Con la delicadeza habitual en este foro de frailes y soldados, el miércoles irrumpió el rey en el juicio del 1-O, con una manida doctrina sofística sobre la ley, el derecho y la democracia. Pero eso es lo de menos. Lo de más es la interferencia. Como el 3-O respaldó la acción brutal del ejecutivo y abanderó posteriores agresiones, ahora se injiere en el poder judicial y da órdenes a sus jueces de qué criterios han de aplicar. Puesto que los acusados están venga a hablar de democracia ("supuesta") claro, Felipe recuerda el buen orden: primero la ley, su ley; primero el derecho, su derecho; después la democracia y, ojo, la verdadera, no la supuesta. Ya saben los jueces lo que tienen que hacer: imponer la ley. Le ley del rey, pues de siempre se ha sabido en Castilla que "allá van leyes do quieren reyes". En este caso, caudillos, porque fue la ley del genocida Franco la que puso en el trono como "sucesor a título de rey" a su padre, quien, a su vez lo puso a él en el trono por derecho de familia. ¿Separación de poderes? Separados están: el rey vive en La Zarzuela, el gobierno en La Moncloa, el Supremo en las Salesas y el Parlamento en la carrera de San Jerónimo.
Al día siguiente, ayer, hablaba el pueblo, el sujeto de la democracia. Huelga general en Catalunya y manifestaciones por doquier. Una sociedad democrática, pacíficamente movilizada en defensa de sus derechos, de sus instituciones, sus representantes y su condición nacional. Los políticos y los medios españoles siguen sin entender de la misa la media en Catalunya. Continúan personalizando el movimiento, invocando exclusivamente el ius puniendi del Estado, negándose a todo diálogo o negociación. Ayer mismo, en la presentación de ese libro que dice haber escrito en comandita con doña Irene Lozano, flamante y muy bien pagada directora del aparato propagandístico español, "España global", Sánchez escenificaba la unidad de España: "Catalunya nos unió a Rajoy a mí y debiera hacerlo con los partidos constitucionalistas". Quiere decir, la lucha contra Catalunya. Su mentalidad es la decimonónica, que dividía España en una "España constitucional" y una "España asimilada".
Con la devastadora -y, esta, sí, devastadora- declaración de Jordi Sánchez, quedó patente lo que el acusado comenzó anunciando: este es un juicio político y él se considera un preso político. Lo es. Y lo demostró. Todas las artimañas, trampas saduceas, martingalas y disparatadas especulaciones de la acusación (todas ellas unidas por una carencia absoluta de pruebas) no consiguieron demostrar violencia ni tumulto algunos, ni rebelión, sedición, incitación. Nada de nada. Sánchez dejó meridianamente claro con imágenes y pruebas contundentes que no hubo delito, que sus actos fueron siempre en sentido contrario al que las acusaciones pretenden establecer y que en todo momento actuó pacífica y democráticamente, y consiguió evitar los supuestos de violencia de los que se le acusa.
(Incidentalmente, las caras judiciales debieran caer de vergüenza según se va demostrando que se quiere calificar de rebelión o sedición y se piden altísimas penas de prisión por unos hechos que, bien claro está, serían constitutivos de un delito de daños y siempre que se probara la culpabilidad directa de los acusados).
Con la intervención de la fiscalía, el proceso ha ascendido de farsa a astracanada. El fiscal Zaragoza coronó un larguísimo interrogatorio tan avieso como frustrante (para él, claro) proyectando un correo de un señor Xabi Strubell en el que se propone a Sánchez un plan para proteger los colegios electorales aparcando los coches delante. Pretendía el malévolo fiscal, involucrar al acusado en una estrategia obstaculizadora, pasando por alto el hecho de que carecía de prueba de que este hubiera respondido al correo. Pero acababa de pisar una mierda de perro. La respuesta de Sánchez fue un estallido de luz: "No quiero ser impertinente, pero hay Whatsapp que se han enviado que han comprometido la dignidad y el buen nombre del presidente de esta sala y es evidente que no hay que reprochar".
Con ello, puso fin al interrogatorio.
En realidad, puso fin al juicio.