Está bien la observación de Olivier Peter de que los presos de hoy pueden ser los presidentes de mañana. Demuestra que conoce la historia. En efecto, el relativismo de todo lo humano así lo posibilita: hoy estás en el trullo y mañana, o más tarde, presides los destinos del pueblo. Casos se han dado, desde luego: Largo Caballero, condenado en 1917 por sedición a cadena perpetua, juzgado de nuevo por rebelión en 1934 y presidente del consejo de ministros en 1936, Companys, Mandela, Gandhi. No es tan extraño. Pero mucho menos lo es que los encarcelados salgan de prisión directamente al cadalso, Boecio, Tomás Moro, Savonarola, Maximiliano de México, Riego, el mismo Companys posteriormente. Y eso también es historia.
A favor de la visión alegre (de la prisión a la presidencia) se da que los tiempos no son tan foscos, que hay una atención internacional patente, que el proceso íntegro es una inenarrable chapuza, que la revolución en marcha en Catalunya es imparable y la incapacidad del Estado para encontrar una vía de solución, obvia.
No parece mucho, sin embargo. Lo único sólido, al menos en lo que Palinuro confíe: la movilización social catalana.
A favor de la visión lúgubre (de la prisión al cadalso), en el entendimiento de que, al no haber pena de muerte, el equivalente serán largas penas de prisión, se dan dos factores. Primero: que el Estado no tiene salida en una negociación cualquiera porque cualquiera negociación ha de comenzar con un referéndum. Referéndum que no puede aceptar porque lo pierde y cada vez lo perderá más. En consecuencia, opta por la represión hasta donde pueda. Segundo: que, dado su carácter autoritario y su falta de soluciones, llevará la represión al máximo para utilizar la condena como un escarmiento. Es el lenguaje de la tiranía: sofocar movimientos populares "descabezándolos". Antaño clavaban las cabezas en picas para exposición y amedrentamiento público, como hizo César Borgia con el pobre Ramiro de Lorca.
En esa línea de dureza se produce la injerencia del rey. Estoy pasmado del grado de servilismo de la opinión española que, no solamente no se rebela contra esta intromisión real en el poder judicial, sino que la celebra. Celebra que el rey se pronuncie directamente sobre la cuestión sub judice en indique cuál es su real placer: la ley prevalece sobre la (supuesta) democracia de estos rebeldes. Hágase justicia y háganla sus menestrales. Asombra que, después del telegrama del inefable Cosidó y la injerencia del rey en el proceso judicial, todavía siga esta farsa. A lo mejor están esperando a que, a la vista del resultado de las próximas elecciones, el rey también se ponga a legislar, para dejar clara la condición de Estado democrático de derecho del que no se cansa de hablar.
¿Con qué legitimidad habla, amonesta, amenaza este rey a sus súbditos? ¿Su particular talante militarista, heredado de su bisabuelo? ¿Su doctrina aburridamente autoritaria, que justifica la tiranía en nombre de la ley del propio tirano? ¿Su tradición familiar íntimamente ligada al fascismo? El citado bisabuelo se exilió en Roma, en 1931, en pleno fascismo, con los suyos, con los que empezó a complotar contra la República desde el primer momento. Su abuelo, Juan, se ofreció voluntario a Franco para "servir a la patria bajo su bandera" o algo así, o sea, para masacrar a su propio pueblo. Su padre, Juan Carlos, juró fidelidad a los principios fundamentales del dictador, a quien debe el trono como despojo de conquista. ¿Qué puede ser el retoño?
Dícese que la legitimidad del régimen radica en la Constitución de 1978. Tarde hemos comprendido, y solo tras el desastre, que una Constitución que no deroga una ley de punto final no constituye nada.