de la Vendée).
Aquí, mi artículo de ayer en elMón.cat, titulado Catalunya vota independència. Se escribió el martes, el mismo día en que la alcaldesa Colau colgaba un vídeo de más de seis minutos, aparentemente espontáneo y sincero, pero en el que todo estaba medido al milímetro. Un prodigio de retórica seudoizquierdista que trata de trasladar el eje independencia/no independencia, dominante en Catalunya, al de izquierda/derecha. Lo que se busca con él es la ruptura del bloque independentista al servicio del unionismo. Y la retórica no oculta el oropel del empeño, consistente en:
a) asegurar que Colau siga mandando en Barcelona. Su proyecto es exclusivamente personal. Se ve en el interés en negarlo.
b) Romper la unidad independentista con el cuento del izquierdismo "municipalmente eficaz". Astuta forma de ponerlo: ha de ser "izquierdismo", para poder excluir a JxC y dividir a los indepes, y "municipal", para limitar el izquierdismo de ERC al ámbito local y no permitir que se toque el catalán, el estatal, y haya que hablar de presos, exiliados, 155, represión, arbitrariedad. Porque, si hay que hablar de eso, el PSC, responsable de todo ello, sobra, y presentarlo como izquierda en Catalunya es un insulto. Y no hablemos de qué medios piensa valerse Colau para conseguir que ERC se siente a gobernar con quienes tienen a su presidente en la cárcel.
c) Rebajar la política basada en principios, por los que la gente pone en juego su libertad, su patrimonio, su vida familiar, a la política de reparto de cargos y prebendas. Disfrazada, además, de "eficaz".
Así que dediqué el post de ayer al vídeo de Ada Colau con el título Desvergüenza. Una vez leído, supongo, se entiende mejor el artículo de elMón.cat, del que sigue la versión castellana.
Aquí, mi artículo de ayer en elMón.cat, titulado Catalunya vota independència. Se escribió el martes, el mismo día en que la alcaldesa Colau colgaba un vídeo de más de seis minutos, aparentemente espontáneo y sincero, pero en el que todo estaba medido al milímetro. Un prodigio de retórica seudoizquierdista que trata de trasladar el eje independencia/no independencia, dominante en Catalunya, al de izquierda/derecha. Lo que se busca con él es la ruptura del bloque independentista al servicio del unionismo. Y la retórica no oculta el oropel del empeño, consistente en:
a) asegurar que Colau siga mandando en Barcelona. Su proyecto es exclusivamente personal. Se ve en el interés en negarlo.
b) Romper la unidad independentista con el cuento del izquierdismo "municipalmente eficaz". Astuta forma de ponerlo: ha de ser "izquierdismo", para poder excluir a JxC y dividir a los indepes, y "municipal", para limitar el izquierdismo de ERC al ámbito local y no permitir que se toque el catalán, el estatal, y haya que hablar de presos, exiliados, 155, represión, arbitrariedad. Porque, si hay que hablar de eso, el PSC, responsable de todo ello, sobra, y presentarlo como izquierda en Catalunya es un insulto. Y no hablemos de qué medios piensa valerse Colau para conseguir que ERC se siente a gobernar con quienes tienen a su presidente en la cárcel.
c) Rebajar la política basada en principios, por los que la gente pone en juego su libertad, su patrimonio, su vida familiar, a la política de reparto de cargos y prebendas. Disfrazada, además, de "eficaz".
Así que dediqué el post de ayer al vídeo de Ada Colau con el título Desvergüenza. Una vez leído, supongo, se entiende mejor el artículo de elMón.cat, del que sigue la versión castellana.
Catalunya vota independencia.
En la noche electoral del 26M hubo dos silencios curiosos, dos incomparecencias, dos ausencias en valoración de resultados. Una fue la del responsable de Unidas Podemos para interpretar los resultados estatales y la otra, la del responsable del PSC para hacer lo propio con los catalanes. La primera fue muy comentada y se atribuyó a la decepción que los dirigentes morados. De la segunda, no se habló. Sin embargo, la significativa era la segunda porque era la que tenía que dar cuenta del terremoto que se había producido: el independentismo rebasa el 50% del electorado y roza la mayoría absoluta.
