No es el imposible perpetuum mobile de la física, sino el real e impetuoso de la música.
La sinfonía "La independencia de Catalunya", que alguien compondrá algún día llevará un perpetuum mobile en su último tiempo. Simbolizará la iniciativa política que el independentismo ha venido manteniendo a lo largo de los últimos años. Iniciativa política frente a un Estado en desguace. Desde las elecciones de 2015, renovado mandato en 2017, el procés ha hecho honor a su nombre. Ha propiciado acontecimientos y secuencias, siempre a instancias indepes, que han ido configurando el camino a la independencia en un contexto español y europeo cuya complejidad es innecesario subrayar. Como decía Jordi Turull en su declaración, "menos política, el Estado español está dispuesto a todo". La prueba es su propia condición y la de sus compañeras/os.
La iniciativa hacia la independencia como perpetuum mobile, como reiteración del tema en el corazón de la melodía de la revolución catalana, in crescendo, con elevación de tono y aceleración de ritmo. Una imagen sinestésica.
A ese ánimo pertenece la propuesta del Consell de la República, reunido en Waterloo, de presentar una propuesta estratégica para culminar la independencia. Otro plato de niños crudos que el señor Borrell tendrá que no desayunar. Y otro acto de iniciativa con el que el gobierno de España habrá de bregar. Todos los frentes de esta guerra están vivos. El Consell trae una representatividad más que suficiente, con dos partidos (y la cuestión de PDeCat y JxC), la ANC y Poble Lliure si mis cálculos son correctos. El impacto que su propuesta obtenga en la realidad catalana no es previsible. Ningún plan puede hoy augurar resultado alguno con un índice razonable de probabilidad. Pero eso no es grave, dado que lo esencial del perpetuum mobile se reitera, un tono más alto. El último tramo a la independencia. Será más o menos prolongado pero culminará en ella.
En una situación en que unas elecciones generales coinciden con un proceso político como el del 1-O, todas las opciones están abiertas. El Estado moviliza todos sus efectivos, aparatos ideológicos, represivos, simbólicos. Lo cierto es que la movilización social se mantiene y se reitera de forma que la revolución catalana (la del 3% de los agudos críticos izquierdistas españoles y catalanes asimilados), toma los caracteres de "revolución permanente", más o menos ajustada a la concepción de Trotsky.
Una revolución permanente, un perpetuum mobile revolucionario, que los medios españoles ocultan al no informar sobre ella, pero la condenan sin paliativos sentando doctrina contraria a degüello con el refinamiento habitual en la corte . Desde el pregonero mayor del reino, Preparao, hasta el último gacetillero de un digital nacional.
Han creado una opinión pública tan ciega y crédula que repite a coro o en solos de virtuoso temas como "estos catalanes son unos pesados", "me fastidia tener que dar dinero a los catalanes que no se lo merecen", "ya está bien de privilegios catalanes a costa de los españoles" y delirios similares.
Dos observaciones, por cierto, que muestran como muchos indepes, sin duda de buena fe, tienen la cabeza llena del elefante de Lakoff. Primera: se acepta la displicencia española sobre la barrila catalana teniendo en cuenta que el Estado ha de habérselas con muchos otros problemas y los catalanes no son los únicos. Con lo fácil que es responder: "oiga, no se preocupe, déjennos irnos, y se ahorran la barrila catalana."
El elefante se convierte ya en una castiza "comedura de coco" cuando oímos a analistas indepes desconfiando de la evidencia del ridículo de las acusaciones en el proceso. Se malician alguna artimaña para pillar luego a las defensas en las testificales. Supone atribuir a los fiscales y la abogacía del Estado un nivel de articulación intelectual (al margen de consideraciones éticas) que no han lucido. Y ¿por qué se les atribuye? Por la conciencia heredada de que los altos funcionarios del Estado, especialmente los togados, siempre tienen razón, aunque no se dignen dar fe de ella, como la administración del castillo de Kafka jamás aclara nada al agrimensor. Herencia de mentalidad colonial. Los magistrados que se prestan a administrar la justicia del príncipe harán de todo, incluidas mangas y capirotes (ya las hacen), pero no Justicia.
Las dos observaciones solo sobre la marcha, para entender que estamos ante un tigre, sí, pero es un tigre de papel.