Aquí mi artículo del miércoles de elMón.cat, titulado La postverdad. Un modesto intento de entender el frenético desbarajuste del Estado español. Desbarajuste y de hondo calado es que un partido, el PSOE, muchos de cuyos militantes están enterrados en fosas comunes, defienda con uñas y dientes el régimen que, con su complicidad, instauraron, los herederos de quienes los asesinaron.
Al lado de esto, lo demás es peccata minuta: las promesas electorales se incumplen, es posible mentir en sede judicial, los medios de comunicación tienen casi todos la misma orientación en la que la verdad no cuenta ni como como pretexto. En Alemania acaban de expulsar a un famoso periodista de Der Spiegel porque se inventaba los reportajes. Aquí los medios se inventan las historias o las falsean de cabo a rabo o las acultan y no pasa nada; al contrario se premian continuamente unos a otros. Comprender algo así requiere la ayuda de un concepto tan proteico como la postverdad, que es un nombre para lo indecible o la paradoja de Epiménides el cretense.
Aquí el texto castellano.
La postverdad
Produce estupor escuchar al presidente Sánchez decir que los independentistas "tienen pavor a sentarse a dialogar". Es una mentira patente, descarada, evidente a los ojos de todo el mundo. Es él quien rompió el incipiente diálogo a cuenta de la autodeterminación. Es él quien tiene pavor al diálogo. Y, más que pavor, odio a la idea misma del diálogo.
Su ministro de Asuntos Catalanes, Borrell, este odiador profesional, anda persiguiendo a los independentistas en el exterior, prohibiendo sus actos, boicoteándolos y tratando de silenciarlos. El mismo Borrell que, siguiendo el ejemplo de Dastis, mentía como un bellaco negando a un presentador de la televisión la violencia del 1-O que el presentador había visto por su cuenta.
Ante la imposibilidad de resolver el conflicto España/Catalunya manu militari, como acostumbra, el nacionalismo español, ha decidido pasar a la guerra en todos los demás frentes. Guerra política, judicial, mediática. Y recuérdese el famoso dicho de que la primera víctima de una guerra es siempre la verdad.
La declaración de Sánchez no es mentira en sentido estricto. Para que lo fuera habría que saber cuál es la verdad y el problema es que, en las relaciones España/Catalunya la verdad no puede decirse, ni siquiera pensarse. Simplemente, es una postverdad, allí en donde la verdad no importa o se oculta.
La postverdad permite a Sánchez seguir diciendo que el independentismo no es mayoritario en la sociedad catalana al tiempo que se niega en redondo a autorizar un referéndum de autodeterminación, único procedimiento de salir de dudas y único que podría dar versomilitud a sus palabras. La verdad no importa, no se menciona, no se declara: la de que ni este gobierno ni ningún otro gobierno español aceptará de grado un referéndum de autodeterminación en Catalunya porque lo perdería, algo que no se pued confesar.
El reino de la postverdad tiene dimensión europea. El presidente del Parlamento, Tajani, hombre de Berlusconi, prohibió la conferencia de los dos presidentes catalanes en sede parlamentaria aduciendo riesgo para la seguridad de los asistentes. Casi en el mismo acto autorizó otra con asistencia de un ponente de Vox, un partido racista, xenófobo y un verdadero peligro para la seguridad de todos.
Y postverdad también es que el ministro español de Justicia, Marlaska, al que más sentencias han casado en materia de torturas, niega escolta policial al presidente Torra, siendo así que Tajani considera que su presencia puede generar violencia. ¿Quién miente? Obviamente, los dos porque la verdad no importa y atenerse a ella es perder el tiempo.
Toda la farsa judicial hoy en marcha en contra de los independentistas catalanes es una muestra de postverdad. La autodeterminación es un principio filosófico inherente a la condición humana individual o colectivamente considerada. Un principio que forma la base de la civilización occidental. Que se esté hoy discutiendo en un tribunal si, además, es un derecho o un delito es una muestra de que hay Estados sumidos en la tiranía y la falta de respeto a las personas, como el caso de España. Un lugar, además, en el que el tribunal juzgador ni intenta descifrar la verdad ya que es juez y parte pues sus miembros están todos convencidos de que solo hay una autodeterminación: la suya; la de los demás, es delito. La verdad de que, si hay autodeterminación para una nación, tiene que haberla para las demás naciones, se oculta, se niega, no interesa. El tribunal Constitucional despojó a Catalunya de su condición nacional, como si tuviera el menor derecho a hacerlo. En complicidad con este atropello, ahora el Tribunal Supremo, basado en esa negación, comete el atropello siguiente: considerar delito sin mayores explicaciones lo que para sus componentes y quienes piensan como ellos es un derecho.
Y, para que quede claro el dominio de la postverdad y el reino de la injusticia y la arbitrariedad, entre los acusadores en esta farsa se encuentra un partido, Vox, antidemócrata, franquista, racista, xenófobo y virulentamente contrario el derecho de autodeterminación de quienes no sean ellos. En el fondo, coincidente con el propio tribunal.
Una prueba de que en esta farsa judicial en marcha la irónica postverdad consiste en una inversión perversa de los papeles. Son las juzgadas quienes debieran ser los jueces y los jueces y las acusaciones quienes debieran ser juzgados.
Y lo serán. Pero fuera de España.