Pablo Iglesias compareció al día siguiente y, atribuyendo el retraso a la necesidad de recoger información, reconoció los malos resultados, regañó a Monedero y se reafirmó en la justeza y oportunidad de las políticas que el electorado español había rechazado. Igual que los demás perdedores de la jornada: todos iban en la buena dirección y sentido correcto, como si fuesen una disciplinada unidad de caballería. Eran los electores quiene iban en sentido erróneo.
Al día siguiente también compareció Miquel Iceta con un verdadero grito de guerra: "haremos lo que sea necesario para que Barcelona no tenga un gobierno independentista". Este rotundo propósito, seguramente emanaba de una previa consideración no formulada expresamente: al independentismo, ni agua, que ha ganado las elecciones. Por eso no hubo comparecencia del PSC sobre Catalunya en concreto, porque el resultado era muy evidente: victoria independentista arrolladora en las municipales y en las europeas.
Por eso, los socialistas muy y mucho catalanes no darán ni agua al independentismo triunfante. Ni aire le dejarían para respirar si pudiesen. Harán "lo que sea" para impedir el su acceso al gobierno local más simbólico de Catalunya y el único en el que el PSC, crecido a la pantagruélica cifra de ocho concejales, puede hacer algo. ¿Qué? "Lo que sea". ¡Cómo suena eso en el país de las cloacas del Estado, la policía política, la guerra sucia contra Catalunya, los fiscales afiladores y los ministros de "Asuntos catalanes"! ¡Cómo suena en un país con presos/as y exiliadas/os, embargados/as políticas, cargos públicos procesados a docenas, montones de concejales expedientados administrativamente!
Catalunya ha votado independencia de forma aplastante en las dos elecciones. En las Europeas ha enviado al Parlamento de la Unión a los dos líderes indiscutidos del independentismo, sacándolos del exilio y la prisión, aparte del consejero Comín. Ha trasladado la lucha por los derechos de los catalanes al corazón de Europa y si el Estado trata de menoscabarlos, entrará en conflicto con el Europarlamento. Lo farà, sin duda, y acabarça por hundirse como Estado democrático de derecho.
Las elecciones municipales han sembrado el país de ayuntamientos independentistas. Con la abundante diversidad típica de los gobiernos locales, pero todos independentistas, de ERC o de JxC, que es lo que importa. La batalla de Barcelona tiene una importancia simbólica grande, pero no definitiva. En Barcelona vive el 21,7% de los habitantes. El otro 78.3% lo hace en el resto de los 947 municipios de Catalunya casi todos independentistas, excepto la cincuentena del PSC, los cuatro o cinco del PP y los cero alcaldes de C’s, el partido español más votado en Catalunya.
La importancia política de Barcelona radica también en que es en donde el unionismo quiere marcar la pauta jugando con la dualidad izquierda/independendencia, sin ser la una ni la otra. La izquierda catalana no independentista en Barcelona se concentra en los comunes/podemos y su misión es cerrar el paso al independentismo con un pacto como el que los podemitas quieren en Madrid. Iglesias trata de garantizarse un ministerio ofreciendo un pacto en Barcelona entre los Comunes, el PSC y C’s, que deje fuera a los independentistas. Por eso prometió la Constitución el domingo pasado con un “por la democracia, por los derechos sociales y por España”. Todos se han quitado ya la máscara y, detrás del “izquierdismo” podemita aparece el viejo nacionalismo castellano/español que, tratándose de Catalunya, hermana a los fascistas con los progres. Por si alguien lo dudaba, la cipaya Colau por fin habla claro: no quiere acuerdos con JXC porque son de derechas, ni con ERC porque son independentistas. Así se trata de una mujer española que, como su líder Iglesias, solo quiere un cárrec, una alcaldia, un ministerio, aunque sea de Marina.